El asombro se da cuando se enfrenta algo sorprendente y que resulta prodigioso o extraordinario, lo que de una u otra forma nos conmueve.
En un mundo cada vez más exigente y tecnologizado, los niños han ido perdiendo la capacidad de asombro que se produce en el silencio y en el contacto con la naturaleza, al haber sido educados en un modelo mecanicista. Cuando al apretar una tecla se conectan con lo que buscan en fracción de segundos, pareciera que pocas cosas tendrán la capacidad de sorprender o producir admiración. Sin embargo, afortunadamente la naturaleza sigue teniendo el poder de maravillar a muchos niños. Cuando un niño tiene la posibilidad de detenerse a observar cómo va creciendo una planta de tomate, cómo van surgiendo sus hojas, cómo crece el tallo y de sorprenderse cuando aparece su fruto, o de cómo va cambiando de color al madurar, o cuando ve a un pajarito construir su nido, puede recuperar su capacidad de maravillarse ante los fenómenos de la naturaleza.
En su libro "Educar para el asombro", Catherine L'Ecuyer rescata la importancia del asombro en la educación como motor del conocimiento. La autora cita un estudio de los investigadores Berger y Milkman, de la Universidad de Pennsylvania, quienes definen el asombro como: "Una emoción de trascendencia personal, un sentimiento de admiración y de elevación frente a algo que lo supera a uno. Invoca la apertura y la ampliación del espíritu y hace que uno pare para pensar".
Educar para el asombro se plantea como una aventura que parte del mundo interno de los niños, postulando que es un "mecanismo innato". Pero, para que pueda funcionar bien, se hace necesario respetar las características de los niños, valorando el entorno natural como un elemento favorecedor del desarrollo, en oposición a tecnologías que tienen mucho de comercial.
La tendencia a dar todo por obvio, porque basta con apretar una tecla para tener una respuesta conduce a que los niños de esta generación vayan perdiendo la capacidad de maravillarse con el milagro que tiene un atardecer, o con la salida del sol por las mañanas. En niños que han estado conectados a demasiadas redes y mirando pantallas por largas horas, cuesta encontrar algo que los sorprenda. Como dice la autora recién citada: "Debemos re-imaginar una educación infantil que cuente con el asombro. Debemos aprender a educar en el asombro". Quizás la clave sea dejarlos vivir la infancia con espacios para desarrollar la imaginación y para jugar con algo de misterio y un margen de libertad.