Las vías del tren están a pocos metros, al otro lado de la calle sombreada por árboles añosos. Detrás de pequeños muros, detrás de pequeños jardines, detrás de rejas bien pintadas, las casas se ven sólidas y limpias, como si acabaran de pulirlas. Es mediodía y hay un silencio de siesta, sin autos, sin gente. Nada ha cambiado mucho en los últimos 100 años. Las vías del tren ya estaban allí, algunos de estos árboles ya estaban allí. La casa también. Ocupa toda la esquina de esta calle de Olivos, un suburbio elegante de la zona norte de Buenos Aires, pero apenas se ve al otro lado de la puerta de rejas, del muro agobiado por la hiedra. El timbre emite un ruido ronco, doloroso. Por el portero eléctrico se escucha la voz de una mujer.
Las vías del tren están a pocos metros, al otro lado de la calle sombreada por árboles añosos. Detrás de pequeños muros, detrás de pequeños jardines, detrás de rejas bien pintadas, las casas se ven sólidas y limpias, como si acabaran de pulirlas. Es mediodía y hay un silencio de siesta, sin autos, sin gente. Nada ha cambiado mucho en los últimos 100 años. Las vías del tren ya estaban allí, algunos de estos árboles ya estaban allí. La casa también. Ocupa toda la esquina de esta calle de Olivos, un suburbio elegante de la zona norte de Buenos Aires, pero apenas se ve al otro lado de la puerta de rejas, del muro agobiado por la hiedra. El timbre emite un ruido ronco, doloroso. Por el portero eléctrico se escucha la voz de una mujer.
-¿Quién es?
-Vengo a ver a Dolly.
-Pasá.
La puerta de rejas se destraba con un zumbido y se abre a un jardín selvático. Al otro lado espera una mujer mayor. Es menuda, de aspecto vivaz, la piel muy blanca.
-Hola. Yo soy la cuñada.
Aquí no debería haber una cuñada. Debería haber, tan solo, dos hermanas: una de ellas olímpica, 90 años, más de un metro 70; la otra, de aspecto desconocido. Entonces: ¿cuñada de quién?
-Llegaste -dice una voz potente que proviene de la penumbra del interior de la casa-. Qué puntual. ¿Tenés sangre inglesa?
La mujer olímpica, 90 años, más de un metro 70, camina hacia la luz. Usa un vestido estampado, azul y blanco, por encima de las rodillas.
-Pasá. ¿No tenés problemas con los gatos? Tenemos 14.
La mujer menuda saluda y desaparece. La mujer olímpica ve el grabador y dice:
-Juan siempre decía: "Sin grabador". A mí no me molesta.
Hay algo, en la celeridad con que empieza a hablar de Juan, que lo aclara todo. En esta casa viven, de hecho, dos hermanas. Esta mujer -Dolly, Dorotea Muhr, viuda del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, autor de La vida breve, Los adioses, El astillero, ganador del premio Cervantes, fallecido en 1994- y su hermana Nessy: la mujer menuda. Solo que Nessy es, también, cuñada de Onetti. Y esa forma de presentarse -"Soy la cuñada" (de Onetti) y no "Soy la hermana" (de Dolly)"- devela que él es el hombre en torno al cual ha girado siempre la peregrinación de propios y extraños hacia esta casa: en torno a los libros de Juan, el insomnio de Juan, el exilio en España de Juan, la cama de la que no salía nunca Juan. Devela que nadie ha venido aquí a preguntar por la mujer con la que Juan compartió los libros, el insomnio y el exilio durante 40 años de toda una vida hasta el día de su muerte. Dolly Muhr señala una puerta lateral que da paso al comedor de diario:
-Pasá. Conversemos ahí. ¿Qué vas a tomar? ¿Café, agua, coca-cola?
Dolly sale por la puerta que une el comedor y la cocina. Se mueve con rapidez un tanto endurecida. En junio de 2015 se quebró la cadera mientras paseaba por Salamanca, España. Por eso, aunque pasa la mayor parte del año en Madrid, el verano de 2016 la encuentra en la misma casa donde nació, recuperando la cadera a fuerza de caminatas. Cuando regresa, apoya sobre la mesa una botella de coca-cola y dos vasos.
-Estoy más en España que acá. Si no fuera por la cadera ya estaría en Madrid. Las mujeres tenemos que estar más atentas al calcio. ¿Vos comés carne?
