"Adoro leer una y otra vez mi nombre en todos tus currículums, de todas tus exposiciones (...). Estoy absorto por tu belleza. Porque me llega salpicada, corrupta, manoseada, borroneada por la angustia, enmascarada y sola, porque provoca arcadas y derrames en quienes te contemplan (...). Yo te contesto de hombre a hombre, de cosa a cosa, de máscara a máscara, desde mi vulnerable guardia ginebrina, como si fuéramos dos maniquíes que juegan a crearse el rostro. Un ósculo de fuego". Le escribía así, desde Ginebra, no su marido, no su amante, sino uno de esos seres a los que ella persiguió con tesón, a los que amó con amor inhumano, a los que marcó con un círculo de fuego y abrumó con regalos y cartas hasta que el ser, fascinado por ese amor insondable, terminó por rendirse y dijo hola, Renata, hola, mi muerte, yo también te quiero.
Renata Schussheim nació en 1949, en Buenos Aires, y es artista plástica, vestuarista, escenógrafa. Eso, así, no dice mucho. Algo podría cambiar si se agregara que pintó sobre el cuerpo de Julio Bocca para la muestra Cuerpos pintados, del fotógrafo Roberto Edwards, en 1981; que estuvo a cargo del diseño de vestuario de Carmen, la ópera que con dirección de Emilio Sagi, inició la temporada lírica 2012 del Teatro Municipal de Santiago; o que este año la editorial Liberalia publicará en Chile 7 vidas imaginarias, de Marcel Schwob, con ilustraciones suyas. Pero eso, así, tampoco dice mucho. Podría agregarse que hizo el diseño de vestuario de óperas como Lady Macbeth, con dirección de M. Rostropovitch, en el teatro Colón de Buenos Aires; de Eugène Oneguine, en la Ópera de Lille; de El barbero de Sevilla, en el Teatro Real de Madrid; de decenas de ballets en el Colón, el Grand Théâtre de Ginebra, el Joffrey Ballet de Nueva York. Pero eso, así, no lo dice ni remotamente todo. Porque, además, dibuja, pinta, dirige teatro, vivió una época en la que detrás de nombres que menciona con naturalidad porque eran sus amigos (Rodolfo, Eduardo, Marta, Astor), hay apellidos como Walsh, Galeano, Minujin, Piazzolla; hizo videoclips para el músico Luis Alberto Spinetta, diseñó la portada de un disco de Serú Girán y del primero de Charly García en cuyos recitales, además, se encargó del vestuario y la escenografía, dibujó portadas para libros de Vinicius de Moraes -de quien fue amiga- y tuvo proyectos teatrales en común con Manuel Puig , decoró una habitación de un motel de parejas y, en 2006, montó una retrospectiva gigante en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, llamada Epifanía, donde todas las facetas de su obra -vestuario, portadas, fotos y una deslumbrante galería de dibujos y pinturas (bañistas sin ojos ni pelo que flotan en un mar de oscuridad láctea, seres mitad humano y mitad perro)- recibieron aplausos que se repitieron cuando, en septiembre de 2013, hizo la escenografía de Líneas Paralelas, un celebrado recital de Charly García en el Colón.
Ahora, dos de la tarde de un día de febrero, vestida de negro, el pelo colorado artificial, dice que este departamento de Barrio Norte en Buenos Aires, en el que vive, era de Gogó Rojo, una de esas vedettes olímpicas de los años 70, y que por eso los espejos de la sala -tres paños a la manera de biombo- tienen una tonalidad rosada.
-El rosado es lo mejor. Si te querés ver bien, ponés espejos rosados y se acabó.
La sala es amplia y termina en un espacio con varios sillones, un cristalero. El aire es de consistencia marmórea por el frío que arroja un aire acondicionado. Dos perras scottish -Zelda y Lacan-, duermen.
-¿Se llama Lacan por Jacques Lacan?
-No, por "la can", "la" perro.
A un costado de los espejos, hay una pila de cajas con fotos que estuvo revisando en estos días.
-Hago esas cosas cuando estoy más tranquila, pero la tranquilidad me pone nerviosa. ¿Vos cómo lo manejás?
Vivió sus primeros cinco años en Olivos, en la periferia norte de Buenos Aires, en una casa de la que no recuerda mucho.
