Hasta hace apenas una década, hablar de carignan en Chile habría sido imposible. Al menos, en términos serios que es como casi nunca se habla de esta cepa de origen mediterráneo, y con escaso -por no decir nulo- protagonismo en el mundo del vino, excepto en Priorato o al sur de Francia, en Languedoc.
Y por "protagonismo" me refiero al estrellato de otras cepas como el tempranillo, el cabernet sauvignon, el merlot, el pinot noir o el nebbiolo, todas sinónimos no solo de grandes tintos, sino que de tintos ligados a un origen. El carignan, salvo en Chile, es más bien un actor secundario o, en el mejor de los casos, parte del elenco principal. Nunca el líder.
¿Qué pasó entonces en Chile que, hace diez años, el carignan se puso de moda? La razón principal es que hubo tres productores que le hincaron el diente y lo hicieron bien. El pionero fue Gillmore, Morandé luego y finalmente -muy seguido- Odfjell. Después, por cierto, vendría VIGNO, los "viñadores" del carignan, que vinieron a confirmar la importancia de la cepa en un país necesitado de novedades y que no tiene muchas uvas que mostrar: cabernet, carmenere, syrah y ya.
Las iniciativas pioneras de Gillmore, Morande y Odfjell apuntaron hacia una dirección específica: viejas parras de carignan del Maule, moldeados por la crianza en barricas y por la madurez. Nada raro. El carignan es una cepa de fiera textura (por eso la crianza) y de una alta acidez que puede asustar (y de ahí las cosechas tardías para obtener más dulzor). Con todo, los carignan que se hicieron en un comienzo -y que aún dominan el estilo- son grandes moles de sabores, vinos corpulentos y grandes, y también tintos que se pueden guardar por años. Echen un vistazo, por ejemplo a Vigno de De Martino 2011 o el Vigno de García y Schwaderer 2011. O al Morandé Edición Limitada 2010, a Genovino 2011 de Canepa o a Re Nace 2011 de Bodegas Re. El carignan en Chile se hace en grande.
Sin embargo, queda la duda. El carignan puede ser sinónimo de tintos para cortar con cuchillo, pero también puede ser un camino para vinos más ligeros y simples, sin tanta ambición como se autoimpuso VIGNO. Meli, por ejemplo, es hoy el único carignan chileno que no pretende ser más que un tinto para beberlo fresco, ojalá con choripán. En el breve pero intenso camino de la cariñena en Chile, ahora creo que hay que buscar otras posibilidades con una cepa que se moldea al antojo de quién la produzca.