No seamos fundamentalistas. No hay nada de malo en pensar en cerveza cuando uno piensa en pizzas. De hecho, en mi cabeza, es la primera opción. Qué mejor que una helada rubia para contrarrestar todo ese ataque de quesos, salames y salchichas. La cerveza no sólo nos refresca, sino que también tiene la virtud de refrescar la comida.
Habiendo dejado ese punto claro, también habría que decir que el vino tiene todo el derecho a reclamar su sitial en la pizza nuestra de los viernes por la noche. Sobre todo, tomando en cuenta uno de los consejos básicos que los sommeliers nos dicen a la hora de armonizar comida y vinos. Y dice, más o menos, así: comida simple para vinos simples. O viceversa.
Los amantes de la pizza podrán argumentar, por cierto, que no hay solo una pizza, sino que muchas. Cómo poder comparar una pizza con anchoas con una con almejas y jamón. Y sí, es verdad. Pero no nos vamos a complicar la vida con comida simple, así es que lo mejor es partir por una afirmación más o menos antojadiza. Las pizzas van con tintos. Incluso si la pizzería de tu barrio tiene una receta increíble de pizza con piñas (si me lo permiten, algo que yo no tolero) aun así hay tintos para ese tipo de casos.
Vinos simples, siempre. Frutales, frescos, ligeros. Incluso cuando se trata de pizzas con chorizo, pepperoni y vaya uno a saber qué otro embutido cárnico, la idea es refrescar. Y por eso el tinto tiene que ser ligero, de buena acidez. Puede tener astringencia, lo que se agradece si hay mucho queso de por medio, pero siempre con una cuota refrescante que le dé equilibrio a todo el conjunto.
De ese tipo de vinos, ahora hay bastantes en el mercado. Las nuevas tendencias proclaman hoy que los tintos ya no tienen que ser súper corpulentos y maduros (es decir, dulces) ni tampoco con toneladas de barrica nueva que los hagan oler a palo. Esta tendencia es una buena noticia para las pizzas, por cierto. Esos vinos frescos y ligeros son justo lo que necesitan.
Habiendo dejado entonces de lado la cerveza lager bien heladita, yo diría que muchos vinos tintos simples y baratos (y con eso me refiero a menos de $3.000) puede que vayan bien, siempre y cuando no abusen del dulzor, cosa frecuente en tintos de bajo precio, asunto lamentable a no ser que exista una pizza que se pueda comer a la hora del postre. En esos vinos van a encontrar cuerpos livianos, pero esa cuota de dulzor puede que les arruine la fiesta. No es, entonces, una apuesta segura.
Lo seguro, para mi gusto, sería ir por toda esa cada vez más abundante oferta de cinsault y país que hoy marcan su presencia en nuestro pequeño, pero pujante mercado local. El cinsault tiene ese cuerpo suave y ligero y, en sus mejores momentos, también una muy rica y crujiente acidez. El país, por su lado, tiene esa cosa medio rústica en su textura, medio astringente, que lo hace ser tan buen compañero de choripanes y porotos con longanizas, pero también de las pizzas. Y además, tiene ese frescor, eso de querer seguir bebiéndolo hasta que se acabe la botella.
Independiente del precio -muchas veces demasiado elevado para vinos tan simples, hay que admitirlo-, estos tintos siguen siendo frutales, refrescantes. La moda los ha transformado en otra cosa, pero en su esencia son vinos de pizza. Vinos simples para comida simple. Hora de cambiar la cerveza por un tinto.