Los cambios de residencia, de una ciudad a otra o a un país diferente, significan una serie de cambios emocionales en los niños que pueden afectarlos, en la niñez temprana, en la preadolescencia o en la adolescencia. Dejar su colegio, amigos, profesores y lugares donde se sienten seguros, para pasar a una realidad diferente que no conocen y que puede aparecer como amenazante, aun cuando para otros puede ser una aventura. Los cambios significan improntas importantes para la vida del niño, y también para sus padres, quienes de una u otra forma también van a verse afectados por los impactos emocionales en sus hijos. En estas situaciones hay que estar alerta a sus reacciones para acompañarlos durante todo el proceso. La reacción y la compañía de las figuras de apego son esenciales para enfrentar con éxito los cambios. Adaptarse a ellos da una flexibilidad cognitiva que puede ser una herramienta importante en un mundo en que los cambios son cada vez más frecuentes y rápidos.
En la excelente novela de Emmanuel Carrère "Una semana en la nieve", el protagonista, llamado Nicolás, recuerda el día en que se mudaron cuando tenía siete años y se tuvo que cambiar de residencia a otra ciudad por una situación traumática en la vida de sus padres: "El último día, una vez embalado todo en las cajas que tenían que venir a buscar los de la mudanza cuando ellos se hubieran marchado, Nicolás se sentó en medio de su cuarto vacío y lloró como se llora cuando se tiene siete años y ocurre algo horrible que uno no comprende". Este recuerdo marcó a Nicolás y situaciones semejantes pueden afectar a muchos otros niños que cambian de residencia.
Un cambio puede ser una experiencia enriquecedora, en la medida que se elaboren las pérdidas que significan y los niños estén preparados y acompañados en el proceso de integrarse a sus nuevos contextos. La conexión empática de los padres con los contradictorios sentimientos de sus hijos, la tristeza que puedan experimentar, los temores por los escenarios desconocidos que les tocará incursionar, será básica para una adaptación exitosa. La compañía de los padres como figuras de apego primario tranquiliza a los niños y les devuelve la confianza en sus recursos emocionales para adaptarse a la nueva situación.
En la medida de lo posible, los niños deben conocer su nuevo colegio antes de entrar a clases, saber dónde está su sala y los baños, el patio del recreo, la biblioteca y las oficinas de la administración. Familiarizarse y dominar los espacios físicos le dará una sensación de seguridad. Si a ello se agrega conocer algunas personas significativas del nuevo colegio previo a su ingreso, idealmente otro niño, será de gran ayuda para su integración.