-Me acuerdo de que para ir al colegio tenía que cruzar una vía donde había esas flores azules, como campanudas, que yo amo.
-¿Y quién te llevaba al colegio?
-No me acuerdo.
Su abuelo paterno era periodista, su madre trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas y su padre se dedicaba a la venta de piedras preciosas para los joyeros.
-Yo sentía fascinación por los sobrecitos con zafiros, brillantes, ónix.
Una noche, cuando tenía 4 años, dio una vuelta, volando, por su habitación. No dice: "Sentí que volaba". Dice: "Di una vuelta volando por la habitación".
-Ya no lo digo más, porque vos misma decís que no puede haber sido, pero no era que me veía volar, sino que volaba.
¿Qué, de todo eso, formateó aquella imaginación infantil para sumergirla, años después, en un universo en el que las figuras de hombres y animales se acoplan con naturalidad, donde una mujer es un pájaro que es una mujer que es un pájaro, donde suaves bañistas de cabezas calvas parecen sumergidos en baños de una quimioterapia radical y purificadora? ¿Fue algo de todo eso, fue todo eso, no fue nada de todo eso?
-Cuando yo tenía 5 años, mis viejos se separaron. En aquel momento, la gente no se separaba, era una vergüenza.
Ella y su madre se fueron a vivir a casa de sus abuelos maternos. Ya por entonces se pasaba horas dibujando y a los 8 expresó su voluntad de aprender con un maestro. Su madre la mandó a estudiar con una mujer llamada Ana Tarsia. De ese taller recuerda todo: el olor, las lecciones. Pero no sabe dónde quedaba: no se acuerda. Como si su memoria solo pudiera hacer foco en lo importante: no en quién la llevaba a través de las vías, sino en las flores azules; no dónde quedaba el taller, sino cómo fue que aprendió a hacer su magia. A los 13, empezó a merodear circuitos donde se reunían los artistas. A los 15 hizo su primera muestra en la galería El Laberinto, dibujos en los que cientos de hombrecitos, entre otras cosas, hacían el amor. Renata no usa palabras gruesas. Dice: "Haciendo el amor".
-Era una ingenuidad, pero fue escandaloso. Mi papá murió al verano siguiente. Había tenido un infarto, y cuando mi mamá cumplió un año de casada con su nuevo marido, mi papá agarró una guadaña, se puso a cortar el pasto a la hora de la siesta, y se murió.
Después de decir "se murió", agrega un filamento de maldad de bajo voltaje:
-Justo ese día. ¿Me dejás que me prepare un cafecito?
Quince años, talento fuerte, ojos verdes, flequillo, minifalda, un pucho pegado a los dedos y esa voz de Renata, dicción perfecta, ronca. Así, con esa pinta, devino una merodeadora del Instituto Di Tella, por el que pasaba toda la vanguardia de los años 60. Le llevaban, en el mejor de los casos, una década.
-Yo era una especie de groupie de la cultura. Me colaba en las tertulias, los bares. Me maltrataban un poco, me despreciaban. Pero yo insistía.Yo tenía avidez y entonces iba al teatro y me colaba en el camarín y le decía al actor: "¿Puedo ser tu amiga?".
Así fue como conoció a Lautaro Murúa -un prócer de la actuación nacional-, no paró hasta conseguir el teléfono de Carlos Alonso -uno de los más prestigiosos dibujantes argentinos-, y encaró en el metro al director de teatro Juan Carlos Gené para decirle: "Lo quiero conocer".
-Loca, loca, loca. Avanzaba como un tanque Sherman.
Un día de sus 17 años fue a ver un ballet cuya coreografía la dejó muda, y no se detuvo hasta conocer al coreógrafo, Óscar Aráiz, el iniciador de la danza contemporánea en Argentina. Él le llevaba nueve años y ella sintió eso que sentiría después muy pocas veces: un amor inhumano.
-Fue un enamoramiento de hacerle regalos, persecuciones. A veces es tan fuerte lo que el otro te despierta que no es que te querés acostar con él: te lo querés comer. Aunque Óscar no correspondió de la manera en que yo hubiera querido, empezamos una relación de amistad y de trabajo que ya lleva 30 años.
