"Escribir crónicas es construir memoria", afirma el colombiano Alberto Salcedo Ramos, jurado del Premio Revista de Libros, dedicado por primera vez a este género. En estos días, coincide con la conmemoración de uno de los episodios más aberrantes del siglo XX -el ataque nuclear de Estados Unidos a Japón- la llegada a librerías de "Hiroshima", de John Hersey. Publicado por primera vez como artículo en un número completo de la revista The New Yorker, en 1946, y el mismo año como libro, en 1985 el autor agregó el capítulo "Las secuelas del desastre". Ahora se reedita la traducción al español de Juan Gabriel Vásquez.
Previo acuerdo con el editor del New Yorker, Hersey se propuso ir más allá de las abstracciones bélicas que, meses después de arrojadas las dos bombas -y durante muchos años-, intentaban justificar la destrucción de Hiroshima y Nagasaki con la supuesta búsqueda de un bien mayor, que era terminar la guerra y evitar más víctimas. No recurrió entonces a documentos ni informes oficiales, tampoco trató de entrevistar a altas autoridades estadounidenses o japonesas, ni a los jefes militares a cargo de la mortal acción. Viajó, en cambio, a Hiroshima, y durante tres semanas conoció y entrevistó a sobrevivientes con nombre y apellido, con familias, profesiones y oficios, con sus particulares y a la vez compartidos dramas.
El extenso artículo conmocionó a los lectores. Fue leído por radio, comentado en otras revistas y, según Vásquez, Albert Einstein habría solicitado -sin éxito- mil ejemplares. Y si en su momento algunos criticaron el estilo seco, distante, carente de adjetivos y juicios morales de Hersey, esto es precisamente lo que hoy resalta como el mayor valor ético y literario de su texto, y lo revela como un adelantado del "nuevo periodismo", que Tom Wolfe encabezó en los sesenta. Hersey no solo vio -amar es ver- al ser humano. También supo contar su historia. Y mostrar con sutiles frases la idiosincrasia japonesa -"les llegaban las voces de gente enterrada y abandonada que invariablemente gritaba, con cortesía formal:
¡Tasukete kure!, '¡Auxilio, si son tan amables!'"-; el desconcierto frente a lo que les había ocurrido; el horror sin estridencias. El resultado es una crónica magistral, construida a partir de los testimonios de seis
"hibakushas" (persona afectada por una explosión) -un médico, una dueña de casa, un sacerdote jesuita alemán, una joven funcionaria, un pastor protestante, una modesta viuda-, a quienes al inicio describe en los minutos previos a la explosión. Luego, Hersey narra sus padecimientos y acciones, así como las dramáticas circunstancias que los afectarán en adelante y que en algún momento los pondrán en contacto.
"Escribir crónicas es construir memoria". Y así como la historia se ocupa de los hechos y procesos, de sus causas y consecuencias -y según algunos, la escriben los vencedores-, mantener viva la memoria, la humanidad de esos hechos, es tarea de los cronistas.