Hay pocas películas chilenas que se sienten y escuchan tan naturales y transparentes.
En este caso es una historia y unos personajes que brotan de la tierra conocida y húmeda, poblacional y cercana.
Este suceso, en un periódico de provincia, cabe en uno de esos parrafitos de compromiso que no lee nadie: un hecho policial que ocurrió en Tomé y alrededores.
"Matar a un hombre" tiene el ángel de lo sencillo, humilde y sincero, porque no quiere contar nada excepcional, a la inversa, su propósito es avanzar a ras de piso y bien cerca de la población y su escasa iluminación, junto al camino de tierra, pegada al sitio eriazo y a los ruidos, gritos y seres de la noche.
Alejandro Fernández Almendras no quiere interpretarlos ni traducirlos y ni siquiera explicarlos. La sociología, el turismo y la sicología están por allá lejos, acá está el cine y lo más propio de un director que es contar una historia lo mejor posible.
Filmar a los personajes como corresponde, sin mentiras ni tretas, y por eso el talante clásico, los encuadres cuidadosos o la cámara que sigue la intimidad.
El director acompaña y escucha a sus personajes, entiende y respeta su universo y también sus instintos y sentimientos.
Jorge (Daniel Candia), obrero y cuidador de un fundo, y su esposa Marta (Alejandra Yáñez), peluquera de barrio, mujer de palabrotas y agallas, crispada por el miedo y la pobreza, quizás le gustaría encarar y retar a la sociedad, pero eso es irreal, lo real es lo que tiene a mano: a Jorge, hombre de pocas palabras, se ríe viendo la tele, habla poco, le salió diabético, es honrado y nunca se ha metido en leseras.
El problema es de contexto: urbano, social, chileno.
Es la casa ínfima y hacinada, que por dentro asila y protege, mientras que por fuera silba la violencia. Poblaciones con miedo a salir de noche y la fotografía de Inti Briones es notable, porque el barrio es un cosmos iluminado por las estrellas de un alumbrado público tenue y tintineante.
En la oscuridad se camina, porque los taxis colectivos y las micros no llegan, más bien se escapan.
Hay un edificio ladeado y torvo donde vive Luis Alberto Álamos, alias Kalule (Daniel Antivilo), que nació malo o se hizo pato malo, pero a estas alturas, eso no es lo relevante.
La delincuencia, entonces, surge de cualquier parte y viene por azar, al tuntún o por la pelota que alguien no devolvió y la gente en grupo y de futbolista, es todavía peor.
Y la maldad, cuando se enseñorea, no hay como sacarla, porque no sabe de treguas ni de límites, no escucha súplicas y no comprende el olvido.
En pocas palabras: el Kalule es el Kalule. Y Jorge, entonces, tendrá que encontrar su propio destino.
Hay gente que nace mala y otra buena.
Tampoco pasa nada.
Es lo de todos los días.
Es la grandeza de la película: la vida humana en un parrafito.
Chile - Francia, 2014. Director: Alejandro Fernández Almendras. Con: Daniel Candia, Alejandra Yáñez, Daniel Antivilo. 98 min. Mayores de 14.