He bebido burbujas tintas alguna vez en mi vida. Y ninguna de ellas ha significado una experiencia, digamos, placentera. Hay algo en los tintos espumantes que me sabe mal, que no me termina de cuadrar. Y aunque esto es algo absolutamente personal, también está de mi lado el hecho de que no hay espumantes tintos que exhiban cierta celebridad, al menos en la región francesa de Champagne, que es donde todo se dicta cuando se trata de burbujas.
Pero si el tinto espumante me recuerda más bien a un vino que aún no ha terminado de fermentar, con el rosado el asunto es diferente. Y sin dudas que también la calidad puede alcanzar niveles tan espectaculares como en los blancos espumantes tradicionales de Champagne.
Pero vamos a dejar a un lado a tan afamada región francesa para aterrizar un poco las cosas en nuestro país. A no ser que el vino diga explícitamente en la etiqueta que se trata de un "blanc de blancs" (generalmente hecho cien por cien con chardonnay, aunque otras cepas pueden usarse), es probable que haya tintos involucrados en la elaboración. Los mejores ejemplos usan pinot noir, que es la cepa clásica con la que se obtienen los mejores ejemplos del estilo en el mundo, tanto blancos como rosados.
¿Pero cómo es eso de que un espumante blanco puede obtenerse de uvas tintas? La explicación, simplificada, es más o menos ésta: El color se encuentra en el hollejo de las uvas, y la tarea del productor es separarlo lo más pronto posible para que no coloree la pulpa de la uva. Así se obtiene un jugo blanco como el más blanco de los sauvignon... o casi.
Para el espumante rosado, hay dos caminos posibles. El más usual es mezclar una base de vinos blancos con una porción más pequeña de tintos (el porcentaje depende de la intensidad del color que se quiera obtener) antes de la segunda fermentación. El otro camino es el "sangrado" o "saignée" en francés. Este consiste en separar el jugo de los hollejos luego de un determinado tiempo de contacto o, si prefieren, de tintura.
De una forma o de la otra, en los espumantes rosados corre la misma máxima que en los de color blanco. Los que ocupan el método tradicional de segunda fermentación en botella, siempre son mejores (y más caros) que los que fermentan en grandes tanques de acero. De la misma manera, los con menos gramos de azúcar residual tienden a ser superiores en su expresión frutal e ir mejor como aperitivos, o con la comida y no con el postre, por ejemplo.