Las enólogas Andrea Jure y Carolina Fernández se conocieron mientras trabajaban en la viña Emiliana. Allí se hicieron amigas y comenzaron a idear un proyecto en conjunto, un vino que fuera hecho a cuatro manos, de manera artesanal y con toques novedosos.
La idea se concretó este año con la primera cosecha de Levita, un espumante rosado hecho con syrah orgánico del Valle del Maipo. Y es toda una revelación en la cada vez más dinámica escena de vinos en Chile, unas burbujas tan sabrosas y simples, de esos vinos que te hacen pensar en el verano o, mejor aún, que te llevan a la playa.
Andrea y Carolina no viven de este proyecto. Demasiado artesanal y pequeño todavía (apenas hicieron unas 1.200 botellas) sus ambiciones son crecer de a poco y, ojalá, poder venderlo en el exterior. Pero para ello tienen que hacerse el tiempo entre sus trabajos reales, también ligados al vino, que a su vez les permiten realizar su proyecto. Y, por encima de eso, son madres ambas. "Lo de vinos como hijos es una frase que usamos mucho. Pero cuándo se tiene hijos, uno sabe que esa labor es mil veces más compleja que hacer un vino. Aún así, para nosotras Levita es nuestro hijo-vino, así surgió un poco el concepto de nuestra sociedad. De hecho, Levita nació sólo un par de días antes que mi tercera hija Victoria. Ese período fue intensísimo", recuerda Andrea.
Esa reflexión trae implícita un viejo tema que se da en muchas áreas de la creación. ¿Es que existe una literatura femenina? ¿Es que existe una enología femenina? Aunque es obvio que al menos yo no he tenido la experiencia de llevar hijos dentro de mí, es claro que vivirla debe cambiarle a uno la visión de las cosas, incluso la de un trabajo como convertir jugo de uvas en vino. Sin embargo, tal como en la literatura, la sensibilidad femenina muchas veces se pierde ante las demandas del mercado. Es decir, da lo mismo si ese millón de botellas fue hecho por un hombre o una mujer: el diseño predomina por sobre el autor. En el fondo, nadie se pregunta si Casillero del Diablo o 35 Sur fueron hechos por un hombre o una mujer (ambos fueron hechos por hombres). Nada de carácter en ellos. Nadie les pide eso.
Pero en Levita, como en otros proyectos pequeños, la intensión sí se siente porque se supone que no hay una demanda del mercado extrema; en teoría, los enólogos hacen lo que sienten. Y es ahí en donde quizás podría verse si el vino es "de mujer" o no lo es. Pero en la enología las fronteras son muy sutiles, y yo al menos no veo que Levita sea demasiado diferente a un rico rosado de burbujas hecho por un hombre. El caso es que, tal como quien lee a un clásico, todo está en el acento que se pone. En el vino, más que creación, es interpretación de un lugar o de una uva.
Habiendo dicho eso, ¿por qué no le echan un vistazo a los siguientes ejemplos de vinos hechos en pequeñas producciones y producidos solo por mujeres? ¿Es que ven diferencias?