Solo necesita aparecer en el escenario para ser ovacionada antes de cantar una nota: el enamoramiento del público santiaguino persiste después de su éxito de 2012, y ella empatiza de modo instantáneo con una sala repleta y expectante.
La primera parte, dedicada al barroco, comienza pausadamente con la cantata "Ariadna en Naxos", de Haydn, nada fácil, pero, en comparación con lo que sigue, resulta a modo de entrada en calor de la voz. Con la elegante naturalidad de quien departe en un salón entre amigos, la cantante en diversos momentos explica el porqué y el alcance de lo que va a interpretar. Así lo hace con dos enfoques de la reina de Egipto, primero por Johann Adolph Hasse (1699-1783), contrastada a continuación con la conocida "Piangerò la sorte mia", de "Julio César" de Händel. Eso le brinda amplia ocasión para aplicar a los cambiantes affetti barrocos la riqueza de colores y matices de su paleta, animados por una vitalidad dramática en las antípodas de un ejercicio mecánico. Culmina esta primera parte con la deslumbrante aria "Dopo notte", de "Ariodante" de Händel, en que despliega una pirotecnia vocal que enloquece a la audiencia.
Tras el intermedio, informa que quiere presentar piezas o compositores que merecen ser rescatados del olvido. Nuevamente un inicio pausado, con la elegíaca aria "Dopo l'oscuro nembo", de Adelson y Salvini, obra temprana de Bellini, quien luego la reutilizó en "Capuletos y Montescos". Siguen dos canciones de Rossini -con quien se la identifica en especial-, "Beltà crudele" y "La danza", que ella afirma no haber cantado desde su época universitaria y que, por cierto, no puede dejar de entusiasmar a cualquier público.
Pocos habrán oído antes cuatro canciones escogidas de "I canti della sera", de Francesco Santoliquido (1883-1971), de ecos puccinianos y que, efectivamente, merecen una visita, al menos con una intérprete como esta.
Para el culminante final, el rondó "Non più mesta" de "La Cenicienta" de Rossini, una de las arias más difíciles para mezzo, por la extensión vocal y agilidad que demanda, solo alcanzables mediante la técnica más acabada.
Ovación de pie, lluvia de flores, bravos, completa comunión del público con la diva, que responde con un encore también de extremo virtuosismo, "Riedi al soglio", de "Zelmira" y, ante la negativa de aquel a dejarla ir, DiDonato, con un simpático guiño de humor, lo envía a dormir con "Duérmete niño", en castellano.
Es alto el riesgo de que una estrella de su espectacular trayectoria mundial pueda decepcionar. Pero la conjunción de una técnica superlativa con una sabiduría largamente aplicada en el empleo de sus privilegiados recursos vocales, y el acompañamiento infalible del pianista David Zobel aseguran un resultado brillante, que mantiene a la sala en euforia durante dos horas.