Es legítimo que los padres se sientan orgullosos de sus hijos y de sus logros, pero es muy peligroso que a raíz de un mal entendido amor paternal o maternal, se involucren competitivamente en la relación de sus hijos con sus compañeros, estimulándolos para entrar en una escalada competitiva que puede distorsionar hasta las mejores relaciones de amistad.
Es triste cuando la competencia empaña las relaciones entre los niños. A veces un comentario desafortunado de algún adulto -padres o profesores- comparando rendimientos o logros, puede marcar un punto de inflexión, y lo que era una relación de amistad se transforma en una espiral de competencia. Esta espiral afecta no solo a los protagonistas, sino que divide a los compañeros. La competencia es un factor de división que no suma para las experiencias de convivencia, sino que más bien resta felicidad a todos.
Es maravilloso cuando se ve a niños llegar al final de una etapa felices porque todos alcanzaron la meta. Pero en la competencia por superar a otros, pueden dejar marcas indelebles al transgredir los principios de la amistad y del compañerismo. Sin duda, logros conseguidos de esa manera quedan empañados para siempre. Los niños que han sido muy competitivos suelen sentirse solos y tener pocos amigos. Ello es más penoso cuando esta actitud competitiva es estimulada por los padres. A veces esto no se limita a lo académico y se extiende a otros ámbitos de la vida, como la ropa, los viajes, los éxitos con el otro sexo, marcando así un estilo de relación que afecta la convivencia.
Cuando se enfrentan situaciones en forma cooperativa, se producen relaciones de cercanía, de compañerismo, de lealtad que a veces duran para toda la vida. Entonces quedan esos amigos entrañables que permanecen en el tiempo, y que son un soporte emocional que da seguridad, y acompañan para siempre.
Por el contrario, las relaciones competitivas distancian cuando el otro no es sentido como compañero, sino como alguien con quien rivalizar. Las personas competitivas quedan en el registro emocional como personas no gratas, a las que es preferible evitar.
Las personalidades competitivas, si bien pueden exhibir algunos logros, muchas veces enfrentan que otros les pongan obstáculos. Una competencia desmedida siempre implica una ambición desmedida, lo cual es peligroso, porque en el afán de ser el primero muchas veces se traspasan límite éticos para conseguir lo que se quiere. En esa carrera, además de la deshumanización que conlleva, a veces se cometen faltas que cuestan muy caro. La ambición es una mala consejera y lleva a subestimar los riesgos al momento de conseguir los objetivos, con las consecuencias nocivas que ello implica. ya