Hace meses, en pleno verano, hice una larga fila en la Fundación Proa, un museo contemporáneo de Buenos Aires, para ver la muestra del australiano Ron Mueck, que pisaba por primera vez Sudamérica. Había madres, niños, clasemedieros con camisetas de fútbol. Era, más o menos, la misma clase de gente variopinta que se había visto, meses antes, haciendo fila de cuadras para ver la muestra de la japonesa Yayoi Kusama en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, donde ahora, a su vez, acaba de terminar la retrospectiva del fotógrafo peruano Mario Testino, In your face, que incluía más de cien fotos.
Aquella muestra de Ron Mueck consistía en nueve obras pavorosamente realistas, horriblemente fuera de escala, que producían asombro, vértigo y desolación: una mujer y un hombre gigantescos, sentados bajo una sombrilla, que parecían contemplar el tedio inevitable de la vida; una mujer ínfima que llevaba una bolsa de las compras y cargaba a su bebé como si regresara a un campo de concentración; una pareja joven que parecía conversar tranquilamente mientras el chico retorcía, por detrás, la mano de la chica en un gesto de violencia escondida. Mueck es un artista parco y disciplinado, y no da entrevistas. Las reseñas decían que había expuesto, en Proa, "las vulnerabilidades del alma humana a partir de volúmenes que solo por su asimetría están disociados de la vida real. Sus personajes son, en su mayoría, seres solitarios, ensimismados, y parejas unidas por vínculos inescrutables. Todos son rehenes de estados emocionales insondables".
La retrospectiva de Yayoi Kusama era como hundirse sin anestesia en las volutas de un cerebro asfixiante: espacios repletos de lunares pop, de penes flojos, el desván de un cerebro atormentado por las obsesiones. Kusama vive internada por voluntad propia en un psiquiátrico de Japón desde 1977 y dice cosas como: "Pongo todo mi corazón y toda mi alma en la pintura, el resto del tiempo preferiría morirme". El curador de la muestra, Phillipe Larrat-Smith, la describió como "adicta al suicidio". "Nacida en un hogar imposible, con padres que no se llevaban bien; criada en medio de las tormentas cotidianas que enfurecían a mi madre y a mi padre; atormentada por una angustia obsesiva y por miedos que derivaban en alucinaciones visuales y auditivas, asma y luego arritmia, taquicardia y la ilusión de 'ataques alternativos de alta y baja presión', más la sensación de que la sangre inundaba el cerebro un día y se escurría al siguiente, esos episodios de desorden mental y nervioso, por los que sangraban las heridas que me había dejado una adolescencia oscura, son la fuente fundamental de mis creaciones artísticas", escribió ella en su autobiografía. Tuvo alucinaciones desde los 10 años, su madre la obligaba a seguir a su padre cuando este se citaba con amantes para después pedirle que le contara esos encuentros. Cuando le preguntaron si pensaba que era posible superar el dolor, respondió: "Vengo pensando en suicidarme desde que era muy pequeña. Hago arte para intentar salirme por fuera de esa idea. Mi producción artística es para sobrevivir al dolor: por eso creo mis obras, para sobrevivir al deseo de muerte".
Doscientas mil personas pasaron por la muestra de Kusama y la transformaron en la más convocante en la historia del Malba. Ciento cincuenta mil pasaron por la de Mueck y la transformaron en la más exitosa de la Fundación Proa. A la de Testino, que se ha hecho famoso por tomar fotos de celebridades como la princesa Diana de Gales y Kate Moss, fueron, en tres meses, 119 mil. Mucha gente, aunque menos que a la de Kusama y la de Mueck, quizá porque Testino no quiere suicidarse y dice cosas como: "Suerte he tenido desde que nací, porque tengo pies, manos, ojos y podría no tenerlos" y "cuando uno quiere algo, lo puede conseguir, es cuestión de esfuerzo, trabajo y no darse por vencido. El que la quiere, la consigue".
En diciembre de 2013 se conocieron los datos del Informe del Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA), promovido por la OCDE, que establece el nivel de aprendizaje de alumnos de 15 años de diversos lugares del mundo. Casi todos los países latinoamericanos se derrumbaron de sus puestos de años anteriores: Colombia pasó del 52 al 62, Uruguay del 47 al 55. Argentina descendió apenas del 58 al 59, pero en el año 2000 había estado en el 35. Hace poco más de un mes, según el QS University Rankings Latin America, la Universidad Católica de Chile superó a la de San Pablo, Brasil, y pasó a ocupar el primer lugar, mientras la Universidad de Buenos Aires quedó en el puesto 19: siete menos que en 2011.
Me preguntaba si un efecto colateral de que los niveles de educación estén cayendo en picada en la Argentina, sin encontrar su piso, no será este inesperado interés artístico que parece florecer entre nosotros, habitantes de estas tierras que podrán ser muy incultas, pero que son -parecen ser- tan sensibles. Se ganan unas cosas, se pierden otras. Todo no se puede.