"Yo te contesto de hombre a hombre, de cosa a cosa, de máscara a máscara, desde mi vulnerable guardia ginebrina, como si fuéramos dos maniquíes que juegan a crearse el rostro", le escribió, años después desde Ginebra, Óscar Aráiz.
En 1970, cuando ella tenía unos 20, él le propuso hacer el vestuario de un ballet, Romeo y Julieta. Ella, que no sabía nada de vestuario, dijo que sí.
-Hay una foto del bailarín negro que hacía de Tibaldo.
Va hasta el cristalero y vuelve con la foto de un bailarín: la cabeza aprisionada en un moño de goma espuma rosa, el cuerpo bajo capas de piel de animal, botas.
-El pobre salió del escenario y cayó redondo. Ahogado. Pero las críticas fueron maravillosas.
Por entonces, padeció otra descarga inhumana de amor total, esta vez inoculada por el descubrimiento del actor Víctor Laplace.
-Fui a ver Timón de Atenas, y trabajaba Víctor, y me enamoré. Lo vi y dije: "Quiero ese".
Implementando su plan de "te quiero conocer", encontró que uno de sus amigos, Marcos Mundstock, que después sería miembro de Les Luthiers, lo conocía.
-Y le dije: "Presentame a ese hombre ya". Marcos hizo una cita en una confitería. Y nos enamoramos. Cuando yo tenía 21, nació Damián, y nos separamos. Pero la relación con Víctor siempre fue buena.
-¿Fue difícil la separación?
-Tremenda. Porque no solo me separé. Yo fui abandonada por Nélida Lobato. Porque Víctor se fue con Nélida Lobato.
Nélida Lobato fue la vedette más rampante que tuvo este país, la conjunción de la finesse y la belleza más bestiales repartiéndose el cuerpo de una misma persona. En aquel entonces el dolor fue crucifijo. Durante un año, Renata Schussheim dibujó un libro que llamó El libro nómada. Lo llevaba a los bares y lo mostraba, como quien se corta las venas en público.
-Un día te lo muestro. Lo tengo arriba. Así también conocés a los loros.
El departamento tiene un segundo piso y en la terraza apareció hace años un loro. Ella lo adoptó y lo llamó Lorito. Un día la jaula quedó mal cerrada, el loro escapó y ella cayó en "una depresión de la que no había manera de sacarme". Lo buscó, publicó un aviso en el diario. Dos meses más tarde se compró otro: Truman. Poco después, la llamó por teléfono un hombre: "Encontré un loro". Ella fue y el hombre tenía, en efecto, el loro perdido.
-¿Cuándo nos vemos otra vez?
-Decime vos. Yo, por ahora, estoy tranquila.
Tranquila quiere decir que ese día el teléfono solo ha sonado, por motivos laborales, ocho veces.
-Cuando nos conocimos, Renata era muy bella -dice Víctor Laplace, por mail-. Hacía lindo lo que la rodeaba. Vivimos en la casa de la mamá, con su abuela. Después, cuando nació Damián, ya estuvimos en una casita solos. Estábamos contentos. Renata se reía de cuanta pavada yo decía. Tenía un sentido del humor muy generoso que me hacía muy feliz. Después, yo fui detrás de un gran amor que se me impuso. Fue injustamente duro para Renata. Recuerdo la impotencia que saber eso me producía.
-¿Vos el otro día no tuviste frío? Porque yo a veces pongo el aire muy fuerte.
Son las tres de la tarde de un día húmedo. Renata Schussheim lleva el pelo recogido en dos trenzas que le dan el aspecto de una reina de corazones. En la sala, Zelda y Lacan retozan, saltan. (El 14 de mayo de 2014, en un intercambio de mails, ella dirá que Lacan, su perra de 10 años, acaba de morir. Aunque ha tenido decenas de perros, cada vez que eso sucede la arrasa la misma avalancha de dolor).
-Encontré unas cartas de Manuel -dice ahora-. Me acordaba de que una vez fui a la casa de Vinicius...
En los años 70, ilustró la portada del libro Para una muchacha con una flor, de Vinicius de Moraes, y cuando él viajó a la Argentina, ella lo fue a esperar al puerto. Vinicius es ese Vinicius y Manuel es Manuel Puig.
