En todo grupo humano existen aguafiestas, esos tipos densos, graves, que tienen una idea única en la cabeza y creen que nada en el mundo importa más que su problema. Así, con ocasión o sin ella, nos hablan de su asunto, y si osamos poner otro tema de conversación miran con cara de reproche: les parece que somos unos frívolos.
Esos malhumorados no logran entender que las personas y los países no pueden estar siempre en tensión, que de vez en cuando necesitan relajarse, jugar o festejar. Todo para ellos es solemne y apocalíptico.
Una de las manifestaciones de esa distensión es el deporte. Los griegos incluso suspendían las guerras durante los Juegos Olímpicos. A nosotros no nos da para Olimpiadas, pero al menos hemos podido organizar la Copa América.
Los aguafiestas son inevitables. Tenemos que aprender a convivir con su malhumor, aguantar que nos reprochen el desperdicio de recursos y de tiempo en algo tan banal como el fútbol, y permanecer tranquilos cuando repiten con aire de sabios que no pueden entender qué hacen 22 tipos corriendo detrás de una pelota. Ahora bien, mientras no logren meternos complejos de culpa, los aguafiestas son inofensivos.
El problema se produce cuando el aguafiestas es, al mismo tiempo, un narcisista manipulador y sin escrúpulos, que está dispuesto a usar nuestra celebración como un medio para chantajearnos y conseguir que su problema se resuelva, sea este la educación, la carrera docente, la identidad de los pueblos originarios o el destino del planeta.
Como cree que solo existe su problema, la Copa América representa para él una magnífica oportunidad. Sabe que, arruinando la celebración de casi todos los chilenos, podrá sacar una buena tajada para él. En este caso, los aguafiestas se ponen sumamente peligrosos. Amparados por sus grandes ideas, alteran el orden público y hacen lo posible para que no haya fiesta, para que todo sea gris, para espantar cualquier sonrisa que nazca a su alrededor.
En cualquier país civilizado, los actos de vandalismo y la alteración de la convivencia se tratan con unos buenos bastonazos de la policía. Pero en esta materia Chile no está dispuesto a ponerse al nivel de la OCDE, y nuestros carabineros no pueden hacer mucho. Saben que cualquier error les significará sumarios, sanciones, el reproche social y, en definitiva, perder el puesto de trabajo y ser tratados como delincuentes.
La lógica de los aguafiestas chantajistas no afecta únicamente el desenvolvimiento de la Copa América, impidiendo que ciertos equipos entrenen con normalidad o causando otros desaguisados. En estos días hemos visto con estupor que en las zonas nortinas afectadas por las pasadas inundaciones, numerosos profesores se han sumado a la huelga del magisterio. Es decir, esos niños no solo han debido sufrir las inundaciones, que los han tenido largo tiempo sin clases, sino que ahora les llueve sobre mojado. En efecto, sus maestros, precisamente aquellos que deben sacarlos de la ignorancia y darles herramientas para surgir en la vida, usan la tragedia de los pequeños como herramienta al servicio de sus propias necesidades. En el caso anterior, se trataba de estropear una fiesta nacional; en este otro, se abusa de los más pobres de los pobres, de los niños más vulnerables. Feo, muy feo.
Algunos protestan contra estos abusos diciendo que se está echando a perder la imagen de Chile, que ha costado tanto esfuerzo construir. Si uno examina la prensa internacional, verá con desazón que "el tema" de los relatos e imágenes son las protestas de estudiantes y profesores.
Es verdad que se está afectando la imagen, lo que resulta muy injusto y dañino para el país. Pero al argumentar de esa forma se les da en bandeja a los aguafiestas la posibilidad de presentarse como personas auténticas, que no andan preocupadas de cuidar la imagen, sino de las sacrosantas exigencias de la justicia. El problema central no es la imagen, sino la perversión que significa destruir la legítima alegría de los otros en la Copa América o aprovecharse de la situación de indigencia de los niños en el norte para medrar, manipular y chantajear.
Lo más grave es que para ellos no parece haber una realidad que se llama Chile, que nos exige entender que nuestros problemas, aunque importantes, no son todo.
La Copa América ha puesto en bandeja ante algunos la posibilidad de estropear una celebración nacional para sacar provecho para su propia causa. Es la misma lógica de la extorsión que lleva a los profesores de los niños damnificados a sumarse a la huelga del magisterio.