He andado por ahí, yendo y viniendo, atravesando aduanas y fronteras. Atravesando, sobre todo, controles de seguridad en aeropuertos. Ya saben: ese sitio en el que, antes de embarcar, hay que pasar el equipaje de mano por una cinta para que el guardia de turno controle si tenemos, o no, intenciones espurias con respecto al resto del pasaje (y del mundo). Y me han surgido algunas inquietudes, sobre todo atendiendo a la ¿aparente? arbitrariedad de criterios que reina en esos espacios. Me explico.
En el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, se puede pasar el control de seguridad con una botella de agua -chica, con o sin gas-, y se exige -a gritos- que los pasajeros dejen la computadora dentro del bolso. Hay que quitarse, como en todas partes, el cinto, pero no el reloj ni los zapatos -aun cuando estos tengan cierres metálicos-, ni colocar los líquidos -debidamente embolsados, en una cantidad que no supere lo que cabe en una Ziploc pequeña- en una bandeja. Los encendedores parecen no revestir amenaza. Pero en Aeroparque, el otro aeropuerto de la ciudad de Buenos Aires, el criterio es diametral y distinto: allí no se puede pasar el control con botellas de agua y hay que quitarse los zapatos si es que estos tienen cierres metálicos. En el aeropuerto de Barajas, en Madrid, no se puede pasar con agua embotellada y se deben colocar los líquidos en una bandeja aparte, igual que la computadora. No solo hay que quitarse el cinto, sino también el reloj y, si tienen cierre, los zapatos (para protegerse los pies los guardias proporcionan coquetas bolsas de nylon, porque usted podrá ser un terrorista internacional, pero nadie le va a negar su derecho a no ensuciarse las medias). En Bogotá no hay que sacar los líquidos del bolso, pero sí la computadora. No es necesario quitarse los zapatos (cosa que sí exigen en el aeropuerto de Medellín), y se puede ingresar una botella de gaseosa, pero no de agua, con o sin gas, aunque uno se ofrezca a dar ingentes tragos para demostrar que no es veneno para ratas. Los encendedores son considerados un peligro atroz: la última vez que pasé con uno en la maleta de mano, la mujer del control me miró con ojos desorbitados y me dijo algo así como: "¡Usted lleva encendedores!". En plural, como quien dice: "¡Usted nos quiere matar a todos!". Y se lo quedó. (Pero pasé con dos encendedores, sin problemas, por el aeropuerto de Medellín). En el de Santiago no se puede pasar con botellas de agua, la computadora va en bandeja aparte, pero no los líquidos, y no hay que quitarse los zapatos ni el reloj. En el de Lima el agua también está interdicta, pero no hay que pasar la computadora ni los líquidos en bandeja aparte ni quitarse los zapatos. En el de México no se puede pasar con botellas de agua, no hace falta quitarse los zapatos, pero si uno lleva libros, se transforma en sospechoso: cada volumen será registrado minuciosamente para controlar que uno no lleve allí, escondidos, ¿encendedores, agua, zapatos? Los elementos cortopunzantes están prohibidos en todos los casos, pero si uno vuela por Iberia, recibirá, con la comida, un juego de cubiertos de acero, cuchillo incluido, con el que se puede atacar la pasta o la carne, pero también, potencialmente, al vecino de asiento, a la azafata, e incluso suicidarse.
Todo esto me ha llevado a preguntarme cosas. A preguntarme, por ejemplo, qué saben en España acerca de los peligros ocultos en los zapatos que en Argentina todavía desconocemos. O qué puede revelar una computadora cuando atraviesa la cinta fuera del bolso que no revelará cuando la atraviesa sin ser desenfundada. O qué descubrieron en Colombia acerca de los desastres que puede producir un encendedor -y qué acerca del misterio sublime de la inocuidad de las gaseosas- que todavía no ha sido descubierto en España ni en México ni en Perú. ¿Revisten amenaza los cierres de las botas para los cielos de Europa, pero no para la mayoría de los de América Latina? ¿Cómo decidirán las reglas los funcionarios encargados de los controles aeroportuarios: "Si sale cara, prohibimos los encendedores; si sale cruz, hacemos que se quiten los zapatos"? Supongo que nada de todo eso sirve de mucho y que el objetivo es, apenas, replicar un principio viejo como el mundo: controlar mediante la intimidación que, como todos saben, cuanto más arbitraria es ("usted es peligroso porque nosotros así lo hemos decidido"), resulta más aterradora. El control ejercido por el poder, cuanto más ciego, funciona mejor.