Valiente y digno homenaje al bicentenario verdiano es esta producción de un título predilecto del gran público desde su primer día, pero tan erizado de dificultades vocales para los solistas que las casas de ópera tienden en nuestro tiempo -no abundante en voces para Verdi- a dar un prudente rodeo postergatorio. Desde luego, Pablo Maritano se ha ocupado minuciosamente de que la dirección de escena dé plausibilidad al delirante romanticismo del libreto. Es el enfoque correcto: si Verdi lo tomó en serio e hizo saltar su chispa creadora, puede exigirse también lo mismo al régisseur . De allí la búsqueda sistemática de individualización de los personajes, y no solo los protagonistas, sino también comprimarios, coristas y figurantes: sus desplazamientos y actitudes tienen un sentido real en el marco de la trama. De allí, también, la plétora de detalles que animan cada escena, en procura de mantener acción constante o al menos rehuir lo estático en las arias y concertados.
Buen marco para esta historia extrema es la imponente escenografía e iluminación de Enrique Bordolini. Ni abstracta ni figurativa, sus armazones, partícipes del moto perpetuo que bien impone Maritano, se van desplazando y reordenando a la vista del espectador para evocar castillos, calabozos, conventos, construyendo con acierto la atmósfera oscura, oprimente, brutal, de esta Edad Media hispana imaginada por García Gutiérrez.
En el estreno de este segundo elenco, cabe celebrar la interpretación del tenor chileno José Azócar como Manrico, y la apreciable recuperación vocal desde su Radamés de 2011. Seguridad en el agudo, buen fraseo y mejor expresión, emisión más definida y generoso caudal vocal. Otro punto alto fue la Leonora de la soprano argentina Mónica Ferracani. Si bien comenzó algo nerviosa, y olvidó un par de líneas en torno a Ne'tornei. V'apparve..., se fue soltando rápidamente y logró excelentes tercer y cuarto actos. Justamente ovacionada en la gran aria D'amor sull'ali rosee (el tempo adagio parece sentar especialmente a sus capacidades), deberá, eso sí, atender ahora un mayor desarrollo dramático. El barítono argentino Omar Carrión se entregó por completo como Conde de Luna. Si bien el volumen vocal no es contundente, sino más bien algo delgado, exhibe un minucioso fraseo y buen legato . Homero Pérez-Miranda fue un Ferrando ágil, que brinda una interesante interpretación de esa verdadera balada para bajo, coro y orquesta que es la introducción al primer acto. Correctos también Sonia Vásquez como Inés (de inquietante caracterización), Augusto de la Maza como Gitano y Rony Ancavil como Ruiz y Mensajero. Lamentablemente, la Azucena de la mezzosoprano Isabel Vera presentó problemas. Además de dificultades en la emisión y un tercio agudo estridente -especialmente en el forte -, estuvo en ocasiones desacoplada del conjunto, apelando a veces a recursos "veristas" (del todo fuera de lugar en este Verdi belcantista) para suplir algunas líneas exigentes, particularmente en "No, soffrirlo non poss'io". En el intermedio se anunció que estaba indispuesta, pero aun así continuaría, y en el segundo bloque mostró mayor soltura y mejoró vocalmente.
También la Orquesta Filarmónica, dirigida por José Luis Domínguez, cobró mayores bríos en la segunda parte, y el coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornick, estuvo tan sólido como es habitual.
En suma, un segundo elenco con notorio buen desempeño, que entusiasmó al público que repletaba hasta las últimas aposentadurías del teatro.