No cabe sino aplaudir esta iniciativa del Teatro Municipal de Las Condes, que ha estrenado su primera ópera completa, en versión abreviada que, aunque sería inaceptable en una grabación de estudio, es perfectamente válida como propuesta para hacer este género más asequible al público nuevo. Esto, tanto por el menor costo de las entradas como por la elección de una obra de fácil comprensión -sin perjuicio de los incontables refinamientos que son el deleite de los conocedores-.
La producción es atractiva, muy ágil y llena de elementos novedosos, fruto de un excelente trabajo de mucho ingenio en la régie de Myriam Singer. Mérito redoblado, porque se cuenta con una escenografía simple, que, sin cielo ni suelo, centra la atención en una pantalla curva que brinda la ambientación.
La acción se proyecta en profundidad con videos pregrabados en que aparecen los propios personajes, en comunicación constante entre la escena física y las proyecciones. Notable la despedida de los militares, en la que se proyecta el barco alejándose hacia el horizonte mientras, en tierra, una certera iluminación produce una atmósfera solemne y melancólica que envuelve a las desdichadas hermanas.
Sin embargo -en una posible apuesta por lograr más cercanía con la audiencia-, ocasionalmente se cae en ciertos excesos de risas, llantos, gemidos y otros toques naturalistas que tienden a descuidar la atención a la línea de canto.
El vestuario también es original, con una estética que va desde el siglo XVIII hasta la actualidad, ilustrando la atemporalidad de los problemas que alimentan la trama. La ecléctica mezcla de estilos se maneja sin extremos burdos.
Considerando que está compuesta solo por un quinteto de cuerdas, un cuarteto de vientos y un clavecín, la orquesta tiene un logro soberbio, bajo la batuta de Eduardo Browne, ágil y sabia en el sostenimiento de los cantantes. Si bien algunos cortes pueden ser frustrantes para quienes conocen la obra, están bien elegidos y -con la lógica de acercar la lírica a nuevos públicos- dan gran dinamismo a la acción, sin sacrificar la consistencia dramática ni la ilación musical. Mozart y Da Ponte probablemente no habrían hecho cuestión, con tal de llevar adelante una producción y hacer sonreír a los espectadores.
En las voces, los laureles van a las mujeres. La soprano Paulina González abordó con aplomo el rol de Fiordiligi y sus terribles escollos. Con una emisión muy segura, se desenvuelve bien en los extremos de la tesitura, transitando con facilidad desde el registro agudo al grave. Andrea Aguilar ofreció una excelente Dorabella, con buen manejo de la expresión vocal, correcto fraseo y un timbre muy atractivo. Ambas logran algunos de los momentos más altos, como el dúo "Ah, guarda, sorella".
La soprano Andrea Betancourt muestra una gran entrega como Despina, con estupenda actuación, llena de adornos y detalles, logrando empatía con la audiencia.
El Guglielmo de Javier Weibel es muy sólido en cuanto a volumen vocal, con potencia en el agudo, pero la emisión es plana y en ocasiones punzante, restándole atención a la expresión vocal. El Ferrando del tenor Sergio Járlaz se desenvuelve muy bien en los forti , especialmente en el tercio agudo. En los piani , la voz se torna menos nítida y más difusa. Ambos muestran un excelente desarrollo actoral. El bajo Rodrigo Navarrete es un Don Alfonso muy completo, tanto en lo actoral como en lo vocal.
Una excelente y loable oportunidad para el público que quiere aventurarse en la ópera.