La metáfora del segundo tiempo que instala la Nueva Mayoría es desafortunada desde varios puntos de vista.
El primero y más obvio es cronológico. No es razonable pretender que la única vuelta al camarín que necesitará el equipo para redefinir el juego de cuatro años, se dará a los 100 días. Cuando se aspira a cambios estructurales se requerirá muchas veces volver a repensar estrategias y tácticas, pues los problemas serán muchos. Habrá tercero, cuarto y quinto tiempo.
Además, resulta más prudente no apurar el inicio del segundo tiempo antes de la pausa necesaria. El tiempo de la política no se detiene, pero si las circunstancias aconsejaron volver al camarín, mejor es entender que empieza el entretiempo. Si empieza el segundo sin redefiniciones, es probable que haya que volver demasiado luego a pedir suspensiones.
Supongamos, no obstante, que hay un momento de camarín, de suspensión de la vorágine para revisar la planificación y que es hora de sacar algunas lecciones de estos 100 primeros días de juego.
La primera y principal es que el partido se está jugando. Ganar las elecciones es apenas el comienzo. La batalla por las ideas y los proyectos no se detiene en ese momento. Por eso, la apelación al programa que ganó es un recurso retórico débil e insuficiente en la dinámica diaria de la batalla por la opinión pública y la confianza ciudadana.
Lo segundo que yo diría, si en el camarín me dieran la palabra, es que los primeros minutos son siempre desordenados. Contaría que, salvo en el gobierno de Aylwin, donde el equipo tuvo un largo e involuntario tiempo para prepararse, los gobiernos siguientes han tenido más problemas de instalación que los que presenta este, no obstante la magnitud de la tarea que se ha propuesto: es cosa de recordar las muchas indefiniciones, descoordinaciones y hasta de cambios de plantel que se vieron en los comienzos pasados. Como el desafío es enorme, es natural que los nervios estén a tope, pero la ansiedad es la peor enemiga de un trabajo concentrado y en equipo.
La tercera es que cuando se tiene la mayoría en ambas cámaras, el peligro está en los pases mal dados, en los errores no forzados. Sacar adelante los proyectos pasa por un enorme respeto a la diversidad del propio equipo. Tratar de forzar a algunos a que jueguen a la voluntad de los otros o, lo que es peor, descalificarlos frente a la galería, es la peor estrategia para un equipo diverso. Los jugadores más jóvenes, el equipo de recambio -Rodrigo Peñailillo y Javiera Blanco- dan lecciones de buena estrategia al ir cerrando acuerdos sin andar a las patadas. El camarín es lugar privilegiado para decirse cosas con franqueza y respeto. La función del capitán del equipo es insustituible para dirigir este proceso.
Para terminar, dos análisis más sectoriales: El juego por la derecha será muy escaso; la pelota pasará por ese lado solo en materia de reformas constitucionales. Más lejos de las cámaras se pueden hacer fructíferos procesos de crecimiento; aunque también se han visto casos en que tales escenarios ponen a los jugadores rabiosos, al punto que cavan trincheras y se parapetan en actitudes agresivas que poco rinden.
Por la mediacancha, por el centro, la cosa se ve sobrepoblada. Por allí se mueven nuevos jugadores con hartas ganas de recibir la pelota y que lucen el atractivo de lo novedoso: Evópoli, Amplitud y Velasco han venido a disputar pelotas en un terreno en el que la DC venía jugando bastante sola. Si este equipo no quiere perder su clientela, sus dirigentes estarán obligados a tener un oído muy atento no solo a sus militantes de base, lo que les será fácil en período de elecciones y congresos ideológicos, sino especialmente a sus electores. Si no se preocupan de "fidelizarlos" es posible que pierdan algunos de los espacios por los que venían jugando sin gran competencia.
Basta de metáforas. Es hora del fútbol verdadero, que tiene por estos días la atención de las cámaras, dando a la política un respiro para hidratarse. Ojala lo aproveche bien, porque el partido no se viene fácil.