Una de las más entretenidas tendencias del vino chileno hoy en día es una nueva mirada a las llamadas "cepas mediterráneas", uvas que necesitan de sol y calor para madurar. Tintos hechos con carignan, monastrell, garnacha syrah o todas juntas, ofrecen hoy algunos de los mejores vinos que se pueden encontrar en nuestras estanterías y, decididamente, entre los más novedosos.
Y es lógico. En un país como Chile, en donde la mayor parte del tiempo hace calor y el sol es generoso, este tipo de cepas tienen un lugar seguro en el cual madurar y dar buenos vinos, tintos jugosos, de cuerpos abundantes, de texturas cremosas. Vinos que se beben bien en verano (los estilos abundan) pero que quedan muy bien en invierno.
A la novedad del monastrell o de la garnacha (el syrah y la cariñena ya llevan sus años en el país) se le suman algunos viejos conocidos, pero esta vez en blancos, como el viognier, otros menos habituales en las estanterías como el roussanne y el marsanne que rara vez los encontramos como protagonistas en la escena y, finalmente, cepas que no necesariamente son "mediterráneas" pero que en nuestro país dan vinos más bien suculentos como el chardonnay o el sauvignon gris. Blancos invernales, en el fondo.
Tanto el viognier, como el marsanne y el roussanne son las cepas clásicas del Ródano, en el sur de Francia, zona de clima cálido en donde estas cepas perfumadas y corpulentas se sienten a gusto. En nuestro país, dos vinos han sido las que más han persistido en incluirlas, especialmente la roussanne y la marsanne: Signos de Origen de Emiliana y The White Blend de Errázuriz, ambos muy buenos ejemplos de lo voluptuosas y amables que pueden ser, casi tintos disfrazados de blancos para acompañar el cerdo al horno, los guisos, hasta los choripanes si me apuran.
Con el viognier, la historia es más larga y algo más compleja. Tal como las anteriores, se trata de cepas "tánicas" es decir, que tienen una estructura que a veces puede raspar la lengua si no se les corta en su punto de madurez y, peor, aún pueden resultar amargas. Además, en el caso específico del viognier, su acidez es genéticamente baja, por lo que muchas veces puede resultar algo dulzón y cansador. Una copa y vamos por otra cosa mejor será.
Todos estos factores -desafíos para el enólogo- son lo que contribuye al carácter de estos vinos, un factor importante ahora que parece que se ha vuelto a privilegiar la textura en boca de los blancos en vez de enfocarse sólo en sus aromas. De hecho, es común escuchar a los enólogos decir hoy en día que, por ejemplo, buscan en el sauvignon blanc (una cepa ligera y aromática en Chile) vinos con "más boca", blancos para comer con ellos. En fin, las cosas cambian, los gustos también. Y, mientras tanto, aquí una lista de algunos vinos blancos invernales que vale la pena que ustedes prueben.