-Vinicius no quería viajar en avión. Mi hijo, Damián, tiene fobia al avión, y no quiere tomar nada. Yo soy muy pastillera, pero la gente más joven no toma, me dicen: "Ay, yo tomo un cuartito de alplax y me duermo". ¡Yo los masticaba sin agua! Cuando éramos jóvenes, en un grupo de amigos nos habíamos puesto apodos. A mí me pusieron Monty Clift, por la ingesta de alcohol y anfetaminas. Pero todo el mundo tomaba. Yo hice una adicción fuerte y me costó dejar. Ahora tomo píldoras para dormir, no me imagino cómo se duerme sin píldoras. ¿Vos podés?
A mediados de los 70, Víctor Laplace y Nélida Lobato se exiliaron en México. Renata, que llevaba cuatro años de convivencia con el músico chileno Matías Pizarro, decidió marcharse al DF para que Damián pudiera estar cerca de su padre.
-Matías se fue a Francia y yo a México. En México no teníamos un peso y a Víctor le fue fatal. Odiaba la comida, todo. Y a mí todo me parecía divino. En ese momento hice un viaje a Madrid, y un amigo me dijo: "Ahí hay un tipo que se escapó de tus cuadros, lo tenés que conocer". Y era Jean François.
Jean François Casanovas es francés, actor, bailarín. Su grupo de teatro, Caviar, tuvo, sobre todo en los 80, enorme repercusión en la escena artística argentina.
-Fui a ver el show y me dio vuelta. Después me tomé todo, y cuando me lo presentaron, le decía: "Vos sos mi hermano". Entré en persecución alucinante. Le escribí, averigüé que estaba trabajando en Alemania y lo empecé a llamar por teléfono. El otro día encontré una foto. Están Óscar, Damián, Víctor y Jean François. Y pensé: "Mi familia tipo".
-En 1976 -dice Jean François Casanovas por teléfono-, Renata llegó a Madrid y vino a verme. Terminó la función y me dijeron que me quería conocer. Me dirigí a la mesa y Renata se levantó de golpe y volteó todos los vasos y me bañó en líquidos. Me decía que yo era increíble. Yo dije: "Bueno, muchas gracias", pensando: "Qué exaltada". Pero al día siguiente volvió a presentarse, diciendo: "Yo quiero ser tu amiga". Después comenzó a enviarme cartas. En 1978, empecé un recorrido por Europa, y un día en Múnich el encargado de la sala me dijo: "Tenés un llamado". Atiendo y era Renata. Ahí dije: "Acá está pasando algo importante. A una persona que se toma la molestia de rastrearme, tengo que escucharla con más atención". Y me rendí. Me rendí a ella. Hizo un viaje a Francia, nos hicimos unas lindas borracheras de champaña. Ya en 1980 vine a Buenos Aires, a estrenar mi espectáculo, y ahí empieza la historia oficial. Antes, en 1978, ella había hecho una exposición en la que había retratos míos, lo cual generó cierto escándalo.
En aquellos retratos en los que se lo ve desnudo, el sexo rotundo cubierto con flores, hay uno en el que Renata lame golosa la sangre que emana de la vena de su brazo de varón, atravesada por un estilete. El dibujo se llama "Boda".
-Volví de México en 1977 porque la situación económica era terrible. Me vine sin pensar en nada. Siempre doy una imagen de que no aflojo. Tampoco quiero aflojar. Pero vamos arriba, así te muestro El libro nómada.
Al piso de arriba se llega por una escalera interna, y se desemboca en el taller. A un lado están la terraza, el dormitorio con una biblioteca: Joyce, Paul Bowles, Nabokov. En el taller, la jaula con los dos loros, una computadora, una mesa de trabajo sencilla. Sobre la mesa hay un libro grande, apaisado.
-Acá está.
Una de las primeras láminas es la de una pareja abrazada. Él le clava un estilete en el ojo, que sangra. Él, a su vez, sangra por uno de los ojos que ha sido tocado por un estilete que ella, ahora, le clava en la espalda. En otra de las láminas, una multitud de hombrecitos clava agujas en el cuerpo de una mujer desnuda, de ojos sangrantes.
-Hacía rato que no lo miraba. Me impresiona. Un poco.
Después dice, serena:
-Las penas de amor son lo más parecido a la muerte.
