La Iglesia Católica no consiste solo en el rigor de Tomás de Aquino, la pulcritud de Ratzinger o la solemnidad del gótico. Ella incluye también los claroscuros del Barroco, el compromiso social de Clotario Blest y la creativa ingenuidad de San Francisco. Ambas facetas -cabeza y corazón- son importantes y deben estar presentes en proporciones equilibradas. Hoy, en la historia de la Iglesia ha sonado nuevamente la hora de los Franciscos, el momento de la espontaneidad.
Medio en broma medio en serio, el Papa ha dicho: "En realidad, he bajado de categoría. Antes era un cardenal, ahora soy un simple obispo". El sucesor de Pedro no es cualquier obispo, su misión es singular, pero eso no significa necesariamente que deba comunicarse con la gente por medio de bulas, rescriptos o discursos solemnes.
Este es un Papa que manda correos electrónicos e improvisa constantemente. Magnífico, aunque riesgoso. Como nosotros, Francisco mete las patas con alguna frecuencia: así se vio recientemente con un correo en que le decía a un amigo argentino, a propósito del narcotráfico, que había que evitar la "mexicanización" de la nación transandina. El amigo, feliz, dio a conocer el mensaje, y muchos mexicanos terminaron furiosos. Pero fue una furia pasajera, y en México lo esperan felices en febrero. Nos hace bien saber que un hombre que en casos muy excepcionales puede ser infalible, comete errores en su vida diaria.
Francisco se expone, y esto se observa en sus textos sobre cuestiones sociales. "Laudato si" es un documento maravilloso, lleno de sugerencias, si bien contiene muchas afirmaciones discutibles ("discutible" no significa "falso"). ¿Podría haberse cuidado más? Sí. ¿Habríamos ganado mucho? Pienso que no. Cuando plantea esas tesis provocativas, nos está tratando como personas adultas: gente que tomará sus ideas no como una palabra final, sino como un punto de partida para seguir conversando.
Lo mismo pasa con su carta de esta semana a los participantes del Foro Económico Mundial, en Davos. En ella hay un diagnóstico negativo sobre las consecuencias económicas de la globalización. Uno podría decir: "¿Será exactamente como el Papa dice?". Al mismo tiempo, implora a esos líderes mundiales: "¡No se olviden de los pobres!". ¿Cabría negar que está apuntando a lo fundamental?
Algunos católicos se ponen nerviosos porque "parece" que al Papa se le nota su sensibilidad política. Aunque nuestras categorías ideológicas le quedan chicas, es posible decir que, por más que mantenga los brazos abiertos para todos, a Francisco se le inclina el corazón un poco a la izquierda. ¿Es malo que sea así? Lo sería si olvidara el sano pluralismo que es parte esencial de la catolicidad. Pero no es el caso. No tengo nada de izquierdista, pero me parece bueno que muestre sus preferencias, al menos por dos razones.
La primera apunta a su reforma del estilo mismo del papado. Si los Papas son personas que solo hablan de lo que están completamente seguras, si siempre están ejerciendo un magisterio de carácter vertical (ciertamente necesario en determinadas ocasiones), entonces uno podría inquietarse cuando el Papa da una opinión discutible en materias que admiten muchos puntos de vista.
Pero se puede igualmente ver de otra manera: cuando se leen los textos de Francisco, se observa que apunta a problemas muy centrales, propone ciertos diagnósticos de las causas y presenta algunos caminos de solución. Alguien podrá pensar que hay respuestas mejores, pero el problema que señala es válido y pide una solución que además sea compatible con su modelo fundamental: Jesucristo. Francisco no permite quedarse tranquilo.
La segunda razón tiene que ver con una auténtica tragedia del siglo XX: el alejamiento de la izquierda de la Iglesia. Hagamos un ejercicio tan sencillo como pensar en nuestros parlamentarios: ¿Cuántos socialistas o PPD son católicos convencidos? Esta lejanía es fatal para las dos partes: ha llevado a la izquierda a entregarse acríticamente a un ideal de autonomía individualista de carácter burgués, que nada tiene que ver con su aliento original; también es grave para la Iglesia, que ha quedado coja, porque su pierna izquierda está disminuida. Esta sensibilidad del Papa puede ayudar a que la gente de izquierda de todo el mundo tenga una mirada distinta de la fe, que deje de ver a la Iglesia como algo ajeno a sus angustias y anhelos. Todos ganan con esta peculiar sensibilidad del Papa Francisco; también los conservadores, siempre que tengan altura de miras.