Al oír la noticia de los terribles atentados en París, es posible que George W. Bush haya recordado los días en que Juan Pablo II le imploraba que no invadiera Irak. No le hizo caso, derrocó a Hussein y, al hacerlo, destapó una olla de la que salió toda suerte de demonios, primero en Irak y luego en todo el norte de África. Porque, como enseñaban los medievales, no es cuestión de llegar y derrocar a un tirano: para que esa rebelión sea justa es necesario tener la seguridad de que no llegará algo peor.
También Angela Merkel y François Hollande habrán pensado si fue una decisión inteligente marchar personalmente en las calles, junto a millones de ciudadanos en los diversos países de Europa, para defender el "derecho" del semanario satírico Charlie Hebdo a burlarse de Mahoma y los musulmanes, y rechazar, con razón, el asesinato de sus dibujantes. En efecto, el éxito en el combate contra el extremismo islámico supone contar con la buena voluntad y la decidida cooperación de los musulmanes moderados. Aunque ellos son la mayoría, actualmente no tienen especiales motivos para apoyar la acción antiterrorista de unos Estados que denigran sus convicciones más íntimas y donde no se sienten integrados.
Las relaciones con el mundo musulmán son, en sí mismas, muy difíciles y están lastradas por siglos de guerras y desconfianzas. Por tanto, no es el momento apto para que nuestros liberales se den un gustito y hagan ejercicios de una supuesta libertad de expresión que incrementan el número de los que piensan que los autores de atentados suicidas están prestando un servicio a Alá.
Por el contrario, esta es la hora de realizar gestos positivos, destinados a mostrar buena voluntad respecto de los musulmanes moderados. Y esos gestos no deben ser los que a nosotros se nos ocurran, sino aquellos que sean más relevantes para esas personas atendida su mentalidad. Se ha perdido mucho tiempo con tonterías como el prohibir a las niñas musulmanas el uso de un sencillo velo en las escuelas, y es necesario hacer todo lo posible para recuperarlo. No hay que olvidar que el Estado Islámico ha matado a muchos cristianos, pero también a innumerables musulmanes que no han estado dispuestos a sumarse a su locura, de modo que la tarea de contar con la activa colaboración de los musulmanes que viven en Europa es difícil, pero no imposible.
No solo Bush, Merkel y Hollande habrán hecho recuerdos y sacado conclusiones mientras veían las imágenes de esa noche de horror. Otros habremos pensado, agradecidos, en la sabiduría del Presidente Lagos, que resistió las presiones norteamericanas y se negó a involucrar a Chile en el conflicto de Irak y traer a nuestra tierra los problemas del Medio Oriente.
La pronta reacción del Gobierno francés muestra, también, cómo se combate el terrorismo. Dudo que alguno de los policías y militares que participaron en los actos antiterroristas que se realizaron en la capital francesa pueda albergar el más mínimo temor a enfrentar un sumario disciplinario y, mucho menos, que tenga la preocupación de ser procesado por haber disparado precipitadamente. Los franceses saben bien que hay un tiempo de guerra y un tiempo para la paz, y que cada uno de ellos se rige por reglas distintas (aunque eso no significa que en el primero quepa hacer cualquier cosa). Alemania, por su parte, puso de inmediato a disposición de sus vecinos sus mejores unidades antiterroristas, porque esas naciones entienden que hay peligros que es necesario enfrentar en conjunto.
Hay, por último, otra consideración importante que se puede hacer en este momento de dolor. La paz es un bien muy frágil. Esta generación de europeos está acostumbrada a gozar de ella, pero durante siglos cada ciudadano alemán o francés había vivido al menos una o dos guerras a lo largo de su existencia. Estos atentados traen malos recuerdos a los ciudadanos en esos países y les hacen pensar en la fragilidad de la existencia. Uno de los muchos problemas que representa el Estado Islámico es que no cabe hacer política con él, puesto que solo entiende el lenguaje de las armas. Por eso, cuando hoy muchos desprecian la política, no hay que olvidar que ella en cualquier momento puede ser reemplazada por la guerra. Y cuando eso sucede, nada añoran más los hombres que los tiempos en que reinaba la política que antes denigraban.