Por estos días se han inaugurado dos bares de vinos en Nueva York. Ambos sucursales de exitosas experiencias en París y ambos con la idea de refrescar la oferta de vinos en la ya muy fresca escena neoyorkina. Racines abrió hace unas tres semanas y La Compagnie des Vins Surnaturels recién la semana pasada.
La idea de estos dos nuevos sitios es poner acento en los vinos naturales, es decir, vinos hechos solo de uvas, un tema que hace ya rato que está en la primera plana en el planeta vino. Y es cosa de ver las cartas para darse cuenta de que allí lo que sobra es originalidad y diversidad, con propuestas que van desde clásicos hasta los más radicales hoy en día.
Estas nuevas atracciones enófilas no son novedad en Nueva York. Desde hace ya años que The Ten Bells o Terroir hacen de las suyas, proponiendo ofertas vínicas que sorprenden incluso a los fans más radicales. Y mientras zonas clásicas como Burdeos o Toscana abundan en las listas de los steak house de la ciudad, en estos bares esos nombres se reemplazan por el Monte Etna o las Islas Canarias o vaya a saber uno qué lugar perdido y oscuro junto al Mar Negro.
Todo esto, claro, tiene una explicación lógica. El mercado de la Costa Este norteamericana tiene rasgos de sofisticación solo comparables a Londres o a París. Ya hace rato que está a esa altura y muchas veces hasta los supera. Y si a eso le agregamos que el mercado es grande y puede soportar todo tipo de locuras, no es nada extraño que aparezcan lugares como Racines que, entre paréntesis, tiene una cocina de los dioses. ¿Pero qué pasa en Chile?
En nuestro país el asunto es distinto. Y, como en los más recalcitrantes steak house gringos, las mañas y vicios continúan como si estuviéramos en los años 80: las distribuidoras pagan por corchos vendidos, las viñas pagan por imprimir las cartas, los restauradores ven en el vino una forma de ganar plata de forma fácil y cobran el 300% del precio de venta a público y, lo que es peor, las ganas, la imaginación y el conocimiento son sustantivos en extinción.
Las grandes excepciones, hasta ahora, han sido Cuerovacay Baco, ambos tratando de ofrecer una oferta razonable junto a precios igualmente razonables. Sin embargo, la llegada de Bocanarizy, recientemente, de Restaurant 99, le han dado un vuelco totalmente radical a lo que estaba sucediendo.
Bocanariz es expansivo. Abarca todo: desde vinos inalcanzables por su precio (y por sus ambiciones) hasta el pipeño de moda. En tanto, el 99 es más enfocado en productores pequeños que ofrezcan una mirada distinta y, sobre todo, natural. No todos los nombres en su carta son así, pero sí la mayoría, lo que sin dudas le da el tono.
Bocanariz es un wine bar de tomo y lomo. El primero exitoso en Chile. El restaurant 99 es más bien cocina con una buena y muy jugada carta de vinos. Los dos, sin embargo, abren un camino completamente inédito en la escena de vinos de la capital. Ya era hora.