Muchas cosas podemos reprocharle a la Democracia Cristiana: su arrogancia en la década de los sesenta, la falta de consistencia entre sus principios y la conducta de algunos militantes, etc. Pero hay algo que nadie le desconoce: la sabiduría y el valor con que defendió la causa de los derechos humanos durante los años del gobierno militar.
Su defensa del derecho a la vida y la integridad física no fue interesada, pues, en términos generales, las víctimas de los abusos más graves en la materia no pertenecían a su tienda política, sino a sus adversarios de los años precedentes.
Por otra parte, la suya no era una defensa ingenua: antes del 11 de septiembre de 1973 la Democracia Cristiana se había opuesto con claridad a un proyecto político, el de la Unidad Popular, que con el correr del tiempo fue adoptando un talante claramente antidemocrático. Tampoco ignoraba que un número importante de las víctimas de desapariciones o torturas eran personas que creían en la legitimidad de la lucha armada tanto para acceder al socialismo como, después, para oponerse al gobierno de facto.
Pero la conciencia de esos factores no llevó a los líderes de la DC de entonces a pensar que ellos legitimaban cualquier cosa. Desde el primer momento les quedó claro que la defensa de la sociedad occidental, la seguridad nacional o cualquier otro valor jamás podrían justificar la transgresión de ciertos límites, representados aquí por el derecho de la vida. Su respeto no podía depender de culpas o inocencias, o de circunstancias externas más o menos dramáticas, sino que se asentaba en la dignidad humana, que tiene un carácter intangible; es decir, no se puede poner al servicio de consideraciones ulteriores: no podemos emplear la vida humana como simple medio para conseguir otras cosas, por muy importantes que ellas sean.
Hoy, cuando nuevamente está en juego el derecho a la vida, y no de cualquiera, sino de inocentes, la gran pregunta es: ¿seguirán las nuevas generaciones de la DC el ejemplo de quienes las antecedieron? ¿Tendrán la claridad mental como para darse cuenta de que hay conductas que no resultan justificadas ni aun a pretexto de circunstancias particularmente graves, como puede ser algo tan terrible como una violación? No se trata de unas preguntas como cualesquiera otras. Ellas apuntan a la razón misma de ser del Partido Demócrata Cristiano.
De más está decir que el rechazo al aborto es tan solo un punto de partida. Ninguna persona honesta puede quedarse tranquila por haberse opuesto al aborto si no manifiesta, con palabras y con hechos, su preocupación por la vida ya nacida, que muchas veces se desarrolla en condiciones indignas del hombre. En esta materia también constituyen un ejemplo las primeras generaciones de políticos de la DC, que no solo defendieron el derecho a la vida, sino también buscaron, con mayor o menor acierto, dar origen a un sistema económico y político donde los chilenos fueran actores de su propio desarrollo y no simples espectadores de un sistema que dispone de ellos como un recurso económico más.
Pero tal como una actitud pro vida sería falsa si se limitara solo a los no nacidos, ignorando el clamor de grandes masas desposeídas de lo necesario para llevar una vida genuinamente humana, cualquier sensibilidad social sería solo una máscara engañosa si es incapaz de incluir en su preocupación a los más débiles de los débiles, a los que aún no han nacido, particularmente cuando se los quiere transformar en seres descartables.
No faltan razones para confundirse. Algunos dicen que no se trata de legalizar, sino simplemente de "despenalizar" (¿estarían dispuestos a "despenalizar" la tortura en casos muy graves?). Otros proponen volver a la norma de 1931, que permitía el aborto terapéutico en caso de peligro para la vida de la madre. Olvidan que las palabras de la ley podrían ser las mismas, pero no la medicina, que ha avanzado tanto que estamos en una situación completamente distinta a la de hace 84 años.
Gabriel Valdés, Bernardo Leighton, Patricio Aylwin y otros como ellos no se confundieron: para estos democratacristianos no había vidas de primera y otras de segunda. No pensaron que se podía hacer una excepción a los principios del partido cuando se trataba de un caso incómodo, sea porque la víctima era un marxista o un no nacido, o porque defenderlos no estaba de moda. Ellos supieron estar en el lugar preciso a la hora señalada, y alzaron su voz en defensa de toda vida humana.