Entre las muchas deudas que el país tiene con los niños, la que se relaciona con la programación de televisión infantil es una deuda mayor, especialmente para aquellos que no tienen la posibilidad de acceder a la TV por cable. Para estos niños, que son los más vulnerables, elegir programas adecuados no es una alternativa, lo cual genera una desigualdad en el acceso, por ser la programación para niños en la televisión abierta de una gran pobreza.
Las autoridades de los canales y las educacionales conocen estas carencias. No se trata de que no tengan conciencia de la necesidad de aumentar la cantidad y la calidad de los programas infantiles. El problema es que la programación infantil no es rentable, al existir muchas limitaciones en relación con los auspicios, sin que existan fondos públicos a los cuales recurrir. Como planteaba Karl R Propper en su artículo "Una patente para producir televisión" -que hace parte de una recopilación llamada "la televisión es mala maestra", que inspiró esta columna- no es a los niños a quienes hay que regañar por la cantidad de tiempo que ven televisión, ni por la mala calidad de los programas que ven, sino que son "las estaciones televisivas quienes, para conservar su audiencia, deben producir cada vez más material de mala calidad, ordinario y sensacionalista. El punto esencial es que el material sensacionalista difícilmente es también bueno".
Han pasado veinte años desde que Propper hiciera esta advertencia, y al menos en Chile, sus palabras se mantienen vigentes.
En la medida en la que los programas para niños son percibidos por ellos como poco atractivos, su atención se dirige a programas poco aptos.
Uno de los efectos más preocupantes de la televisión es la violencia exhibida, que tiene un mayor impacto en los niños con menos oportunidades culturales. Charles Clark, en su estudio sobre violencia en la televisión, reporta que los niños estadounidenses, antes de haber terminado la educación primaria, han visto 8 mil homicidios y 100 mil actos de violencia. ¿Puede esto ser educativo?
Si bien los vídeojuegos y los celulares han desplazado en alguna medida a la televisión, el contenido de ellos suele ser igualmente nocivo y comparten el riesgo de que las horas dedicadas a estar conectados las resten de otras actividades más formativas, como leer, jugar con otros niños cara a cara o involucrarse en proyectos de más larga duración.
No se trata de negar que la cultura en la que están inmersos nuestros niños es altamente tecnológica, si no de dosificar el tiempo dedicado a estas actividades con horarios determinados, utilizarlos con fines educativos y ofrecer otras alternativas para el uso de su tiempo. Los padres deben tomar conciencia de que la televisión, puede ser una muy mala maestra.