El viaje a Buenos Aires tuvo un sabor agridulce para Bachelet. Macri es un buen anfitrión y la ciudad ha recuperado algo de su belleza, pero probablemente le trajo malos presagios acerca de lo que será el 11 de marzo de 2018: ¿Logrará entregar la banda presidencial a alguien de su coalición? En todo caso, la situación de Bachelet es muy diferente a la de Cristina, porque nuestra Presidenta no necesitará destruir ningún documento ni tampoco corre el riesgo de pasar un tiempo luciendo un modelito a rayas horizontales blancas y negras. La Nueva Mayoría tiene muchos defectos, pero no es una versión chilena del kirchnerismo.
Lamentablemente, su sentido del deber le impidió quedarse a la gala en el Colón, una tradición republicana que los Kirchner, mostrando su aprecio por la cultura, habían suprimido por considerarla "elitista".
A su vuelta a Chile, Bachelet tuvo que probar el trago más amargo: la decisión del Tribunal Constitucional declarando que la fórmula elegida para conseguir la gratuidad era, en dos aspectos importantes, contraria a la Constitución. Se trata de una resolución muy interesante, por varias razones.
En primer lugar, la derrota para el Gobierno no fue completa, porque el TC aceptó la discutible fórmula de utilizar una glosa de la Ley de Presupuestos para resolver materias que, en principio, deberían ser objeto de una ley común. El texto aún no ha sido publicado, pero podría ser histórico si abre la puerta para la generalización de una práctica muy peligrosa. Al mismo tiempo, la resolución muestra que, aunque el TC ha adquirido un cariz cada vez más político y menos jurídico, la alineación partidista no es completa, y podemos esperar fallos menos previsibles, al menos mientras dure su actual composición. Esto es una buena noticia.
El TC también declaró que la solución del Gobierno para la gratuidad era discriminatoria. Parecía evidente, pero como el sentido común no es el valor más apreciado en La Moneda y sus alrededores, este aspecto de la decisión resulta tranquilizador, aunque plantea un problema enorme no solo para la coalición gobernante, sino también para la oposición: ¿cómo enfrentar las infinitas expectativas que Michelle Bachelet contribuyó a despertar, cuando se cuenta con recursos limitados y ya no está al alcance de la mano la vieja fórmula de hacer recaer los costos sobre los alumnos más pobres de las universidades privadas?
El tercer punto, sin embargo, es el más interesante: el TC declaró que no cualquier exigencia era legítima a la hora de invitar a las universidades a sumarse a la gratuidad. Concretamente, ya no será necesario contemplar mecanismos que aseguren la triestamentalidad en el gobierno universitario. El tema de la triestamentalidad es muy interesante desde el punto de vista filosófico y político, pero uno se pregunta qué pueden hacer con ella esos jueces. Con todo, este es un caso más de una tendencia universal: la de pasarle a los pobres tribunales los problemas filosóficos que nosotros no somos capaces de resolver. En todo caso, no se metieron en honduras, solo señalaron que era una exigencia discriminatoria (pues algunas universidades estatales no la cumplen).
Uno pensaría que la decisión de si, por ejemplo, los alumnos deben formar parte de los órganos superiores del gobierno universitario, no puede tomarse en general, sino que debe ser resuelta por cada universidad de acuerdo con su identidad. De hecho, hay experiencias exitosas en ambos sentidos, lo que aconsejaría evitar dogmatismos. Pero como los asesores del Ministerio de Educación experimentan un gozo singular a la hora de decirnos cómo debemos ser, utilizaron el tema de la gratuidad para pasarnos de contrabando su propio modelo universitario. Afortunadamente, por 7 votos contra 3 el TC puso las cosas en su lugar. Preocupa, sin embargo, que haya 3 jueces constitucionales que estén a favor de imponer la triestamentalidad. Da la impresión de que les falta mundo.
Sumando y restando, el Gobierno ha sufrido una nueva derrota, esta vez en el más emblemático de sus proyectos. La habría evitado con un poco más de diálogo y menos dogmatismo. La duda es si sacará algunas lecciones o si continuará, inexorable, en la marcha hacia una sociedad "novomayoritaria" que no parece coincidir con los anhelos de la población. En su discurso del jueves, donde comentó el fallo, la Presidenta empleó en una ocasión la palabra "mérito". Ya habíamos olvidado esa expresión piñerista. Quizá sea el regalito que nos trajo de Buenos Aires.