Ha concluido el proceso de matrícula universitaria y quiero denotar un problema de arrastre. Es corriente que miles de estudiantes deserten de la carrera a la cual ingresaron, cambiándose a otra del mismo plantel o de uno distinto, pero sin que el traslado resuelva la búsqueda. Es igualmente común que un cuantioso número de alumnos no rinda lo suficiente en los primeros años de estudio, por falta de dedicación o interés, teniendo que someterse a acciones remediales o viéndose afectados con la expulsión. Innúmeras familias lo han experimentado y se entenderá el daño sicológico y económico que provoca, máxime para aquellas que tienen que recurrir al CAE, sin contar otros desembolsos. Quienes somos académicos decididos conocemos muy de cerca la situación.
A menudo los jóvenes se matriculan sin saber en qué consiste la carrera elegida, desengañándose a poco andar. Comienzan a deambular; otros prosiguen para evitar el malestar o expectativas paternas, y adquieren una profesión que finalmente no les gusta. Hay quienes la seleccionan por descarte -que no tenga matemáticas, mucha lectura o una ciencia dura-, o por decisión de terceros, o por influencias de carácter utilitarista o conveniencia. En fin, los menos optan por tradición familiar o luego de una reflexión efectuada colectivamente con su entorno, siendo determinaciones más acertadas.
La elección es muy compleja, por su trascendencia vital. Provoca estrés en jóvenes y padres. Son adolescentes que egresan de enseñanza media, bastante inmaduros el grueso, afectados de cierta pasividad. Salen como desde una cápsula, pero bombardeados por información sobre el futuro que no alcanzan a digerir, provocándoles confusión. Los consejos más corrientes apuntan al "puntaje de corte", costo de la carrera versus empleabilidad o renta potencial, mallas curriculares y características de la universidad. Aspectos prácticos, pero que no resuelven el problema de fondo.
Se olvida la importancia de la vocación: en este caso, la preferencia personal -íntima, diría- por desarrollar una determinada actividad laboral en la vida. Una preferencia que se asume mediante un proceso de largo aliento.
Ella se descubre a través de la historia personal. Una introspección que necesariamente requiere ayuda. La familia es fundamental. Ella puede saber qué intereses ha demostrado el joven desde pequeño en sus estudios, en los juegos; con qué actividad significativa disfruta y se entretiene; con qué vibra, se inspira o exterioriza pasión. En fin, quienes saben aseguran que la vocación es parte de la identidad personal; es preciso conocer las habilidades y las áreas donde se desarrolla mejor, para luego relacionarla con un ámbito profesional.
Excepcionalmente, en algunos colegios se realiza una buena orientación, pero dificulto se efectúe en el hogar y planteles de la mayoría de los estudiantes del país, porque no cuentan con el tiempo y la cultura necesarios.
De hacer una elección más consciente, serían menos las frustraciones cargadas en las mochilas y menos los cuadros depresivos que vemos en las aulas. Disminuirían los gastos familiares y estatales, sería más eficiente el uso del crédito y del tiempo del alumno, porque estarían motivados.
¿Por qué no pensar en agencias de orientación verdaderamente calificadas, públicas y privadas, como existen en otros países?
Claro que, habiendo ejecutado el proceso, los padres deberían respetar la decisión vocacional del hijo. Notarán que son alumnos satisfechos con el quehacer diario, esforzados, responsables, trabajadores, porque los objetivos son propios y gratos. Lo hemos presenciado. Amén de que la mejor profesión es la que entretiene: con ella se efectúa el trabajo bien hecho, superando lo exigido por contrato, y la persona se considera realizada, productiva y feliz.