Vino Innovador del Año: Grus 2014 Viñedos de Alcohuaz
Las ganas de explorar el territorio chileno para el vino han llevado a los productores a aventurarse en muchos lugares. Algunos de ellos han sido redescubrimientos, mientras que otros son vírgenes, zonas en donde nunca antes se plantó una viña. En ese contexto, y teniendo en cuenta que Chile es un país de montañas, resulta lógico que haya más y más vinos que vengan de las alturas de Los Andes. Entre todos esos proyectos, Viñedos de Alcohuaz es el más radical.
Situado en el Valle del Elqui, con viñas por sobre los dos mil metros, pertenece a la familia Flaño con la asesoría de Marcelo Retamal, un enólogo que se ha dedicado a cambiarle la cara al vino chileno desde la Viña de Martino. En Viñedos de Alcohuaz, la apuesta es por la altura y la influencia que los cielos del Elqui pueden tener en las uvas, pero también es por la casi cero intervención en la bodega y, aún más, recurriendo a técnicas ancestrales de vinificación como lagares de piedra y uva molida a pie. Los romanos hacían eso.
Los Flaño comenzaron a plantar sus viñedos en las alturas de Alcohuaz en 2005, un territorio árido, poblado de espinos, de zorros y de liebres. También a veces se ven cóndores cortando el azul del cielo en un lugar que anualmente tiene -de acuerdo a los lugareños- sesenta días nublados, cinco días de lluvias y trescientos días de sol. Para vinificar esas viñas, la bodega comenzó a construirse en 2010 o, mejor, a horadarse en la piedra de las montañas en una arquitectura completamente inusual en el contexto del vino chileno. Para la vinificación, sólo se usan huevos de cemento y madera. Y eso es todo.
Grus es uno de los dos vinos que Viñedos de Alcohuaz ha lanzado al mercado. Se trata de una mezcla de 50% syrah, 36% garnacha, 13% de malbec y el resto de petit verdot. La uva se pisa en los lagares, se cría por un año en cemento y luego se embotella. "Mi hipótesis es que en zonas de tanta altura, el suelo deja de ser tan importante y la clave es el clima. Hay que saber cómo proteger las uvas del sol. Casi no hay enfermedades debido a la sequedad del ambiente, pero sí hay que tener un viñedo equilibrado para que los sabores no se quemen", dice Retamal. Y por cierto que no se siente nada "quemado" en este primer Grus, un vino que resalta por la pureza de sus sabores a frutas rojas, por su acidez y por su frescor, por las especias y por todos los aromas, pero que además cuenta toda una nueva historia en el contexto del vino chileno.
Enólogo Innovador Joven: Viviana Navarrete
En septiembre de 2014, Emilia, la tercera de las hijas de la enóloga Viviana Navarrete, tenía apenas dos meses de edad, así es que estaba con nosotros, en medio de una cata de los vinos que Viviana hace desde 2007 para Viña Leyda. Para los registros, Emilia se portó muy bien, a pesar de las disculpas que Viviana nos dio por llevarla. Con la música de Baby Bach de fondo, Emilia se quedó en su coche como si nada, mientras su madre explicaba los vinos, con calma, pero siempre con un ojo puesto en su hija.
Esa anécdota puede que retrate muy bien el compromiso de esta enóloga con su trabajo y con su papel de mamá, lo que ya habla muy bien de ella. Sin embargo, y joven como es, la calidad y el carácter de sus vinos están a la par de sus sacrificios personales y profesionales. Los vinos que ella está haciendo en el Valle de San Antonio para Viña Leyda se encuentran, fácilmente, entre los mejores que hoy Chile ofrece de zonas costeras.
Pero antes de llegar a Leyda, Viviana trabajó por cuatro años junto a Ignacio Recabarren en Concha y Toro. Recabarren es uno de los enólogos míticos en la escena de vinos chilena, y para ella fue una gran escuela, lecciones que aplicaría más tarde en Leyda, trabajando especialmente con pinot noir y sauvignon blanc, pero también con syrah plantado en las frías laderas de granito y arcilla, hacia las costas de la zona central.
