Lo hemos reporteado durante un buen tiempo ya en Wikén, y en las catas de esta nueva versión de la guía "Descorchados" ha quedado más que claro. Ya no solo los vinos diferentes nacen de las viñas pequeñas, sino que ahora también vienen de las empresas establecidas, las mismas que hasta hace poco corrían muy pocos riesgos cuando se trataba de impresionar al consumidor.
Eso ha cambiado. Pioneros han sido los ejercicios de De Martino en el Valle de Itata, un descubrimiento (o, mejor, redescubrimiento) del calibre del Valle de Casablanca -en términos de influencia e importancia- y que ha llevado a muchas otras bodegas a aventurarse en la zona, ya sea minúsculas como Rogue Vines o grandes viñas como Concha y Toro. Cuando se llega a esa zona y se trata con esas uvas, sencillamente es muy poco astuto hacer el mismo vino que se hace más al norte, en el Valle Central. El lugar, el paisaje, el clima piden otra cosa. Afortunadamente, las viñas que han llegado allí así lo han entendido.
El estilo de los vinos que se obtienen en Itata, sobre todo en tintos, es fresco, ligero, amable, frutal. Vinos que van mejor sin madera nueva y sin mucha extracción; jugos para adultos. Ese estilo ha ido penetrando en el inconsciente colectivo y hoy ya hay muchos vinos de ese estilo rondando por ahí. Y claro, hechos por viñas grandes que antes se confiaban absolutamente en los cuerpos potentes y el extensivo uso de madera nueva para impresionar.
Uno de los ejemplos más notables son las travesuras de la enóloga Andrea León para Lapostolle, uno de los baluartes en el estilo grande y potente en tintos en Chile. Su línea Collection está llena de vinos deliciosos en su frescor y de zonas tan distintas como Apalta, Itata, Elqui o Colchagua. Se trata, por cierto, de pequeñas producciones que no llegan a eclipsar (al menos en volumen) lo que Lapostolle hace para un público más masivo, pero definitivamente son una buena dosis de aire fresco.
El caso de Lapostolle es sintomático hoy en la escena chilena. Los dueños de viñas se han dado cuenta de que hay que darle algo de libertad al enólogo, que no lo pueden tener todo el tiempo haciendo lo mismo, con el pretexto de que eso es lo que quiere el consumidor. Pero también saben que existe un mercado para un nuevo tipo de vinos y, además, que la imagen de la viña se ve favorecida.
Este año, en "Descorchados" hemos visto, por ejemplo, que Sebastián Labbé, el enólogo de viña Carmen, ha lanzando su serie Productores, una línea muy personal que combina vinos de pequeños y viejos viñedos con algunas excentricidades como, por ejemplo, un portuguese bleu, todos vinos que antes no tenían cabida en el exitoso, pero conservador catálogo de Carmen.
Otro de los casos emblemáticos, pero esta vez en un nivel mucho más alto de precios, es Luis Pereira, un proyecto de Santa Carolina del que ya les hemos hablado, y que intenta rescatar las técnicas de vinificación y viticultura de antaño. Luis Pereira Cabernet Sauvignon 2013 es uno de los mejores cabernet de la guía este año, pero sobre todo un tinto jugoso y fresco como nunca le habíamos visto a Santa Carolina.
Para equilibrar esta verdadera revolución de las viñas tradicionales, en "Descorchados 2016" inauguramos una nueva sección. Le hemos puesto "pequeñas aventuras", y pretende destacar el trabajo de productores a escala pequeña y que a la vez hacen cosas que valen la pena. Por ese lado, la escena chilena se sigue moviendo muy fuerte. La sección tiene nada menos que cuarenta y cuatro ejemplos de nombres que poco y nada nos sonaban antes.
Y, claro, también este año ha habido ganadores en las categorías principales. A pesar de todas las novedades y cosas que están pasando en el vino en Chile, el mejor tinto fue Silencio 2011, de Cono Sur, un híper tradicional cabernet sauvignon del Maipo Alto, un monumento de tinto lleno de sentido de lugar, de esos vinos que solo se pueden hacer en Chile. Mientras tanto, el mejor blanco fue para Las Pizarras 2014 de Errázuriz, un chardonnay de la zona de Aconcagua Costa, otra catedral de vino, y uno de los mejores blancos que se han hecho en Chile, o al menos que yo haya probado. Todo eso y, claro, la más sicodélica de las portadas que ha tenido este libro en sus ya dieciocho años de historia.