-Sí.
-¿Te pican los mosquitos?
-No mucho.
-¿Ves? Mi hermana tiene la teoría de que no la pican porque es vegetariana. Ella tiene cada idea sobre la dieta. Es de las pocas personas que conozco que nació y va a morir, como ella dice, en la casa donde nació.
La mesa del comedor parece arrinconada entre los muebles que llenan la habitación: un televisor; una cómoda sobre la que hay 14 portarretratos y cinco arreglos florales; una estantería con libros; una cajonera; un piano vertical sobre el que hay cinco portarretratos y una lámpara; un hogar a leña sobre el que hay cuatro arreglos florales y dos fotos; una mesa redonda sobre la que hay un equipo de música; una biblioteca con libros y estatuillas de porcelana; una mesa pequeña; una mesa más grande.
-Qué cantidad de objetos.
-Bueno, son 100 años de vivencia.
Cien años sobre los que ella, que tiene 10 menos, habla poco.
A principios del siglo pasado, el padre de Dolly Muhr se fue de Austria, donde había nacido. Quería ser músico y su padre, dueño de viñedos, no lo dejaba, de modo que partió a Inglaterra. Al llegar allí se desató la Primera Guerra Mundial y, para evitar que lo llamaran al frente, terminó en la Argentina. Por su parte, la abuela de Dolly Muhr, inglesa, se casó con un francés y viajó a Buenos Aires. Cuando empezó la guerra, el francés marchó al frente, donde lo mataron. La mujer se quedó sola, primero con tres hijos -un varón, dos mujeres-, después con dos porque una murió de meningitis. La otra, Dorotea -le decían Dodo-, se hizo mujer y en 1924 conoció a un austríaco que se ganaba la vida dando clases de inglés: el padre de Dolly.
-Mi madre dice que fue un coup de foudre. Y así nací yo.
Quizá de esa mezcla de idiomas y nacionalidades proviene el extraño acento del español que habla, rudo, endurecido en las consonantes.
-Nessy nació en 1928. Mi padre hizo esta casa. Le puso Villa Dodo por mi madre. A mí me decían Dodita. La única que me dice Dodita es mi hermana. Para el resto soy Dorotea o Dolly. Que no me gusta. Es muy cursi.
-¿Su padre cómo se llamaba?
-Hans. Juan. Como Juan. Juan y Juan. Fue viajante de comercio. Pero solo le interesaba la música. Tocaba el chelo. Yo empecé a tocar el piano a los 7 años, pero cuando Nessy tuvo 5 vino y me dijo: "Vos salí". Me echó. Entonces me fui a tocar el violín con papá y ella se quedó con el piano. Fue perfecto, porque a mí me encantó estar en las orquestas. Y ella es una pianista increíble. Es el genio de la familia. Nosotras empezamos a estudiar música a los 7 años en un conservatorio que estaba en la esquina. Un horror. Mi hermana siempre lo odió un poco a mi padre porque no se dio cuenta de que ella era un genio. Perdimos ocho años en ese conservatorio. Ah, acá llega Pepino.
Un gato negro, sinuoso, empuja la puerta del comedor.
-Hola, Pepi. Es el gato favorito de Nessy.
-¿A qué colegio iban?
-Al Northlands. Otra burrada de mis padres.
El Northlands es un colegio de gran fama, solo para mujeres. Allí se educó, entre otras, Máxima Zorreguieta, reina de Holanda.
-Después nos mandaron a aprender traductorado público, que también era solo para mujeres. Yo no sabía cómo relacionarme con los chicos. Lo que pasó después fue inevitable.
-¿Qué pasó?
-Que me dediqué a enamorarme de los amigos de mi padre. Me enamoré de un director de orquesta. Yo tenía 17, 18. Fui a escucharlo a la iglesia, el Réquiem de Mozart. Salí de ahí enamorada. Se armó lío. Porque él era casado.
-Entonces llegaron a tener una relación.
-No, no. Yo no tuve relaciones con nadie hasta que Juan...
-No. Me refería a que llegaron a salir.
-Sí. Pero no más que un beso. Siempre me respetaban. Nunca llegué a una cama. Pero la adolescencia es una trampa mortal. Esa pasión que sentís todo el tiempo. Es como si estuviéramos un poco narcotizadas. Y me metí con Juan con la misma locura. Con Juan caías. Cuando llegó Juan, yo sabía que eso sí. Que eso era.
