El resultado de este segundo elenco de "I Due Foscari" es razonable, con buenos logros en la orquesta y solidez y fuerza en el coro. Pedro Pablo Prudencio dirigió con seguridad, energía y cuidadosa atención detalles y matices en tempi y acentuación. De su ya multiplicada experiencia ha sacado excelente partido. Muy comprensivo con los cantantes, estructura equilibradamente el flujo vigoroso de este interesante Verdi temprano.
En la producción de Pablo Maritano, puntos altos y otros no tanto. La escenografía (Nicolás Boni) tiene aciertos, como la solemne sala del Consejo, con su gran estrado e imponentes evocaciones de la Venecia de los Tintoretto, Veronese y otros. Menos afortunada es la prisión, en la que la iluminación (Ricardo Castro) -eficaz en los demás cuadros- en algunos puntos no ha sido bien resuelta, como en Notte! Perpetua notte che qui regni , pese a que la visibilidad se aprecia bastante aceptable. La régie , relativamente respetuosa del libreto, en este caso nada gana con el vestuario (Sofía di Nunzio), en el que una transposición innecesaria no agrega valor y crea confusión al apelar simultáneamente a distintas épocas -fascismo italiano, franquismo, dictaduras militares, los años 40, el 1400 veneciano, alguna corriente estética de los años 70-80-, y se desarticula de la escenografía, con un pobre balance final.
Vocalmente, lo más destacado es la Lucrezia de la fogueada soprano argentina Mónica Ferracani, de largo fiato y agudos nunca ausentes cuando la partitura lo exige, volumen y proyección suficientes para atravesar los masivos concertados, agilidad en los recorridos por todo el registro, grave fácil -si bien el timbre se acidula un tanto-. Unido esto a su agraciada figura y una actuación sin excesos, su personaje es el más interesante de esta versión. Enteramente digno el Doge de su compatriota Omar Carrión, de extensa y probada trayectoria. Aprovecha el caudal de su experiencia y sus dotes vocales, que administra con sabia dosificación. Actoralmente, retrata bien al abrumado anciano que delinean Byron, Piave y Maritano.
Sorprende que no se anunciara desde el inicio la indisposición del tenor Gonzalo Tomckowiack -a la que él mismo aludió gestualmente en su saludo al término de la función-, exponiéndolo con eso a que el público lo evaluara con negativa sorpresa por una presentación que no debió tener lugar: entonación a menudo discutible, numerosos pasajes prácticamente solo marcados; su gran acto de la prisión fue calamitoso, con reiterados accidentes vocales. Penoso para él y para el espectador. Incluso se percibió cierto impacto de eso en la batuta del director. Sergio Gallardo fue un gran Loredano, tan bien caracterizado que le valió "cómplices" pifias de un público que, como en cierto teatro popular, censuraba su despiadado rol, mas no su certera entrega vocal y teatral.
Como es habitual, correctos todos los roles comprimarios: Luis Rivas (un sonoro Barbarigo), Yeanethe Münzenmayer (Pisana), Augusto de la Maza (Sirviente) y Claudio Esteban Cerda (Oficial).