En los vinos sudamericanos hay una revolución. Como nunca antes, se experimenta, se corren riesgos, se hacen vinos que no necesariamente están de acuerdo a lo que el gusto del mercado pide; vinos revolucionarios para los estándares locales, vinos distintos a los que habíamos probado. Muy distintos.
Lo que sucede en Chile lo hemos reportado en extenso en las páginas de Wikén. Pero cuando se trata del otro gran actor en Sudamérica, Argentina, las revoluciones están a la orden del día. Allí también pasan cosas, la escena se encuentra en una ebullición nueva, desconocida hasta hace muy poco.
Y con eso de “muy poco”, la verdad es que me refiero hace apenas unos cinco años. Los vinos argentinos, concentrados en más de un 70 por ciento en Mendoza, han sido objeto de grandes éxitos en los tiempos recientes. Gracias a dos o tres consultores internacionales (entre ellos, el francés Michel Rolland y el californiano Paul Hobbs), han logrado dar con un estilo de vinos, sobre todo de malbec, que ha tocado la fibra del mercado norteamericano. Tintos jugosos y maduros, dulces y suaves, dominados por la madera; un estilo internacional que terminó siendo la vedette del mercado.
Pero las cosas cambian. Y aunque ese estilo sobrevive (y qué bien que sea así), comienza a terminar el monopolio de un solo camino en el vino y nuevas voces se levantan para ofrecer visiones que poco y nada tienen que ver con lo establecido. Es lo que ha ocurrido en Chile; es lo que también ocurre en Argentina.
Nombres en esta revolución hay muchos. Pero si van a Mendoza en busca de nuevos vinos, no pueden olvidar algunos de ellos, los esenciales, una lista que debiera comenzar por el reciente y flamante gran ganador del Argentina Wine Awards, el concurso más importante de vinos de ese país y que acaba de realizarse en Mendoza: Matías Riccitelli.
Matías es hijo de Jorge Riccitelli, uno de los enólogos más destacados e históricos de Mendoza, hoy director técnico de la bodega Norton. Desde hace apenas un par de años, Matías comenzó a mostrar sus vinos en un proyecto familiar, dominado por tintos claros en su fruta, de esos que se beben fácil, pero que también se pueden guardar con la misma facilidad. Rara mezcla entre simpleza y complejidad, cosas que en el pasado reciente de Argentina no existían o, para ser más justos, eran bienes muy escasos.
Matías es miembro de una pandilla que, la verdad, no actúa en bloque como las pandillas usuales, pero sí que se juntan de vez en cuando alrededor de un asado, para compartir vinos. Tampoco se podría llamar una “generación” aunque todos están algo más arriba y algo más abajo de los 40, y se han criado enológicamente hablando hacia fines de los 90, cuando el vino argentino despegaba. En ese grupo, Alejandro Vigil y sus cabernet franc indispensables bajo la etiqueta El Enemigo (Además de su trabajo en la gigante Catena) han tomado un claro liderazgo. Su constante experimentación y sus locuras en las zonas más altas del Valle de Uco, hacia los pies de Los Andes (y a más de 1.400 metros) son paradigmáticos. Otro nombre a retener.
Tan importante como Vigil son los hermanos Michelini, en especial Matías y Juan Pablo. El primero, a cargo de una pequeña pero contundente colección de vinos completamente rupturistas bajo la marca Passionate Wines. Un blanco torrontés elaborado como tinto (y que parece tinto en la boca), una bonarda que se bebe como jugo de moras o el syrah Diverso, que es, a mi parecer, uno de los dos o tres mejores syrah del Cono Sur, chilenos incluidos.
Juan Pablo, por su parte, es el hermano menor y está a cargo de los vinos de la bodega Zorzal (disponibles en Chile en el restaurant House Casa del Vino en el Valle de Casablanca), un proyecto de ambiciones comerciales, pero que aun así sigue un camino bien definido de vinos frescos, con la bandera del malbec siempre en alto, pero el malbec que se bebe fácil, que está lleno de frutas y de acidez refrescante. Prueben, por ejemplo, su Eggo y verán de lo que hablo. Imprescindible para entender el nuevo camino del vino argentino.
Y la pandilla podría completarse (aunque hay más miembros, por cierto) con Alejandro Sejanovich, un viticultor y enólogo que tiene varios proyectos en carpeta, uno de ellos Tintonegro, en donde ha trabajado –entre otras cepas- la criolla, o mejor conocida por estos lados como “país”, la uva que trajeron los conquistadores españoles al Nuevo Mundo. Su Tintonegro Criolla es el primer paso a un mundo de nuevos sabores que este inquieto explorador mendocino recién comienza a navegar. El vino, en todo caso, se bebe peligrosamente como el agua. Y es mucho más sabroso, claro está.