Hay fortalezas que se ponen en el currículum, pero hay otras que se dicen de nosotros al momento de morir. El problema es que rara vez coinciden, dice el destacado columnista y escritor David Brooks en su libro "El camino hacia el carácter", en que reflexiona sobre cómo la sociedad actual incentiva la búsqueda de las primeras virtudes en desmedro de las segundas. Una consecuencia de aquello serían las profundas crisis éticas y valóricas en todo el mundo.
Brooks adhiere a la idea de que la naturaleza humana está compuesta por dos "Adanes": Adán I es aquel que ambiciona las recompensas externas: éxito, prestigio, premios, dinero, fama. Es el del currículum. Adán II, en cambio, busca satisfacciones internas, menos estridentes y sin competir con otros. Busca serenidad, un sentido discreto pero sólido de lo que es bueno y malo, amar profundamente, conectarse con una causa más trascendente que su propio bien. "El mercado de consumo nos incentiva a vivir de acuerdo a cálculos utilitarios para satisfacer nuestros deseos y perder de vista las opciones morales envueltas en cada decisión diaria", escribe el autor.
El camino del carácter no pasa por olvidar a Adán I -sería perder motores importantes de cambio y progreso-, sino en combinarlo con la voz divergente de Adán II, que va a poner el criterio, la prudencia, la mirada de largo plazo y la capacidad de sustraerse a lo que sería "popular" hacer. El verdadero carácter, para Brooks, se forja en el cultivo de las virtudes de "funeral", algo que la cultura y la educación actuales raramente enfatizan.
Si pensamos en la crisis de legitimidad que atraviesan la política y los negocios en nuestro país -¿y el deporte?-, no se puede dejar de pensar en cómo Adán I ha tomado control total de la manera de actuar de muchos chilenos, al punto de caer en conductas irregulares, ilegales o a lo menos impresentables, sin darle demasiadas vueltas al asunto.
Pero además, y aquí me parece que hay un punto fundamental, hay rasgos del primer Adán no solo en aquellos con problemas de boletas o facturas, sino también en quienes han denostado el camino chileno hacia el desarrollo y la democracia. Porque Adán I es el de la ardiente impaciencia, el que quiere todo rápido, al igual que quienes se avergüenzan de los últimos 25 años y reniegan de todo lo logrado en nuestro país. Quieren cambios espectaculares y rápidos, y al igual que aquellos que son seducidos por el éxito instantáneo, creen en los atajos. Descalifican la gradualidad, la imperfección, la búsqueda de consenso, el diálogo. Pero resulta que con esos ladrillos se construyó una transición a la democracia pacífica y ejemplar, y se ha mejorado la calidad de vida de millones de chilenos. Falta mucho, qué duda cabe. Pero así como el camino al verdadero carácter pasa por no olvidarse de quien se ha sido, tampoco es sano que un país pretenda renegar de su historia. Menos que transforme en nada lo conseguido por hombres y mujeres que, con sus imperfecciones y sus aciertos, construyeron con la gracia de no destruir lo logrado anteriormente.
Esta crisis puede devolvernos el respeto por nuestra historia y la valoración de un camino recorrido lenta pero sostenidamente. Quizás sin la rapidez que pide Adán I, pero con la profundidad humana y contradictoria de Adán II.