Me cuesta, todavía, entender qué es lo que nos sigue dando tanta vergüenza.
Era un lunes de tantos y escuchaba, en Buenos Aires, a varios periodistas proponer historias: la de un desaparecido en plena democracia, la de un pueblo insólito en el que vive una sola persona, la de un club de motoqueros oscurísimos. Y de pronto alguien dijo, con timidez, que quería hacer una crónica sobre su inminente viaje a Miami y Disneyworld. Y alguien más dijo, también con timidez, que quería contar la historia del barrio más caro y exclusivo de Buenos Aires. Y yo salté de felicidad -porque los temas me parecieron fabulosos-, pero me apenó la precaución que creí percibir en la forma en que esos temas fueron propuestos. Y me pregunté qué es lo que, todavía, nos sigue dando tanta vergüenza.
En 2008 participé de una mesa redonda, en la Fiesta del libro de Quito, la capital de Ecuador, que intentaba encontrar alguna respuesta a esta pregunta: "¿De qué temas se ocupa la crónica latinoamericana actual?". Escribí un texto que debió ser tan malo, o tan poco interesante, o las dos cosas juntas, que jamás le encontré un editor. El texto decía, por ejemplo, esto: "De asesinos de púberes y de asesinos púberes, de dictadores (...), de estrellas del porno (...), de señores que miden cincuenta centímetros, de señores que miden dos metros y medio, de sicarios, de narcos y de políticos, (...) de migrantes que nunca llegan a su tierra prometida, de mafiosos (...), de pandilleros, de gente con oficios raros (...), de asesinos a sueldo, de drogas, de ovnis, de las FARC, de presos, de prostitutas, de secuestrados, de secuestradores (...) de pobres, de ex pobres, de futuros pobres (...). Una cabalgata superficial, arbitraria y generalizadora (...) dice que de todas esas cosas -de situaciones injustas y brutales, de diferencia social, de vidas de famosos y de freaks, de mundos enigmáticos y desconocidos- se ocupa la crónica latinoamericana actual (...) La misma cabalgata, superficial, arbitraria y generalizadora, dice que, por el contrario, (...) no se ocupa demasiado de las ciencias duras (...), de las personas jóvenes -cuando no se han muerto de maneras trágicas ni forman parte de una tribu urbana- y que no ha encontrado una forma del todo interesante para hablar de asuntos de negocios, de historias con final feliz, de arquitectura (...), de cualquier deporte que no sean el fútbol o el boxeo y que, en particular, suele mostrarse desinteresada o indiferente o impedida -o todas esas cosas- para contar historias relacionadas con las clases altas: historias de los que tienen riqueza, historias de los que tienen poder, (...) historias de los que tienen, además de todo eso, una historia para contar. Y no digo artículos livianos: digo crónicas. Y no digo artículos laudatorios y complacientes: digo crónicas. Y no digo artículos pusilánimes en los que señoras de varios kilates muestran su colección de cuadros sin que nadie les pregunte por sus impuestos: digo crónicas. Digo mirar con carácter, digo contar un mundo, digo tratar de entender. Latinoamérica es una de las partes del planeta donde la diferencia entre los que tienen mucho y los que no tienen nada es grosera. Donde señores gastan en tres días lo que una familia gastaría en dos años para vestirse, educarse y comer. Donde nunca habremos hablado lo suficiente de los que se mueren intentando cruzar el río, de las mulas que revientan como sapos en aviones rumbo a Madrid, de las putas de trece años y de los niños que son bestias a los ocho. Pero el mundo de las clases altas forma parte de este sitio en que vivimos y, mientras no apliquemos allí la mirada que ya demostramos que podemos aplicar a los raros y a los que tienen poco -una mirada de carácter, una mirada que aspira a contar un mundo, una mirada que trata de entender- seguiremos despejando solo una parte de la ecuación. Podría decirse que el mundo de los ricos está profusamente contado. Que todas las semanas hay alguna revista Hola o Caras (...) mostrando una boda real y el embarazo de una millonaria (...). Pero eso no es contar el mundo de los ricos. Que la millonaria estrene embarazo y casa en Punta del Este no dice, de la millonaria, nada (...). No habla de su visión del mundo, de sus manías, de sus miserias, de sus recuerdos, de sus mejores navidades (...). Nenas riquísimas y empresarios a todo mercedes benz aparecen en esas páginas mostrando lo que tienen para no mostrar lo que son, y devienen una raza que no huele, que no piensa, que no siente, que no sufre: un olimpo de cera: una raza invisible. Lo que digo es otra cosa: digo contar, que quiere decir mirar y digo que, si contar la miseria sin pietismo es desafío, contar la riqueza sin -a priori- condena moral es lo exactamente idem. Y me pregunto, entonces, por qué no contamos la riqueza: ¿no lo hacemos porque no tenemos los recursos; no lo hacemos porque elegimos no hacerlo; no lo hacemos porque no nos interesa; no lo hacemos porque no sabemos cómo hacerlo, o no lo hacemos porque, ante la posibilidad de equivocarnos (ante la posibilidad de que se pueda pensar que simpatizamos con ese mundo) preferimos seguir contando ese otro mucho más marginal, mucho más violento, mucho menos poderoso y, paradójicamente, mucho más seguro: para nuestras prosas, para nuestros prestigios, para nuestro batallar de cronistas actuales y latinoamericanos?". Han pasado cinco años y yo me sigo preguntando lo mismo.