-¿Cómo supo?
-Porque me sentía absolutamente dominada y completa con él.
Cuando Dolly conoció a Onetti él ya llevaba dos matrimonios (se había casado con dos de sus primas hermanas, a su vez hermanas entre sí, y había tenido un hijo, Jorge, con la primera), e inauguraba el tercero con Elizabeth María Pekelharing, una holandesa con quien compartía trabajo en la agencia de noticias Reuters. El mismo año en que se casó, 1945, conoció a Dolly. La leyenda dice que la vio por la calle y le dijo a su mujer: "Qué maravilla de criatura". Su mujer dijo: "¿Querés que te la presente? Fuimos compañeras de colegio".
-Yo era amiga de la mujer de Juan. Juan un poco se enamoró de mí cuando me vio la primera vez. Se dedicó a seducirme y ganó. Tuvimos una relación clandestina de 10 años. Sufrí horrores. Pero estaba decidida a quedarme como la mujer que vive en la sombra. Íbamos a una casa de citas, un motel. Conocí todas las casas de citas de Buenos Aires. Una vez nos tocó esperar ahí con unas parejas y se conocían los hombres. El tipo dice: "El mundo es un pañuelo". Y Juan dice: "Sí, y bien sucio". Genial, ¿no?
-Usted jamás le pidió que se separara.
-No, jamás. Además, yo era amiga de la holandesa. Era una mujer muy divertida. A mí me encantaba.
En 1949, nació María Isabel (Litty), la segunda hija de Onetti. Un año después él publicó La vida breve, donde aparece el personaje de una violinista: "aprovechaba las pausas para contemplar el perfil asexuado, la nariz recta (...); la sensualidad, escasa y trágica, le rezumaba por el ángulo de la boca".
-Cuando la holandesa tuvo a Litty fue durísimo. Pero yo era muy pasiva con Juan. Me sentía totalmente dominada por él. No dominada en el mal sentido. Entregada, que es mejor.
Toma un trago de gaseosa con la avidez del que mastica, como si la coca fuera un bife, una cosa sólida.
-Después que Juan murió, me analicé durante 10 años. Y me di cuenta de la búsqueda de papá a través de los hombres de los que me enamoraba. Mi padre usaba chaleco, y Juan se ponía su chaleco y me decía: "Te gusta, ¿no?". Era como volver ahí. A eso. ¿Te das cuenta? Juan entendía a la gente.
En 1954, Onetti publicó Los adioses. No estaba dedicado a su hija, ni a su mujer, ni a Dolly, sino a una poeta uruguaya llamada Idea Vilariño.
Las fechas, bien miradas: Onetti llevaba cuatro años de matrimonio, cuatro de relación con Dolly y acababa de nacer su hija cuando, en 1949, conoció en Montevideo a la poeta uruguaya Idea Vilariño. "Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré", escribió ella.
-Juan se veía con Idea. Ella estaba muy enamorada. Pero nunca se casaron. Se peleaban mucho. Por política. Idea era muy politizada. Ella era una gran escritora. Pero yo pienso que sufrió muchísimo por lo de Juan. Creo que él fue el amor de su vida.
Las fechas, bien miradas: Onetti llevaba nueve años de matrimonio, casi diez de relaciones clandestinas con Dolly, cinco con Idea, cuando, en 1954, su mujer lo echó de casa.
-Me llamó un día a la oficina donde yo trabajaba y me dijo: "La holandesa me echó". Yo estaba sentada sobre el escritorio. No lo podía creer. Yo había juntado dinero para irme a Europa en barco, a visitar a mi tío, y me dijo: "Ahora no te vas". Y yo le dije: "Sí, me voy igual". Estuve tres meses. Allá me mandó Los adioses.
-La novela que le dedicó a Idea.
-Sí. Tapas amarillas, hermosa. Juan se fue a Montevideo y cuando volví, le tuve que contar a mi padre. Puso la condición de que nos casáramos. Nos casamos en una gestoría, vía México. No tenía validez en la Argentina. Yo recién me casé legalmente con Juan cuando nos fuimos a España. Llegué a Montevideo un día de 1955. Lo primero que me dijo fue: "Andá a comprarte un anillo".
Así fue como empezaron los siguientes 40 años de la vida con Juan.
