En "La memoria del agua" el tiempo es como una corriente de aire y pasa una semana o un mes y quizás uno o dos años, pero Javier (Benjamín Vicuña) y Amanda (Elena Anaya) siguen atrapados y detenidos en un capítulo que es previo a la cronología de la película.
Es un episodio que permanece en el aire y son partículas, moléculas y pequeñas piezas trizadas de algo que ya nunca será como antes.
Es una de esas tragedias que obligan al susurro y la humillación y no se pueden mirar ni hablar de frente: su único hijo, Andrés, que iba para los 4 años, murió ahogado en la piscina y ese día alguien llamó por teléfono, Amanda se descuidó y Javier, que es arquitecto, estaba en otro lado.
Hay cosas que se han repetido una y otra vez. Cosas como que él debió estar, ella no debió pestañear y tampoco debió ocurrir lo que sucedió. Y esa muerte los está secando.
Matías Bize, como en todas sus películas, se sumerge en la materia que construyen dos personas: entre sí y a su alrededor, con la voluntad de seguir juntos y quererse.
Lo que los une se hila, teje y fabrica con objetos físicos: casa, muebles, auto, fotos, nieve, cama o juguetes. Y también con los sentimientos y las emociones que se comparten y se arrastran: caricias, proyectos, promesas y sueños.
Bize va a filmar lo que destruye a Javier y Amanda, y esa pérdida de humedad, calor y cariño, donde a ella no le quedan lágrimas, él las contiene y ambos comparten una lluvia ácida, corrosiva y culposa.
Son muy pocos los personajes que rodean a esta pareja que se descompone y se transforma por dolor.
Hay un matrimonio que construye una casa, donde Javier es el arquitecto. Quieren un tragaluz y ver las estrellas, vigilar las sombras, protegerse del sol y finalmente controlar la naturaleza, el destino y los acontecimientos.
Marcos (Néstor Cantillana), el ex novio de Amanda, nunca ha perdido la fe, y si no es por amor, entonces que la relación sea por soledad, caridad o consuelo.
Matías Bize es el más viejo de los cineastas jóvenes chilenos, pero no es por un asunto mecánico como la edad, sino por percepción, estado de ánimo y cierta angustia vital.
El director descubre, en esta película, que más allá de la pareja hay otras maneras de sufrir y querer. Un hijo muere. Hay recuerdos y tragedias que nunca se perdonan. El tiempo pasa y otro hijo regresa a casa.
Esta es "La memoria del agua" y la facultad curativa del tiempo.
Y el propio Matías Bize, quizás, anuncia que un ciclo termina y se agota, porque hay vida más allá de la pareja o del matrimonio o de lo que sea.
Su cine se mantiene delicado, tenue, intenso y doloroso, pero ya necesita romper rituales y pasar a otra etapa, porque de otra manera una filmografía se convierte en un peso y una cadena.
Es un cine que pide soltar lastre y explorar nuevos mundos, porque la rutina, según dicen, es el mayor peligro para la vida en pareja y para los directores de cine.
Chile, 2015. Director: Matías Bize. Con: Elena Anaya, Benjamín Vicuña, Néstor Cantillana. 88 minutos. T.E.