En principio, resulta más o menos obvio que la grandeza de un vino, su fama, su prestigio, se resume en lo que está dentro de la botella. O que, al menos, así fue en un comienzo. Sin embargo, por fortuna (o no) el vino es mucho más que los 750 ml que contiene el vidrio: es historia, es tradición, consistencia. En resumen, cuando uno compra un vino (sobre todo un gran vino) compra algo más que uva fermentada.
Pero por mucha tradición, consistencia o historia que se tenga, si lo que se embotella no tiene la calidad mínima, es probable que la fama se diluya muy pronto. Es por eso que el estándar de calidad (o de carácter o de terroir o de personalidad) tiene que mantenerse a niveles importantes para que el vino no solo sea lo que lo rodea.
Entre esas dos ideas se mueve la “Cata de Berlín”, una degustación que por diez años hizo la viña Errázuriz en distintas ciudades alrededor del mundo y que acaba de terminar la semana pasada en Santiago. La idea central de estas “catas de Berlín” (nombre que nace por la primera ciudad en la que se hizo, en 2004) es degustar a ciegas los mejores vinos de Errázuriz junto a grandes íconos de la enología mundial, una suerte de competencia que deja de lado la historia, la tradición y la fama de grandes vinos para concentrarse solo en lo que está dentro de la botella.
“La génesis fue mi frustración al ver que, durante los años 90 y comienzos de 2000, los críticos internacionales seguían con un preconcepto de imagen de vinos chilenos simples y baratos y sin reconocer plenamente su potencial. La idea se me ocurrió como una forma de demostrarles que la calidad de nuestros vinos era incluso equivalente a la de los más famosos del mundo, y que debían darnos el crédito que merecíamos”, señala Eduardo Chadwick, propietario de la viña Errázuriz.
Esta primera cata, en Berlín, contó con lo más granado de la sommelería y la crítica de vinos europea. Y también con vinos de fama mundial como los châteaux de Burdeos Margaux, Latour y Lafite en cosechas estelares como 2000 y 2001 y grandes vinos italianos como Solaia que se sumaban a la cima del catálogo de Grupo Errázuriz: Seña, Don Maximiano y Viñedo Chadwick, también en esas mismas dos cosechas.
“Mi esperanza –recuerda Chadwick– era que al menos uno de los vinos chilenos quedara entre los primeros cinco del ranking. Con eso ya habría quedado demostrado que nuestros vinos eran de una calidad equivalente a los mejores del mundo”, dice. Sin embargo, y a pesar de la gran experiencia del jurado, los ganadores fueron Viñedo Chadwick 2000, en primer lugar y Seña 2001, en segundo. “Los mismos críticos que se negaban anteriormente a reconocer nuestra calidad cuando punteaban a nuestros vinos con las etiquetas a la vista, ahora confrontados a ciegas, los eligieron en los primeros lugares por sobre los mejores vinos franceses e italianos. Fue una sorpresa total”, agrega.
Claro que la idea de Errázuriz, aunque arriesgada, no era del todo nueva. De hecho se basó en el llamado Juicio de París, una recordada degustación (también a ciegas) organizada en la capital francesa por el ahora reputadísimo critico inglés Steven Spurrier. En esa oportunidad, Spurrier convocó a expertos franceses que terminaron votando por vinos californianos como los mejores. Y ojo que también competían algunos de los más afamados vinos galos.
Tras los resultados de la Cata de Berlín, las comparaciones fueron obvias. La crítica inglesa Jancis Robinson comparó ambas degustaciones, aventurando que tal como el Juicio de París, esta cata berlinesa también podría marcar todo un hito en la evolución y la imagen de los vinos de Chile “o al menos, en la de los vinos de Errázuriz”, puntualizó, con la consabida ironía londinense.
Pero no todo quedó en Berlín. Aunque en un comienzo pensaron en la idea de solo contar la historia de esa primera y exitosa experiencia, decidieron finalmente replicar la degustación en distintas ciudades del mundo. Y así se la pasaron organizando catas desde Sao Paulo a Copenhagen; de Seúl a Nueva York; de Zurich a Dubai, entre otras ciudades, para terminar en Santiago. En todas, sin excepción, los vinos de Errázuriz quedaron entre los primeros cinco, y muchas veces ganaron. “Creo que hemos demostrado en forma persistente y consistente que nuestros vinos son de calidad mundial, y que se paran de igual a igual con los mejores del mundo. Esto hay que creérselo de verdad para romper el “complejo país” de que podemos solo producir vinos simples y baratos”, concluye Chadwick.
La última de las “catas de Berlín” se realizó en Santiago. En esta ocasión, y para ofrecer una pequeña novedad, se incluyeron por primera vez vinos de España. Además, hubo tintos de Italia y California, todos de muy alto nivel. Y esta vez también ganó un vino de Errázuriz: Don Maximiano 2010. El círculo se ha cerrado. Lo que resta ahora es seguir acumulando historias para que los vinos chilenos (junto a los de Errázuriz) no solo sean muy buenos, sino que además tengan algo que contar.