Un marinero tenía dos mujeres en puertos diferentes. La primera era joven. Cuando su amante la visitaba, le sacaba las canas, para quitarle la edad. La otra, más vieja, le arrancaba los pelos negros: ella lo quería con una cabellera blanca. Entre las dos lo dejaron completamente calvo. Algo semejante está sucediendo con la política chilena del último tiempo, donde todos hacen su parte para quitarle al país algo más valioso y escaso que la cabellera: sus políticos.
Las campañas políticas cuestan unas sumas exorbitantes. Como el financiamiento estatal era insuficiente y los partidos pobres, los candidatos tenían que salir a mendigar unos recursos escasos en lugares oscuros a altas horas de la noche. Eso los ponía inevitablemente en zona de riesgo, pero ¿qué más podían hacer?
Como buenos chilenos, nuestros políticos quisieron darle a su conducta un cierto marco de juridicidad. En otros países, estas cosas se hacen entregando unos maletines llenos de billetes, en el piso -4 de un estacionamiento céntrico, a las dos de la madrugada. Pero nuestros parlamentarios no querían que nadie pensara mal de ellos, y respaldaron esos dineros con unas boletas ideológicamente falsas. En el peor de los casos, implicaban una multa tributaria, pero el SII cambió su interpretación, y transformó una travesura menor en un delito bastante grave. Es decir, le arrancó una buena mata de pelo a nuestro buen hombre y lo dejó con la apariencia de un gran fascineroso.
Como los primeros descubiertos fueron de derecha, la izquierda lanzó toda su artillería. No reparó que esas municiones iban a dar la vuelta y caer sobre sus propias filas. Así, con el concurso de todos, la obra de demolición de la política siguió avanzando.
En vez de reconocer estas faltas, que en su mayoría eran menores, los políticos escondieron la cabeza. Esa irresponsabilidad fue mucho más grave que la emisión de un par de facturas sin respaldo, y hoy los sume en el desprestigio. Un botón de muestra: el 85% de los habitantes de la V Región cree que el Congreso es una institución corrupta, mientras que solo el 57% piensa lo mismo de las municipalidades, donde, en mi opinión, sí tenemos problemas serios de corrupción (Fundación Piensa, encuesta mayo 2016).
Después llegaron los fiscales, gente joven y llena de energía. Cumplieron con su deber y se lanzaron en picada contra los infractores. Era sencillo seguirles el rastro, porque habían actuado con un enorme candor. Más golpes sobre las espaldas de la política.
La prensa no quiso ser menos. En vez de poner las cosas en su contexto y proponer soluciones sensatas, no resistió la tentación de transformarse en la última reserva moral de la república, y le echó más leña al fuego. De paso, en las redes sociales los ciudadanos descargaron todos sus resentimientos.
Así, una a una han ido quedando manchadas muchas de nuestras principales figuras políticas. En las últimas semanas, la víctima ha sido Carolina Tohá. No han faltado en la derecha quienes se alegran de su infortunio político, sin reparar el daño que supone para el país. En política pasa como en el fútbol: uno puede ser la selección alemana, pero si le ponen delante un paquete, es imposible que haga un buen partido. Ahora algunos pretenden manchar a la propia Presidenta Bachelet. ¡Delirante!
¿Qué clase de país es el nuestro, que se permite el lujo sádico de gozarse al eliminar a quienes, con luces y sombras, se dedican a servirlo? ¿Cuántos de nuestros mejores políticos tendrán todavía que enfrentar el descrédito por unos actos que, en su mayoría, están lejos de tener la gravedad que se les atribuye? Es un entuerto que nadie puede resolver, porque todos están, cual más cual menos, involucrados.
Una cosa, sin embargo, parece clara. La salida de este atolladero no está en manos de los fiscales, porque no es jurídica, sino política, aunque los políticos pueden hacer muy poco para resolverla. Todavía cabe que la Presidenta nombre una comisión respetable (una suerte de nueva comisión Engel) que haga propuestas no sobre las reglas futuras, como la anterior, sino sobre el modo más sensato de hacernos cargo de los errores pasados y le ofrezca al país una salida, una forma honorable de darles a nuestros políticos una nueva oportunidad.
De lo contrario, solo quedarán en el Congreso los millonarios y aquellos que son financiados por un tipo muy determinado de "empresarios": aquellos en cuyos negocios, por definición, no se necesitan boletas.