Convengamos en que el vino es raro o, cuando menos, no muy usual. Partiendo por su aspecto, que es turbio y muy lejos del brillo que hoy caracteriza a los vinos blancos modernos. Y luego huele a vino, sí, pero también a otras cosas muy difíciles de definir. Y la boca, bueno... la boca es casi salada y también cítrica y a cal, como si uno bebiera una limonada, pero con tiza.
Todo eso no suena muy apetitoso, pero lo extraño es que este vino es una delicia, lo seductor es que el conjunto te atrapa y dan ganas de beber más botellas, aunque también allí hay un problema. Las producciones son mínimas, apenas se cuentan por cientos. Es Tara White, el más nuevo de los proyectos de la viña Ventisquero, liderada por el enólogo Felipe Tosso.
Tosso estudió enología en la Universidad de Chile y luego, en 1995, hizo su primera cosecha en Concha y Toro. Allí trabajó con grandes enólogos chilenos como Pablo Morandé o Ignacio Recabarren hasta que en 2000 decidió mudarse a la recién creada Viña Ventisquero, un ambicioso proyecto que comenzó en el Maipo, pero que muy pronto también se expandió a Casablanca y a Apalta.
Como en la mayor parte de las viñas medianas y grandes de Chile, Tosso quedó a cargo de un catálogo que va desde vinos simples y masivos hasta etiquetas que pretenden ser paradigmas de estilo, de un valle o de una cepa como Pangea, un syrah de Apalta; Enclave, que es un cabernet del Maipo o Heru, que pretende ser uno de los grandes pinot de Chile.
Cada vez que Tosso ha presentado estos vinos, se siente que cree en ellos y que les tiene cariño. Sin embargo, el proyecto Tara parece ser especial. "Creo que vinos como Tara lo que pretenden es reconocer que hay mucho más que los estilos clásicos, y que Chile tiene mucho para seguir sorprendiéndonos, desde lugares, variedades, estilos de fermentación, mezclas", dice.
Tara son en realidad tres vinos: este blanco, en base a chardonnay; un tinto (Tara Red 1) en base a pinot noir y un Red 2, en base a syrah. Y si bien es el blanco el que puede ser el más inusual, todos comparten un origen no tradicional. "Todo partió con la idea de buscar nuevos lugares. Finalmente nos decidimos por Atacama, en la zona de Huasco, y a unos 22 kilómetros del mar. Eso fue en 2007", recuerda Tosso.
Es, por cierto, la primera vez que alguien planta parras allí. Y cuando llegaron al lugar, se dieron cuenta de que otra de las características que buscaban también se cumplía: un lugar extremo. "Con la primera vendimia nos dimos cuenta que la viticultura y el lugar eran muy complejos: mucha neblina, esa clásica camanchaca; mucho viento, suelos salinos, la lejanía. Todo era difícil. Nos demoramos más de tres años en lograr cosechar, se nos murieron algunas plantas, hubo que replantar, aprender a regar", señala Tosso.
Finalmente, tras tres cosechas, lograron dar con el vino que buscaban, claro que por la poca cantidad de uva que obtuvieron, todo se tuvo que hacer a escala muy artesanal, totalmente opuesto a lo que normalmente es el volumen de producción de Ventisquero, una viña que lanza al mercado millones de botellas cada año. De Tara White, por ejemplo, se hicieron apenas 409 botellas. Una gota en el mundo actual del vino. "Ya a partir del 2015 creceremos, pero siempre será un proyecto pequeño", agrega Tosso.
Y ese porte les permite jugar a nivel enológico y hacer vinos a una escala humana, con métodos artesanales: madera vieja, molienda de los racimos a pie pelado, solo uvas y ninguno de esos aditivos extras que son tan comunes hoy en la enología moderna.
El resultado, como les dije, es raro, pero también no deja de ser raro que este tipo de vinos nazca en el seno de una bodega de espíritu más bien masivo. "No creo que en Ventisquero hagamos solo vinos comerciales. Hay varios vinos de origen profundo, pero que son de zonas clásicas de Chile como Maipo, Apalta o Casablanca. Lo que sí es cierto es que Tara es muy distinto a todo lo hecho por nosotros. Eso está más que claro", dice Tosso.
Para un bebedor no formateado con los vinos modernos (de esos hay muy pocos, la verdad) o para alguien que ya se ha acostumbrado a beber este tipo de vinos llamados "naturales", Tara no tiene nada de nuevo. De hecho, pasaría perfectamente camuflado en la más esotérica de las catas de vinos extravagantes del mundo. Y eso, claro, para Tosso y su equipo es un piropo.
Pero también es cierto que Tara, a los ojos de muchos enólogos (que son técnicos, a fin de cuentas) es un vino defectuoso, partiendo por ese color nublado. Tosso analiza el tema: "En general creo que cuando estudiamos, a los enólogos chilenos nos muestran solo una cara del mundo del vino. Y quizás nuestro defecto mayor es que somos muy técnicos, y nos cuesta chasconearnos. Este es un tema de aprendizaje, de viajar, de probar, de ir a ferias distintas, de reconocer nuestro pasado, de ver cómo se hacen las chichas, los pajaretes, los asoleados; de cómo se hace el vino de barrio; cómo son los vinos del sur, del norte".
El mundo del vino chileno está cambiando. Y aunque es probable que el grueso de lo que se produzca siga siendo vino masivo, es bueno que hoy emerjan proyectos alternativos que den cuenta de una visión distinta, más arriesgada y sobre todo más personal. Que Ventisquero se atreva con este tipo de vinos no es más que un tremendo signo de los tiempos.