Un texto al comienzo nos explica que en 1946, veinticinco parejas de castores fueron enviadas desde Canadá a Tierra del Fuego, con el fin de levantar el negocio de las pieles. Hoy la población de castores supera los doscientos mil, con desastrosas consecuencias para el ecosistema en el sur del país, y la única solución es exterminarlos. Pese a este texto, no se trata de un documental sobre la naturaleza ni con un afán científico, sino más bien es el marco para pasar el tiempo con dos biólogos que investigan el tema, entrevistando pobladores y rastreando la presencia de los animales. Con atisbos de belleza, reflexiva a la fuerza gracias a sus planos largos y curiosamente desesperanzadora, el relato casi estático funciona como una cápsula espacio-temporal donde no podemos ser más que testigos pasivos del curso de la naturaleza, y donde todo nuestro conocimiento nos da apenas para dar con un castor, matarlo y cocinarlo.
Chile, 2014. 68 minutos. T.E.