Puede que sea sólo una idea mía, pero siempre me ha dado la impresión de que al sauvignon blanc como que no se le toma muy en serio en Chile, metafórica y literalmente hablando. El vino del aperitivo, el vino aromático, fresco, pero no necesariamente corpulento. Un vino para refrescar, porque para cosas más importantes está el chardonnay y, claro, los tintos.
Dejando a un lado los grandes ejemplos de la cepa en Chile -y también los de Francia, Nueva Zelandia o Italia- el sauvignon blanc ha vivido momentos complejos en su batalla por ser considerado un blanco serio. Mucho tiene que ver, por cierto, el auge de los sauvignon neozelandeses que, a mediados de los años 90, comenzaron a imponer un estilo bien definido: mucho aroma, pero no siempre mucho cuerpo, o así al menos decía la caricatura.
Con la llegada del nuevo milenio y la revalorización de los grandes ejemplos del Loire, el sauvignon poco a poco comenzó a mudar en la mente de los enólogos hacia algo más serio, más próximo -si lo prefieren- a los grandes sauvignon franceses. En otras palabras, el cuerpo de los sauvignon comenzó a ser un punto central. "Yo creo que la gente terminó por aburrirse de esa explosión de aromas, pero que en la boca no pasaba mucho", dice Adolfo Hurtado, enólogo de Cono Sur y autor del 20 Barrels Sauvignon Blanc, uno de los mejores sauvignon hoy en Chile.
Para lograr que, como dice el enólogo Pablo Morandé, el sauvignon se vaya a "sentar a la mesa", es decir, para que tenga el cuerpo suficiente como para acompañar las comidas, el trabajo se ha centrado en el viñedo. "El sauvignon es una cepa que puede dar muchos kilos por planta. El trabajo, entonces, se ha centrado en reducir las producciones para obtener uvas con sabores más concentrados", añade Hurtado.
También han ayudado las dos últimas cosechas en Chile. Tanto 2014 como 2015 han sido años más de cuerpo que de aromas, y es por eso que hoy no es para nada raro que en las estanterías se encuentren con sauvignon que parecen que han levantado pesas por unos buenos meses, y lo mejor es que no necesariamente a precios exorbitantes.
Claro que para beber los grandes ejemplos de sauvignon hay que pagar un poco más. Y no sólo por el hecho de que la parra produce menos uvas, sino que también para ganar más cuerpo, estos nuevos y corpulentos sauvignon blanc tienden a tener crianzas en madera que, aunque breves, hacen subir el precio. Y también porque estos vinos por lo general vienen de sectores específicos del viñedo, allí donde los sabores son más concentrados, uvas que cuesta más producir.
Pero eso es obvio. Lo mejor hay que pagarlo. Y aunque pueda resultar exagerado pagar más de $15.000 por una botella de sauvignon blanc chileno, eso también es parte de tomarlo más en serio.