Se trata de una pequeña reunión organizada por Gonzalo Rojas, historiador y especialista en vinos, en la Escuela de los Sentidos, academia que dirige elsommelier Pascual Ibáñez. Ambos son apasionados por los vinos tradicionales chilenos, esos que se hicieron (y que aún se hacen) en nuestro país, pero que se conocen poco o casi nada, al menos en el mundo de las estanterías de los supermercados.
Entre los vinos que probamos hay viejos conocidos para los lectores de Wikén: los experimentos en centenarias vasijas de greda de De Martino, en el Valle del Itata, o los pipeños de Cacique Maravilla, en la zona de Yumbel. Pero también probamos muestras sorprendentes, como los vinos Pintatani del valle del Codpa, blancos que difícilmente podrían llegar a nuestras tiendas especializadas santiaguinas.
Hoy en el vino vivimos momentos de rescate. Desde que hace un lustro se comenzara a hablar de la cepa país como una uva con potencial, y no como un residuo sin futuro (como se enseñó en las escuelas de enología de Chile por décadas), muchas cosas han pasado. Y dentro de ese rescate de lo que podríamos llamar "vinos patrimoniales" ha habido personajes clave. Uno de ellos es Gonzalo Rojas.
"Un vino patrimonial es aquel que, más que una bebida, es un producto cultural, que gracias al paso del tiempo y las generaciones ha sido capaz de dejar una herencia", dice Rojas.
Cuando uno bebe vino, por cierto, no piensa ni en productos culturales ni en herencias. Más bien piensa en lo bueno que pueda estar. Pero para especialistas como Rojas, el peso cultural del vino va mucho más allá de ser una simple bebida. "El vino industrial ha contribuido a generar economías de escala, que suelen distorsionar la relación entre costos y precios, así como ha homogeneizado la percepción del vino entre los consumidores cultos como un vino estandarizado, carente de identidad propia. Para algunos es una virtud que sea accesible para cualquier persona. Para mí, eso ha generado más perjuicios que beneficios", afirma.
El problema tras esto es que todos estamos acostumbrados a esos vinos que Gonzalo Rojas llama "industriales". Durante las últimas dos décadas, lo que compramos es lo que se adapta al gusto internacional, los vinos que han permitido que la industria chilena subsista vía exportaciones. El desafío es hacer que estos gustos, digamos, ancestrales, vuelvan a ser preferidos por el consumidor y no que sean vistos como excentricidades de enochalados.
"La clave está en subvencionar económicamente su producción, distribución y venta. Tal como se hace en Europa. Además, promoviendo alternativas como el comercio justo y una mayor regulación ante el poder de mercado de las grandes compañías, mediante una mejor regulación antimonopólica", dice el historiador.
Países del Maule, pajaretes del Huasco, Pintatanis de Codpa, pipeños de cualquier parte del sur de Chile: todos esos vinos los hemos olvidado o, en el mejor de los casos, los recordamos en la fonda del 18 de septiembre. El punto es que alguna vez, hace muchos años, eran esos sabores los que nos motivaban. Era eso lo que nos gustaba. ¿Es que podemos volver al pasado y disfrutar nuevamente de esos sabores perdidos?