Que el Municipal pueda montar con fuerzas básicamente nacionales un "Otello" de este nivel prueba irrefutablemente el inmenso avance logrado en tres décadas de esfuerzo por crear en Chile una tradición de ópera sustentable. Al empeño tenaz de la dirección del teatro han respondido crecientes generaciones de artistas chilenos que hoy, desde el director de orquesta (José Luis Domínguez) hasta los roles comprimarios, están en condiciones de abordar esta obra -de las más difíciles de todo el repertorio italiano- con los resultados que aquí se aprecian.
La puesta en escena de Pablo Maritano ( régie ), Enrique Bordolini (escenografía e iluminación) y Luca Dall'Alpi (vestuario), en una lograda transposición a la época isabelina-Tudor, no es un capricho, sino una opción legítima, que mantiene el interés sin decaimientos. La evocación de un teatro de los tiempos de Shakespeare, con una arquitectura rotatoria, constantemente dinámica (excepto para el contrastante sepulcral dormitorio de Desdémona, en el que ya reina la muerte antes de que se perpetren el crimen y suicidio), ofrece grandes posibilidades de desenvolvimiento teatral, pero también ocasional riesgo de aglomeraciones que desordenen la escena. Este punto, no del todo depurado en el estreno, evolucionó positivamente en funciones posteriores, llegándose a un tratamiento escénico limpio, con bellos momentos visuales en que el color, las siluetas y los cambios de plano sorpresivos son usados con acierto como factor dramático.
La régie es muy rica en detalles -algunos casi imperceptibles en una primera asistencia-, que no se limitan al trío protagónico, sino que cuidan a cada personaje de apoyo y hasta a variadas individualidades del coro y figurantes, dando multiplicada vitalidad a la trama. Es el caso, por ejemplo, del teatro dentro del teatro en el II acto, en que dos actores isabelinos se preparan para aparecer como tritones en el espectáculo de homenaje a Desdémona.
Vale la pena ver esta propuesta más de una vez. Para quienes asistieron solo al estreno, es altamente recomendable volver a ver este "Otello", pues podría pasar largo tiempo antes de que se repita algo semejante. Cabe suponer que Maritano llevará esta propuesta a otros escenarios del mundo e irá puliéndola progresivamente en detalles menores. Lo merece.
Notable el Otello de José Azócar. Hay un progreso sorprendente y admirable desde su Radamés (2011) en que en este mismo diario comentábamos: "Parece atravesar una etapa vocalmente difícil". Eliminado el vibrato casi "trémolo" que mencionamos en esa oportunidad, oímos ahora una excelente proyección, volumen, confianza en el tercio agudo forte , triunfando en el Verdi más difícil. Su voz responde poderosa y segura a todas las agobiadoras demandas del "rol de roles" de la ópera italiana. Y el actor no se queda atrás del cantante. Su propuesta teatral no prioriza la ira ni el descontrol del delirio. Gesto, mirada y cuerpo se vuelcan en una propuesta más contenida. Su Moro tiene méritos internacionales.
Lo enfrenta a la par la angelical pero también enérgica Desdémona de la chilena Paulina González, de voz brillante, buena emisión y variedad de matices expresivos, y el Yago del barítono argentino Fabián Veloz, quien fue uno de los puntos más altos de la función. Volumen, proyección, actuación equilibrada, que con certeros tintes cambiantes caracteriza al Yago supuestamente amigo de Otello, Casio y Rodrigo, y simultáneamente al envenenador que los va destruyendo. (En ese marco, un detalle de utilería por corregir es la resistencia de la ampolla de "sangre" al final del II acto, que aquí no se pudo romper y que otorgaba un impacto " gore " al pacto mortal entre Otello y Yago, una de las escenas más fascinantes de la obra).
El Casio de Leonardo Navarro resultó algo insuficiente en volumen, pero fueron muy satisfactorios el Ludovico de Alexey Thikhomirov y el Montano de Sergio Gallardo. La Emilia de Paola Rodríguez mostró un compromiso vocal y dramático que hace resaltar un rol ingrato y, sin embargo, nada fácilmente demandado, especialmente en el cuarteto del II acto y, sobre todo, en el difícil concertato del III, aquí bien resuelto.
Desde el estreno, hay una positiva evolución en el trabajo de orquesta (José Luis Domínguez) y coro (Jorge Klastornick) en cuanto a coordinación y comunión, con perceptible mayor limpieza en los bronces.