Gracias al estilo "nikkei", hemos sido fulminados en el camino a Damasco... Con ese peruano puente de plata el resultado era inevitable. Confesaremos que nos sentíamos un poco solos en aquella orilla que hemos dejado atrás. Y confusos, porque esa cultura que habla con estética tan sutil, delicada, compleja, se nos cerraba del todo en el cruce del aroma y el gusto. Hasta que nos dimos un bautismo por inmersión que nos ha dejado empapadísimos y felices. Pero, en el diluvio de japonesidades que cae hoy sobre Santiago, y con esa turbamulta juvenil poco discriminante que traga "sushis" con auténtica gazuza, hay que saber elegir.
Y hemos elegido la barra del Japón, lugar ideal para iniciarse y apreciar. No las mesas (algunas a ras del suelo, otras por encima, pero haciendo como si estuvieran al ras; necrosis de las corvas en cualquier caso). Porque en la barra se ve la técnica. Uno de los japoneses agarra un balanceo mientras que, con los ojos cerrados, manipula y compacta los montoncitos de arroz. Más allá, el otro, occidentalizado, bebe sorbitos de una gran copa de vino mientras hace lo suyo. Y un chef peruano carga unos enormes botes de madera clara ("funamori") con una multitud de piezas multicolores que crean un espectáculo visual indescriptible. Akira Kurosawa, en sus "Sueños", muestra escenas de colores abigarrados y fuertes que se mezclan sin concierto claro; pero, sin duda, lo hay, porque el efecto es precioso. En otros aspectos de esa cultura entre guerrera y femenina, en cambio, todo es matiz y rebaje y combinación delicada de tonalidades, sin que se advierta el artificio. O sea, perfecto arte.
La oferta es de gran variedad. Rasgo sobresaliente: la frescura, el frescor. Partimos con naruto maki de salmón fresco, envueltos en delgadas láminas de pepino ($6.000), y seguimos con niguiri de atún (atún "aburi", sellado; $4.600) y de salmón. Ni sospechas de sabor a vinagre en ese arroz; con un toque (sólo un toque) de salsa soya, una delicia. Luego probamos un temeki de erizos frescos ($4.100), un cucurucho grandecito con su arroz y erizos, más otras cosas. Para nosotros, novedoso. Los hanamaki de palta con camarón cocido ($5.600) fueron una maravilla: la palta, que entra por la puerta trasera en esa tradición tan antigua, da la untuosidad y suculencia de que la cocina japonesa suele carecer, siempre magra, escueta, corta. Como en "staccato". En cambio, sólo en una preparación vimos el queso crema, producto verdaderamente extraño en ese contexto.
Culminamos con tofu frito en salsa (agedashi tofu; $3.100), muy agradable, y una fina sopa en tazón chico ("sopa especial", $1.900), con estupendas albondiguitas de salmón y jengibre. No tuvimos espacio para hacer entrar el battere unagi, que lleva anguila y salmón en capas, una obra de arte.
Excelente lugar. Estacionamiento al frente, en el hotel Nippon.
Barón Pierre de Coubertin 39, Santiago. 2 2222 4517.