Hacia mediados de los años 90, Viña Leyda fue la pionera en plantar viñedos en San Antonio, una zona que pretendía emular los éxitos de Casablanca (otra zona costera), pero que hoy ya tiene su espíritu propio. Viviana ha consolidado el trabajo de Leyda, haciendo que sus vinos sean fieles ejemplos de sentido de lugar. Tomen, por ejemplo, un vino tan simple como el Reserva Pinot Noir 2015. Una de las obsesiones de esta enóloga es el pinot, y lentamente está construyendo una serie de pinot sólida como pocas, partiendo por este delicioso y refrescante jugo de frutas rojas, pero también con algo más de ambición en sus pinot de sectores específicos dentro del viñedo de Leyda, como Las Brisas, Cahuil y Lot 21, tres vinos que muestran -sobre todo a partir de la próxima cosecha en el mercado de 2015- la sensibilidad de esta enóloga por obtener vinos apegados a su origen, pero también vinos deliciosos desde las costas del Valle Central de Chile.
Premio a la trayectoria: María Luz Marín Casa Marín
Para las generaciones que entran en el mundo del vino, el hecho de contar con vinos costeros es algo que se da por entendido. Sin embargo, hacia 1982, cuando se plantaron los primeros viñedos en Casablanca, la idea de aproximarse al mar para producir vinos resultaba toda una osadía, una idea descabellada.
Casi veinte años más tarde, en 2000, cuando María Luz Marín comenzó a plantar viñas en un lugar costero mucho más radical como Lo Abarca, a cuatro kilómetros del mar, el proyecto de Casa Marín también fue visto con mucha suspicacia. En un lugar tan cerca del Pacífico, resultaba una locura creer que las uvas podrían madurar. Sin embargo, María Luz es una mujer fuerte, llevada de sus ideas. Y los primeros vinos que saldrían de esas parras terminarían por silenciar esas voces. La primera cosecha de sus single vineyard Laurel y Cipreses son hoy un punto de inflexión en la breve pero intensa historia del sauvignon blanc en Chile.
Lo Abarca es una zona rural muy cerca del Puerto de San Antonio, una especie de olla hecha de montes. Antes del vino, los suelos graníticos y calcáreos del lugar ya tenían su fama por las lechugas costinas, esas lechugas de hojas alargadas y crujientes. Muchos de esos sabores están en los vinos de Casa Marín, ese frescor de la acidez en sus blancos y tintos que, por mucho que María Luz quiera cubrir con madurez (y vaya que madura sus uvas) no logra disfrazar, porque siempre es el lugar, la potencia de una apelación la que se impone.
Casa Marín quedará en la historia del vino chileno por ser pionero en la idea de buscar lugares jugados para la producción de vinos o, como hoy está tan de moda decir, situarse fuera de la "zona de confort" y aventurarse en busca de nuevos sabores. Pero también por descubrir un lugar de tanta personalidad, capaz de imprimir con tanta claridad su paisaje en sus vinos. Y eso no es poco.
Y no es poco a la luz de sus sauvignon. Pero tampoco lo es si miramos los nuevos vinos de Casa Marín. María Luz junto a su hijo Felipe tienen un nuevo viñedo, plantado en las laderas de Lo Abarca, esta vez sobre suelos blancos, ricos en cal. Esta vez la aventura fue ver cómo cepas acostumbradas a lugares mucho más cálidos, como la garnacha, se daban en ese lugar. El resultado es Viñedo Lo Abarca Nº3, una mezcla de 55% de garnacha y el resto de syrah, un tinto delicioso, refrescante y frutal, y a la vez de una personalidad única que sólo se puede obtener en ese pequeño rincón de las costas chilenas.