En Montevideo, Dolly estudiaba violín y trabajaba como secretaria. Onetti, en el periódico Acción. Vivían en un departamento gélido, donde no tenían ni heladera.
-Pero Juan tenía cantidad de gente amiga, escritores, íbamos a los bares. Yo salía del ostracismo de 10 años de clandestinidad, y meterme en ese ambiente de literatura, donde todo el mundo quería a Juan y lo admiraba, fue maravilloso.
En 1957, Idea Vilariño publicó un libro titulado Poemas de amor y lo dedicó, sin pruritos: "A Juan Carlos Onetti". En 1960, un año antes de publicar El astillero, Onetti le dedicó a Dolly su libro La cara de la desgracia: "Para Dorotea Muhr, ignorado perro de la dicha".
-A mí me gustó. A mi madre no le gustó nada. Pero él me lo explicó. Era como la sorpresa de que un perro podía dar mucha felicidad. Él adoraba a los perros. Pero mi mamá decía: "¿Qué es esto? ¡Vos no sos un perro!". A mí me decían: "Cómo permitís que tenga otras mujeres". Yo sentía que Juan tenía un mundo ahí. ¿Y porque estaba casado con su señora esposa no lo iba a tener? Él no me mentía. Me contaba. Y me decía: "Vos sos un brazo mío". Mientras él y yo sintiéramos que lo nuestro era para siempre, el resto no importaba. Eso está ahí y es inamovible.
-Qué entrega.
-Qué amor.
Con el tiempo, Dolly consiguió trabajo como violinista en la orquesta del Sodre (Servicio Oficial de Difusión, Radiotelevisión y Espectáculos), Onetti un empleo como director de Bibliotecas Municipales, Carmen Balcells llegó a Montevideo y le propuso ser autor de su agencia literaria: todo marchaba bien. Pero empezó a enrarecerse cuando, en 1973, las fuerzas armadas tomaron el poder en Uruguay. Onetti había formado parte del jurado en un premio que organizaba la revista Marcha. El premio se otorgó a un relato que la dictadura consideró pornográfico, y todos los jurados fueron detenidos.
-Eso fue una pesadilla. Juan no estaba hecho para cosas difíciles. Todo su mundo era muy cómodo, muy arreglado. Lo vinieron a buscar y no volvió hasta tres meses después. Lo llevaron a un lugar enorme, con otros detenidos. Tenía un colchón que era una miseria, no comía, no dormía, se quería ahorcar. El ya era conocido internacionalmente, y hubo una gran presión, así que lo trasladaron al neuropsiquiátrico.
Salió en mayo de 1974. Apenas después, en 1975, se fueron a España. Dolly dio con un piso en la avenida América, concursó por una vacante en la orquesta sinfónica de Madrid, y la ganó.
-Fue maravilloso. Había polacos, rusos, argentinos, franceses, ingleses. Estuve 16 años. Viajábamos mucho. Fuimos a Escocia, Suiza, Italia, todo España. Y dejaba la bronca de Juan en casa, porque él no quería que viajara. Pero yo siempre dejaba alguien para que se ocupara de él. ¿Vos tenés hijos?
-No.
-Mejor. Yo quería tener. Juan me dijo: "Es justo, te toca". Hice tratamientos, pero no pude. Menos mal. Hubiera durado uno o dos años más con Juan y chau. Su lema era: "¿Por qué no estás conmigo?". Un chico le hubiera quitado su lugar. Él quería que estuviera en la cama leyendo con él. Esa era su idea de felicidad. Yo no pensaba lo que significa tener un niño berreando en el comedor. Juan no hubiera cambiado un pañal. Jamás lo hizo.
Ella se diversificaba entre los viajes, los ensayos, la casa y el trabajo de siempre: pasar a máquina los manuscritos que Onetti escribía a mano.
-¿Él la admiraba?
-Admiraba mi energía, supongo. Amor no es admirar. Amor es otra cosa.
-Pero usted lo admiraba a él.
-¡Bueno! Obviamente, querida.
-Por eso le pregunto si él la admiraba.
-Me hacía chistes sobre mi violín. Yo estaba un día escuchando una grabación de Yehudi Menuhin y me dice: "Toca mejor que vos, ¿no?". Se divertía. Yo ponía frazadas para que él no me escuchara tocar y pudiera trabajar tranquilo. Juan nunca fue a un concierto mío. Jamás. Pero bueno. Había que levantarse para ir, y él no se levantaba.
