Para muchos, "La flauta mágica", de Mozart, es uno de los enigmas de nuestra cultura. Con innumerables preguntas para las que el libreto no precisa respuesta, no cabe una visión única; por ejemplo, sobre el misterioso origen y naturaleza de los personajes y su evolución durante la obra, su malignidad o benevolencia, planteamientos sobre el poder de la música -sin ir más lejos, nunca sabemos cuál es el significado y la importancia de la flauta mágica-, y no pocas otras. Algunos buscan interpretar esos misterios; para otros, más escépticos, Mozart y Schikaneder no pretendían brindar una respuesta clara para todo, y esa hermenéutica abierta es parte del propósito. Apelando a muy disímiles fuentes (Egipto mítico, masonería, filosofía de la Ilustración, etc.), este libreto "amplio" permite infinitas soluciones a los directores de escena.
La producción de Miryam Singer, entretenida y muy dinámica, se mantiene en el mundo de fábula y fantasía, con algún guiño a nuestra realidad actual, para esbozar la universalidad e intemporalidad de la trama. La escenografía es muy generosa en número y movilidad de cuadros escénicos, con variadas proyecciones, muchas ingeniosamente animadas, que interactúan con los personajes. El vestuario -apropiado a este enfoque en colores y formas- obtiene buenos contrastes con la caja negra, que domina varios de los cuadros, y la dirección de actores logra un efectivo ambiente de teatro, bienvenido para sortear los pasos del diálogo hablado a los números musicales. Los elementos audiovisuales y la dirección escénica están cuidadosamente trabajados, con innumerables e ingeniosos detalles, como los "Papagenos", que se juntan como una familia. La iluminación (Ramón López) responde ágilmente a este continuo cambio de cuadros con demandas visuales y espaciales muy diferentes.
Destaca la Pamina de la chilena Catalina Bertucci, quien caracteriza espléndidamente la ternura y entrega del rol. El tenor chileno Exequiel Sánchez, con grandes logros en las últimas temporadas, fue un Tamino que comenzó algo inseguro en "Dies Bildnis ist bezaubernd schön", pero incrementó su confianza en el segundo acto. Notable el Papageno de Patricio Sabaté, quien despliega nuevamente sus grandes habilidades actorales. Sin caer en excesos, logra una alta empatía con la audiencia, con gran seguridad en lo vocal, excelente fraseo y dominio del parlando . El difícil rol de la Reina de la Noche recayó en la soprano brasileña Caroline De Comi, quien presentó insuficiencias en su primera gran aria, con un perceptible mejoramiento en la segunda. Su suave expresión vocal no retrata al fiero personaje. Otro punto alto es el Monóstatos de Rony Ancavil, caracterizado como un moro de tez azul -para eliminar cualquier suspicacia de incorrección-. Buena presencia escénica del solemne Sarastro de David Gáez, aunque vocalmente le faltó proyección, y en los graves más profundos el volumen tiende a desaparecer.
Sólido en sus intervenciones el Coro del Teatro Municipal y un positivo desempeño de la Orquesta Filarmónica dirigida por José Luis Domínguez.