Helen (Emily Watson), administradora del campamento base a los pies del Everest, recibe con desilusión las noticias del tiempo, porque la tormenta impide el ascenso de los alpinistas. La mujer les llama clientes, con justa razón, porque es gente que compró uno de los paquetes que ofrecen empresas como Adventure Consultants o Mountain Madness: 65 mil dólares por persona y la posibilidad de algo único: escalar los 8.848 metros de la montaña más alta del mundo y desde ahí mirar el mundo.
La desilusión de la burócrata es razonable y la expresa a viva voz: "Otro año sin clientes en la cima". Una publicidad que no es buena para un negocio próspero y para millonarios, donde dos guías emprendedores, Rob Hall (Jason Clarke) y Scott Fisher (Jake Gyllenhaal), unen fuerzas y ordenan equipos, para evitar los reclamos e incomodidad de los clientes ante las expediciones que compiten, se empujan, esperan turno y el lugar parece un supermercado.
"Everest" es una película de catástrofes que se conecta con el auge del género en los años 70 -incendios, inundaciones, terremotos y la tragedia del Poseidón-, donde el protagonismo se diluye en el colectivo y hay estrellas -Robin Wright, Sam Worthington y el propio Gyllenhaal- que asumen un rol secundario, porque el gran protagonismo es para el volumen y la altura de la naturaleza que se mantiene enorme, ingobernable y misteriosa.
La película se va a construir sobre un relato donde el heroísmo, si existe, es ocasional y fruto de algún impulso instantáneo.
La competencia por llegar a la cumbre nevada y plantar banderines y banderas no es más que la obra de personas ansiosas, ambiciosas y obstinadas.
Lo concreto y real es la debilidad de esos cuerpos que revientan por dentro y por fuera, sin oxígeno, con frío y tanta tos, vómito y ahogo.
Clientes ansiosos por un relato existencial y por el deseo de dominar una realidad que los supera, con el fin de ser el primero, contárselo a los hijos, llegar donde nadie llega, superarse a sí mismo o algo tan prosaico como huir del matrimonio y la rutina, y para eso, es evidente, no hay necesidad de viajar tan lejos.
La montaña y la película se cierran sobre esos alpinistas, guías, emprendedores y clientes: los planos los oprimen y las secuencias los persiguen; la oscuridad, el viento y el frío de la noche los aplastan; los instrumentos -tubos de oxígeno, cuerdas, ropa- empiezan a no servir de nada; y los teléfonos y comunicaciones, en esas horas dramáticas, sólo son útiles para despedirse.
"Everest" se basa en hechos ocurridos en mayo de 1996 y al final de la historia, como es habitual en el género, aparecen las fotos y los nombres de las personas reales, porque la película es piadosa, pero no llega a ser un tributo ni tampoco un homenaje.
Es más bien un epitafio, por el clima inhumano, la competencia inútil y la aventura congelada.
"Everest".
EE.UU.-Gran Bretaña-Islandia. 2015.
Director: Baltasar Kormákur.
Con: Jason Clarke, Josh Brolin,
Keira Knightley.
121 min. TE+7.