En las alturas del Valle del Elqui, a más de dos mil metros, de pronto la vegetación parece haberse dado por vencida. Solo algunos espinos desafían la escasa fertilidad de esos suelos y la ausencia casi completa de lluvias. "Aquí usted tiene 60 días nublados, cinco días de lluvia y trescientos días de sol", dicen los lugareños.
Fue en ese territorio casi lunar que el empresario Álvaro Flaño decidió que podía obtener vinos. Los primeros viñedos experimentales los plantó en 2005. "Lo que pensamos fue que si la uva para pisco era tan aromática en este clima, probablemente variedades para vino darían buenos resultados", dice el hijo de Álvaro Flaño, Patricio, hoy a cargo del proyecto Viñedos de Alcohuaz, en donde también participa el enólogo de De Martino, Marcelo Retamal.
Los vinos de Viñedos Alcohuaz aún no tienen fecha de estreno. Los Flaño siguen construyendo su bodega, horadando la piedra de esas mismas montañas, mientras esperan que sus vinos maduren en fudres. Sin embargo, este proyecto pone un tema importantísimo sobre la mesa del vino chileno: Los Andes.
Por mucho que Chile sea un país de montaña, cuando se trata de vinos, la historia ha dicho que los productores optaron siempre por zonas mucho más cómodas en el valle central; territorios planos, abundantes en riego, donde el asunto no fuera un dolor de cabeza.
Hubo, claro, apuestas algo más arriesgadas como, por ejemplo, la idea de aprovechar la influencia fría de la costa; así nacieron valles como Casablanca y San Antonio. O irse hacia el sur, aventura que ha dado vinos deliciosos en Malleco y aún más allá. Pero en la montaña no mucho.
Hoy las cosas parecen cambiar. Poco a poco, los productores comienzan a interesarse a subir a la montaña. De hecho, en el mismo norte, la viña Tabalí también ha hecho algo de alpinismo enológico. En la zona de Río Hurtado, en Limarí, a unos 1.800 metros de altura, comenzaron a plantar distintas variedades, tan disímiles entre sí como pinot noir o carmenere para ver qué funcionada. La primera cosecha fue este año. "Aún es temprano como para sacar conclusiones. El principal miedo que tenía era que el sol me quemara la fruta, que me diera sabores sobremaduros. Pero no fue así", dice Müller.
De todas esas variedades, la que mejor resultados dio, hasta ahora al menos, fue el malbec. De hecho, Tabalí está pronto a estrenarlo; un tinto delicioso, fresco, lleno de frutas rojas por todos lados y de una suavidad a toda prueba que se combina con una acidez que te hace salivar.
Pero Tabalí y Viñedos Alcohuaz no están solos en esta cruzada por los vinos de montaña. Ejemplos menos radicales, a menor altura, como el trabajo de William Févre en el Maipo o Calyptra en Cachapoal, ambos sobre los 900 metros, o el nuevo proyecto Sierras de Bellavista (que reseñamos hace un par de semanas en Wikén) por sobre los 1.100 metros en la zona andina del Valle de Colchagua, intentan también apropiarse de un clima más fresco, más extremo en temperaturas máximas y mínimas, y también bajo condiciones algo más complejas que más abajo en el valle. Como ya lo han comprobado los primeros vinos de estas bodegas, los sabores que se obtienen son completamente distintos. Y eso, claro, son muy buenas noticias.