Lo dice la calle y lo recogen los humoristas: "Bachelet es yeta ". Parece que ya desde el terremoto de 2010 la naturaleza nos había anunciado su deseo de que ella no volviera. Como no oímos su advertencia, ahora rugen los volcanes, reina la sequía en el Chile agrícola, hay incendios por todas partes y se inunda el desierto.
Estos datos son perfectos para la rutina de un humorista, pero la realidad es más compleja. Bachelet no es yeta . Ella no es tan poderosa como para atraer la furia de los elementos naturales, ni el cosmos posee la inteligencia necesaria para ocuparse de nuestra Presidenta.
Con todo, estas desgracias tienen una ventaja política para el país, porque permiten verla, aunque solo sea por unos días, fuera de su elemento natural. Las tragedias le impiden jugar el juego que más le gusta: esa mezcla, por una parte, de silencio y prescindencia pública y, por otra, una gran cercanía con las personas concretas. ¿Cómo va a aparecer distante una persona que abraza a todo el mundo, y recuerda el nombre y las necesidades de cada ciudadano con el que tiene algún contacto? Sin embargo, aunque "Michelle" es humanamente cercana, "Bachelet" es una figura políticamente distante, porque se aleja de los grandes problemas.
La misma forma en que reacciona ante las tragedias muestra que siempre trata de jugar de local, de estar allí donde se siente más cómoda. Va a La Araucanía, pero solo para consolar a las víctimas del volcán Villarrica. Es decir, le gusta oficiar de Michelle, un personaje encantador, mientras que para su estilo político el conflicto que está unos metros más allá no existe, aunque sea el problema más agudo del país.
Lamentablemente para ella, ciertas desgracias crean una situación psicológica que le resulta adversa. Fue el caso de la catástrofe del Norte. Cuando la angustia de la gente es muy grande, los abrazos y el cariño no bastan. En esos momentos, las personas piden liderazgo y, como descubren que ella, en cuanto gobernante, no tiene nada que ofrecer, reaccionan de manera destemplada.
Ese rechazo, sin embargo, es solo temporal. Su embrujo es tan grande, que en unos meses más los habitantes de esos lugares la habrán perdonado. Es más, la recibirán con emoción, como sucedió en las zonas afectadas por el tsunami , cuando la aclamaron los mismos que el 27 de febrero de 2010 estaban dispuestos a lincharla.
Bachelet no es yeta . No es verdad que ella atraiga la desgracia. Más bien, es ella misma -mejor dicho su estilo político- la desgracia para Chile, porque ha instalado un modo de hacer las cosas donde se rehúye dar la cara y asumir las responsabilidades. Y por años las encuestas la han premiado con generosidad.
Desde la "revolución de los pingüinos" (2006) hasta hace un par de meses, Bachelet parecía tener una receta infalible: cuanto más se retiraba de la escena pública y se concentraba en inauguraciones y otros actos donde podía lucir su simpatía, mejor le iba. Solo últimamente las encuestas parecen haberse rebelado y empiezan a dar señales de ingratitud. Habrá que ver si se trata de un fenómeno momentáneo o si es una herida de muerte para un estilo político que le ha hecho grave daño al país. Habrá que ver también si Bachelet es capaz de cambiar, de dejar de ser la reina Michelle y empezar, de una vez por todas, a ser la Presidenta Bachelet.
La lógica de buscar la causa de los problemas en el lugar equivocado (como es la yeta ), no es patrimonio de los humoristas. Tal como resulta ridículo pensar que Bachelet atrae las calamidades y que su presencia en La Moneda causa desastres naturales, tampoco resulta sensato imaginar que todos los problemas se arreglan con un cambio de gabinete. Esta medida sería necesaria si los ministros fueran desobedientes, flojos o tontos, pero no es el caso. Los ministros se han limitado a poner por obra un determinado modo de hacer política. Mientras no cambie el estilo de quien gobierna, los reemplazos ministeriales no pasarán de ser una maniobra cosmética.
Más que cambiar ministros, la que debe cambiar es ella. Mientras no lo haga, ciertamente no será yeta , pero sí seguirá trayéndonos la desgracia.