Hace unas semanas, un vino chileno obtuvo la puntuación más alta alguna vez otorgada por un especialista a una botella hecha en el país. Se trata del vino Seña 2013, del grupo Errázuriz, una mezcla tinta basada en cabernet sauvignon, de parras plantadas en 1999, en Aconcagua.
El puntaje fue de 99 puntos sobre un ideal de 100 y el crítico fue James Suckling, un americano que por treinta años fue parte del equipo de la influyente revista Wine Spectator. Hoy, trabajando de forma independiente, ha hecho bastante ruido con sus reportes sobre el Nuevo Mundo, en especial por su entusiasmo por los vinos de Argentina y Chile, que recién comienza a conocer con mayor profundidad.
Los puntajes en el vino son un tema controvertido. Para algunos, se trata de reducir todo a números: una historia, una pasión por cultivar uvas, una idea de vino, un gusto, todo a un número adosado a la nota de cata. Para otros, en cambio, es la forma más simple de comunicarse con el consumidor habitual. Este tiene 98, por lo tanto, valdría más la pena probarlo que este otro de 92.
A quien se responsabiliza por trasladar el puntaje a la crítica de vinos es al norteamericano Robert Parker. Él, hacia mediados de los años 70, comenzó su publicación The Wine Advocate y se le ocurrió poner puntos a los vinos que probaba. Parker, aunque hoy menos activo, sigue poniendo puntos, mientras que su ejemplo ha sido imitado por prácticamente todas las publicaciones y especialistas en el mundo.
"Creo que es una herramienta muy importante", me dice Francisco Baettig, enólogo de Seña. "Estos 99 puntos ratifican que los vinos chilenos pueden pelear arriba, con los mejores".
Puede ser cierto eso, aunque la escala de cien puntos está lejos del rigor científico. No hay un consenso en lo que 99 puntos o 100 u 80 significan. No hay equivalentes. Lo que para un crítico puede ser cien, para otro pueden ser 90. Y ahí está uno de los problemas principales. La controversia más famosa al respecto se dio a propósito de un vino de Burdeos, el 2003 Château Pavie. Parker le dio 96 puntos, mientras la también muy influyente Jancis Robinson, de Inglaterra, no pasó de los 80.
En teoría, tener menos de 80 puntos con un vino es el desprestigio. Mejor ni contarlo. Eso no ha variado desde que Parker comenzó a poner puntajes. Sin embargo, la escala ha ido evolucionando. Si antes, por ejemplo, un vino chileno obtenía 89 puntos, es decir, un "buen vino, con cualidades especiales", como señala Wine Spectator, el asunto no es que se celebrara, pero sí había una cierta alegría. Hoy esos 89 puntos nadie los publicita ni nadie los sale a relucir.
La verdad es que la escala de cien puntos es, en realidad, una escala de diez: entre los 90 y los 100. Todo lo que esté por debajo de eso, comercialmente no tiene impacto. Otra cosa es obtener 99. "A Chile le cuesta el largo plazo. En los grandes vinos, la historia pesa, la consistencia también. No sólo es el líquido. Para un vino cuya primera cosecha fue hace 20 años, como Seña, es hasta muy pronto haber obtenido ese puntaje", dice Baettig.
En relación con eso, también tiene mucha importancia quién da los puntos. No es lo mismo que el Wine Advocate dé 95 puntos a que los dé Luchito Pérez. Hoy Wine Spectator y Wine Advocate son los dos grandes papás de los puntajes en el mundo del vino, especialmente en el mercado estadounidense. Y así ha sido por lo menos durante los últimos 20 años. Mientras tanto, Suckling se abre camino, y él junto a una larga fila de otros que también buscan influencia. Puntos hay para todos, sin embargo, son solo una referencia. La última palabra la tienen ustedes, los consumidores. Así es que, ¿cuántos puntos le dan al tinto que abrieron para el asado este fin de semana?
La verdad es que la escala de cien puntos es, en realidad, una escala de diez: entre los 90 y los 100. Todo lo que esté por debajo de eso, comercialmente no tiene impacto.