Este es un obituario que nadie me pidió, de un hombre al que no conocí, pero cuya muerte me importa. ¿Qué sé de él? Pocas cosas. Sé que se llamaba Clyde Snow, que había nacido en 1928 en Texas, que era antropólogo forense, que había ayudado a identificar el cuerpo de Josef Mengele en Brasil, que había trabajado en casos resonantes como el del asesinato del Presidente Kennedy, que había exhumado y ayudado a identificar los esqueletos de 136 chicos asesinados por el Ejército en El Salvador, que había hecho lo mismo -exhumar, identificar- con miles de víctimas en sitios donde el terrorismo de Estado dejó un surco grueso de muertos y desaparecidos: la Argentina, Croacia, Chile, Ruanda, tantos otros. Tuvo varias esposas, varios hijos. Fue un fumador feroz. Usaba una chaqueta llena de bolsillos internos donde guardaba salsas picantes para "levantar los sabores". Unas cuantas personas, cuyas vidas se vieron profundamente afectadas por el hecho de haberlo conocido, lo llamaban "el Viejo", incluso en años en que él no lo era. Lo llamaban así porque cuando Clyde Snow los citó en un hotel de Buenos Aires una tarde de junio de 1984, y les explicó lo que quería hacer, ellos eran muy jóvenes: estudiantes de Antropología que pasaban, apenas, de los 20. Él tenía, por entonces, 56. Los estudiantes estaban allí, en ese hotel, porque un amigo de un amigo les había dicho que un gringo loco, que había llegado al país a instancias de las Abuelas de Plaza de Mayo, necesitaba ayuda. Años atrás, Patricia Bernardi, una de las estudiantes que estaban aquel día, me dijo que Snow les había parecido un tipo raro. "Nos invitó a cenar, pero cuando nos explicó lo que quería hacer, exhumar siete cuerpos de un cementerio, creí que se nos iba a ir el apetito. Teníamos miedo. Pensábamos: 'Si acá vuelve a pasar algo, este gringo se va a su país, pero nosotros nos tenemos que quedar'". Después, Snow le contaría al diario argentino Página/12 su versión del asunto: "Me sentí conmovido. Les dije que el trabajo iba a ser sucio, deprimente y peligroso. Y que además no había plata. Me dijeron que lo iban a discutir y que al día siguiente me iban a dar una respuesta. Pensé que era una manera amable de decirme 'chau, gringo'. Pero al día siguiente estaban ahí". Y al siguiente. Y al siguiente. Entre 1984 y 1989, Clyde Snow pasó más de 20 meses en la Argentina, y aquellos estudiantes -Luis Fondebrider, Patricia Bernardi, Mercedes Doretti, Morris Tidball-Binz, Douglas Cairns- lo acompañaron a hacer exhumaciones y aprendieron, de él, a leer en los huesos el rastro de la vida y de la muerte, a reconstruir la identidad y a entender la historia. Pasaban los fines de semana exhumando restos de personas que, a la hora de morir, habían sido tan jóvenes como ellos, y tenían miedo -no eran héroes-, pero en 1987 se inscribieron como asociación civil sin fines de lucro bajo el nombre de Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). "Lo que estamos haciendo -decía Clyde Snow, que declaró en el Juicio a las Juntas, el proceso contra los represores de la dictadura que se abrió durante el gobierno de Raúl Alfonsín- va a impedir negar lo que realmente pasó. Cada vez que recuperamos un esqueleto de una persona joven con un orificio de bala en la nuca, se hace más difícil venir con argumentos". En todos estos años, el EAAF -formado ahora por unas 40 personas- intervino en la Argentina, y en más de 30 países, identificando restos de desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado: la ex Yugoslavia, Perú, El Salvador, Etiopía. Fueron quienes identificaron los restos del Che Guevara en Bolivia, pero no les gusta hablar de eso: sostienen que, para ellos, toda persona es importante. Muchos viajan de manera tan enloquecida que no tienen mascotas, ni hijos, ni plantas, ni comida guardada en la heladera, y pasan años sin estar en casa más de una semana seguida. "Esto no es un trabajo, sino una forma de vida -me dijo, hace unos años, Mercedes Salado, una bióloga española que llegó al equipo en 1997-. Está por encima de tu familia, de tu pareja, de tu perspectiva de tener hijos. Nos hemos olvidado de cumpleaños, de aniversarios de boda, pero no nos hemos olvidado de una cita con un familiar de una persona desaparecida. Y en el fondo es tan pequeño. ¿Qué haces? Encuentras la identidad de una persona. Pero cuando le ves el rostro a la gente, vale la pena". Snow decía, con orgullo: "La idea de usar la ciencia en el área de derechos humanos comenzó en la Argentina y ahora se usa en todo el mundo. Los argentinos fueron los pioneros". El 17 de mayo pasado me llegó un mail de Patricia Bernardi, una de las fundadoras del EAAF. El mail llegaba desde Georgia, donde estaba trabajando y, en su estilo escueto y cariñoso, decía que Clyde Snow había muerto el día anterior. El EAAF emitió un comunicado en el que hablaba del privilegio de haber sido entrenado por Snow y haber "compartido con él 30 años de trabajo en Argentina, Chile, Perú, El Salvador (...), Etiopía, Croacia, el Kurdistán Iraquí, Zimbabue (...). Familias de personas desaparecidas y asesinadas en conflictos alrededor del mundo encontraron en el doctor Snow la posibilidad de una investigación forense independiente, la identificación de los restos de sus seres queridos y el aporte de pruebas a la justicia".
Yo pensé que señoras hay, en Filipinas, que han podido enterrar los restos de sus hijos, y que señores hay, en mi país, que pueden saber lo que pasó con los suyos, porque este hombre, hace más de 30 años, una tarde de junio en Buenos Aires, ofreció, a un grupo de estudiantes jovencísimos, la posibilidad de ejercer un oficio sucio, deprimente y peligroso, y porque los estudiantes dijeron que sí. Muchas cosas viven en un hombre. No todas mueren con él.