Mientras la mayoría de los políticos de derecha están dedicados a lamerse las heridas, Andrés Allamand hace esfuerzos titánicos para instar a su sector para elevar la mirada. En estos días, su voz ha adquirido tonos trágicos: con lanueva legislación electoral, dice "si no se reagrupa ahora, la centroderecha va al despeñadero. Es más, sin unidad, nuestra derrota será peor que en 2013".
Él propone la formación de un nuevo partido, pero se conforma al menos con una federación, que permita enfrentar las elecciones que vienen no solo de manera digna, sino con grandes posibilidades. En efecto, aunque el sistema actual estimula la fragmentación, se da la paradoja de que premia generosamente a quienes van unidos.
¿Tiene razón Allamand? Desde el punto de vista electoral, parece que sí, y como en política las elecciones son casi todo, más vale que se tome en serio su propuesta, porque el 30 de octubre se congela el panorama de los partidos y ya no cabrá hacer modificaciones.
Las dificultades son enormes. Cada dirigente de RN y la UDI tiene la memoria llena de las heridas que real o supuestamente el otro les ha infligido. Como en el tango que cantaba Gardel, ambps pueden decir: "El mal que me han hecho/ de rabia y de hiel". Sin embargo, si hasta Piñera y Matthei pudieron reconciliarse, es posible que el odio no diga la última palabra en esta compleja relación. Por algo el tango termina diciendo: "No repitas nunca/lo que voy a decirte:/rencor, tengo miedo/ de que seas amor".
Los temores de la derecha son muy reales, pero no bastan para renunciar a la unidad cuando dejar las cosas como están puede significar que ella quede borrada del mapa político nacional. Ya se vio algo semejante en la década de los sesenta, cuando pasó de un 30,4% de los votos en las parlamentarias de 1961 a un 12,5% en las de 1965. Esta debacle tuvo graves consecuencias para el país, que se fue izquierdizando sin ningún contrapeso.
El inconveniente que enfrenta el sueño unitario de Allamand es uno que corresponde a la política misma: ella no puede existir sin diversidad, pero esa diversidad, si se lleva al extremo, puede terminar matándola, porque la transforma en guerra. Lo mismo vale para la agrupaciones políticas: aunque no existe la diversidad completa, un partido de clones sería tan unitario como inútil.
Si algo se pódría reprochar a Allamand es no haberse hecho cargo en serio del problema que representa la enorme variedad que existe en la derecha. Él se limita a decirle a los conservadores que no molesten: si Cameron ha impulsado el matrimonio homosexual y la Corte Suprema norteamericana se ha pronunciado en la misma dirección,¿cómo es que ellos aún están en contra del acuerdo de vida en pareja? Olvida, sin embargo, que muchos conservadores están precisamente en la política porque consideran que hay temas (como puede ser el matrimonio o el derecho a la vida) por los que vale la pena complicarse la existencia. Gente así no constituye un obstáculo para la vida de un partido, sino una ayuda para que contemos con una política más decente.
Se trata, entonces, de encontrar formulas unitarias, pero no al precio de trivializar las convicciones. Hay un grado de sana tensión, que además es inevitable, como la que existe entre regionalistas y centralistas, liberales y conservadores, ecologistas y tecnócratas, y las fórmulas unitarias como las que plantea el senador Allamand deben aprender a convivir con ella.
En la mitología griega, Casandra recibió la maldición de tener siempre la razón pero no ser oída por nadie. Cuando uno escucha a Allamand afirmar constantemente: "yo lo advertí hace tiempo"(que había que modificar la Constitución, cambiar a tiempo el binominal, o lo que sea), "pero nadie me hizo caso y miren lo que pasó", tiene la impresión de que él está afectado por un síndrome semejante al de esa adivina troyana. Pero no es así: primero, porque Allamand se ha equivocado muchas veces, porque los partidos chilenos no están tan ciegos ni son tan personalistas como para no darse cuenta de que les quedan solo 111 días para hacerles caso.