La colusión de dos importantes empresas en el campo del papel tisú ("tissue", para los que no sepan castellano) da, ciertamente, para una película, con ejecutivos lanzando computadores al canal San Carlos para eliminar pruebas, utilizando teléfono de prepago, y otras lindezas por el estilo. Pero, además, daña aspectos neurálgicos de nuestro sistema social.
En efecto, la democracia política y la economía de mercado funcionan bien cuando existen mecanismos de autocontrol que permiten que la gente no haga todo lo que está al alcance de la mano. Las libertades política y económica suponen un respeto muy estricto de ciertas reglas del juego, que no son relativas ni están a disposición de los sujetos. De lo contrario, necesitaríamos contar con tantos guardianes que, además de resultar económicamente insostenibles, terminarían por hacer ilusoria la libertad que esos sistemas proclaman.
¿De dónde se obtienen esos mecanismos de autocontrol? ¿Cómo conseguimos que empresarios, políticos, abogados, periodistas y otras personas poderosas no hagan todo lo que podrían hacer, aunque nadie los vigile en ese momento, sino que reconozcan ciertos límites infranqueables? Ni la democracia ni el mercado producen la ética necesaria para su funcionamiento. Esa capacidad, en parte, la traen las personas desde la casa, pero eso no basta. Debe ser reforzada por otras instancias. El problema es que esas otras instancias están más bien ausentes, por lo que únicamente nos queda confiar en las medidas judiciales, que por definición solo funcionan a posteriori , es decir, cuando el daño está hecho.
Pensemos, por ejemplo, en las universidades. Allí se forman las élites económicas y políticas. ¿Cuántas de ellas tienen programas sistemáticos de ética empresarial? Para la mayoría, esta es una materia que se reserva a unas alusiones en el discurso del decano durante la ceremonia de graduación. Además, los cursos de ética son una pequeña parte de lo necesario para que nuestras instituciones no entreguen títulos de gánster. ¿Cuántas universidades se toman en serio la prevención y castigo de la copia, ese flagelo que, con apariencia inocente, constituye una magnífica escuela de futuros comportamientos irregulares?
Por otra parte, al interior de las empresas no faltan sistemas de remuneración que, en ocasiones, constituyen un incentivo a los comportamientos ilegales. Me refiero a la práctica de premiar con incentivos los logros de los ejecutivos, un mecanismo que, aparte de discriminatorio (pues esos incentivos pocas veces llegan al portero o la secretaria), resulta peligroso si no se toman ciertas cautelas, por más que esté muy extendido y casi nadie lo discuta. Determinados incentivos resultan tan atractivos, que, en los hechos, constituyen un estímulo para saltarse las reglas.
No estoy diciendo que los bonos sean intrínsecamente inmorales, pero hay que tener cuidado con algunos de ellos. Suponen que la meta perseguida está tan bien definida, que coincide exactamente con el bien de la empresa, incluido el de los accionistas minoritarios. Pocas son las inteligencias en el planeta capaces de hacer algo semejante: cuando se pone un incentivo para conseguir una meta única, todo lo demás se transforma en irrelevante. Se olvida que una empresa es una institución muy compleja, cuyo buen funcionamiento incluye muchos factores, que no siempre son tan visibles como la meta que se pretende obtener gracias a esos incentivos. De este modo, el bono puede terminar conspirando contra la salud de la organización misma. Pasa como con la PSU: si no contempla la historia antigua o medieval, sino solo la historia contemporánea, entonces el imperio romano o las cruzadas pasarán a ser cuestiones irrelevantes para el joven que quiere llegar a la universidad. Así, la prueba para medir conocimientos contribuirá a producir ignorantes.
Es probable que los dueños de los grupos económicos involucrados no supieran de estas actividades delictivas; sin embargo, también tienen su cuota importante de responsabilidad. De personas como ellos, que no son empresarios comunes y corrientes, cabe esperar no solo una mejor selección y control de sus ejecutivos, sino también que sean capaces de buscar otros modos de fomentar un trabajo bien hecho, y no que se limiten a repetir sin matices el sistema de incentivos vigente en el mercado, que en este caso ha terminado por ensuciar un papel que debería estar muy limpio.