Víctor Laplace dirá después, por mail: "El talón de Aquiles de Renata es nuestro hijo, y una propensión a una tristeza incurable de origen remoto y desconocido".
Ese día termina con ella diciendo que no siente como una falta no haber vuelto a formar una pareja.
-Si estoy enamorada, no puedo laburar. Hasta hace un tiempo tuve una pareja larga. Y no trabajé nada.
Es viernes. Un día apacible, luminoso, la terraza llena de palomas.
-¡No! No dejes la cartera en el piso que se va la plata.
-¿Creés en esas cosas?
-Sí. Pero la astrología no me vuelve loca. Soy muy Zelig. Si alguien me dice: "Mi hermano tuvo un dolor de cabeza y le vino un acv", yo al otro día estoy: "Ay, me parece que me va a venir un acv".
En los 80, Renata Schussheim circulaba por la ópera, el ballet, el teatro, el rock, la plástica. En 1980, hizo la portada de Bicicleta, el tercer disco de Serú Girán, y de Música del alma, el primer disco solista de Charly García. En 1982, cuando García presentó Yendo de la cama al living, Renata montó la escenografía del recital; una ciudad que se derrumbaba en medio de explosiones mientras él aullaba: "¡Pero no bombardeen Buenos Aires!". En un video de aquellos años, ella dice: "Salió todo bien, a pesar de que ese día terminó lloviendo y la mitad de la dinamita se mojó. O sea, que no sé qué hubiera pasado si se prendía toda la dinamita que habíamos puesto". Con ese ánimo jocosamente kamikaze -cargar a los bailarines con 10 kilos de ropa, calcular la dinamita a ojo-, aceptó, también, decorar una de las habitaciones de un motel de parejas.
-Yo desconocía las cosas que se hacían para agarrarse, para... hacer cosas. Había un cuarto que tenía un río con canoítas y yo pensaba: "Si vengo acá, me pongo a jugar y me distraigo". Muchos artistas plásticos se ofendieron porque hice eso. Pero a mí me encantó.
Durante un año, desde 1982, trabajó en la revista Siete Días haciendo producciones fotográficas.
Desde entonces y hasta hoy siguió mezclando géneros y maneras, haciendo el vestuario de espectáculos de Julio Bocca; del director español Lluís Pasqual en el teatro Grec de Barcelona. Después de desplegar su obra en la monumental Epifanía, la retrospectiva realizada en 2006 en el Museo de Bellas Artes, hizo, en 2007, la muestra Pajaritos en la cabeza, apenas 16 retratos de mujeres tocadas por sombreros adornados con pájaros, y, en 2011, Estado de gracia, 15 pinturas y 15 dibujos sobre fotos impresas. El año 2013 tuvo un punto alto con la puesta de Líneas paralelas, el concierto que Charly García hizo en septiembre en el Teatro Colón, y ahora publicará en Chile, en Liberalia, el libro 7 vidas imaginarias, una selección hecha por ella sobre Vidas imaginarias, de Marcel Schwob.
-Quería mostrarte unas postales que quiero publicar -dice Renata.
Abre una caja y saca pequeños collages donde se ven vírgenes enormes junto a hombres diminutos; hombres diminutos junto a pájaros de tamaño delirante. Lo que podría ser una imagen de inocencia infantil muta, por obra de esa dimensión contra natura, en una visión tétrica. Ella explica con pedagogía clásica, como si leyera un cuento.
-Este se llama "Qué hacemos con el perrito". Este es el gatito y el tipo que se distrajo con el zapato, ¿ves?
Desde la jaula, uno de los loros emite un sonido repetitivo y crujiente.
-¿De qué te reís, Lorito? Ahora está diciendo el teléfono de casa. Escuchá: cuatro... ocho... ¿Vamos abajo? Voy a hacer un cafecito.
Abajo, Zelda y Lacan están encendidas. Renata, desde la cocina, dice:
-Yo me analicé toda la vida, ¿vos te analizás? A mí me pasó algo terrible. Hace unos años murió mi psicoanalista. Un horror. Porque en la pirámide yo estoy siempre arriba, cuidando. Y ella era alguien que me cuidaba.
Después hace un silencio y dice:
-Yo no sé cómo no tomás café.