En 1985, Onetti recibió el Premio Cervantes. El monto, abultado, les permitió comprar el piso de casa de avenida América y dos oficinas. Lo de la cama, dice Dolly, fue gradual. Todo empezó por unos antidepresivos inyectables.
-Juan tuvo varias depresiones fuertes. En Madrid, todos los días venía un enfermero y le ponía la inyección con el antidepresivo. Se lo ponía en el mismo lugar, y se le empezó a hacer un absceso en la pierna. Casi se muere. Vino el médico y dijo: "No garantizo que llegue a mañana". Fui a mi casa. Me encerré en el dormitorio con la botella de whisky y con nuestra perra Biche. Y aullé. Aullé como un animal. Yo no podría haber aguantado la muerte de Juan entonces. Cuando murió sí, era otra cosa. Estaba muy mal. Pero entonces no. Reaccionó bien, lo llevamos a casa. Pero ya se quedó medio en la cama. Él tenía divertículos. Murió de eso. Tendría que haber hecho una dieta, que nunca hizo. Al final no tenía fuerzas ni para fumar. Fue Idea Vilariño a visitarlo. Para despedirse. Y otra muchacha que hacía años que estaba con él. Me daban pena. Supongo que tendrían esperanzas de que él me dejara. Claro. Siempre hay esperanza, ¿no? Yo la tuve.
-¿Falleció en la casa?
-Internado. Lo tuve que llevar porque estaba perdiendo sangre.
-¿Usted estaba con él?
-Sí.
Sin cambiar el tono de voz -enérgico, tajante-, dice: "Perdón, voy al baño".
Con múltiples ventanas que dan al jardín, la sala de música que Hans Muhr construyó para su hija menor, Nessy, es la habitación más grande y mejor ubicada de la casa. Allí, en medio de sillones, sillas, taburetes, mesas, bibliotecas, vitrinas, y con dos pianos de cola, ella estudia y da clases a más de treinta alumnos. A un lado, bajo la escalera que lleva al piso de arriba, está la cocina, pequeña, oscura. A los pies de la heladera siempre hay recipientes con comida para gatos.
Son las dos de la tarde de un miércoles. Desde la sala de música llega el sonido del piano, potente como un animal despierto. Apenas escucha que se abre la puerta de la sala, Nessy se interrumpe. Dolly se instala en un sofá, como si fuera a quedarse ahí toda la tarde.
-Entrevistala a ella, que tiene una vida más interesante que la mía. Es una compositora genial -dice.
-¿No tocan juntas?
-No -dice Nessy-. Ya no es tiempo. Eso ya pasó.
-Ella dice que yo desafino -dice Dolly, divertida-. Vamos al comedor, así dejamos tranquila a Nessy.
En el comedor ofrece café, agua, coca-cola.
-Yo dejé el violín, porque tocar sola no se puede. Pero ahora estudio composición.
Después de la muerte de Onetti, en 1994, Dolly permaneció dos años en la orquesta, hasta que la obligaron a jubilarse por la edad.
-Un día me llamó una amiga de la orquesta y me dijo que me tenía que jubilar. Y me puse a llorar. Fue como un segundo abandono. Entonces empecé a ir al psicoanalista. Empecé a anotar los sueños, a descubrir toda una relación edípica con mi padre. Fue fabuloso. Y dejé el departamento de la avenida América. Era como vivir en el pasado, pero sin Juan.
Dos argentinos, Claudio Pérez Míguez y Raúl Manrique Girón, la ayudaron a embalar, a comprar muebles de Ikea para reemplazar los originales, que en parte conservan ellos. Ambos tienen, en Madrid, algo llamado Museo del Escritor: objetos -más de cinco mil- de Cortázar, Borges, Alejandra Pizarnik, Nicanor Parra, y la biblioteca completa de Onetti.
-Los chicos son fantásticos. El piso de avenida América lo alquilé, primero temporalmente. Pero un día tuve que ir a Madrid, el piso estaba alquilado y los chicos me dijeron: "¿Por qué no venís a casa?". Me sentí cómoda y ahora, cuando voy, me quedo en casa de ellos. A Claudio le firmé un poder total. Puede venderme a mí si quiere. Ellos conservan una campana que era de Juan. Le había puesto una leyenda: "No contesto preguntas tontas". La tenía siempre al lado.
-¿Para qué la usaba?
-Para llamarme a mí.