La culpa es de los chanchos. A la entrada del Club Santiago, en la calle Erasmo Escala, hay una fila de personas que quiere entrar. Mientras tanto, adentro, en la terraza del último piso de este club, unas doscientas personas beben apretujadas, prueban algunos de los vinos que unos veinte productores han traído para mostrar y para vender.
No parece ser la típica feria de vinos. No hay promotoras en vestidos ajustadísimos. Tampoco hay gerentes comerciales mostrando tarjetas ni tampoco enólogos ansiosos de que venga algún comprador importante. Estos productores son distintos: los Chanchos Deslenguados.
¿Pero cuán distintos? El Cacique Maravilla, por ejemplo. Manuel Moraga es el dueño de esta viña en Yumbel, que tiene cepas de país de más de doscientos años. El día anterior, me lo encuentro en un restaurante. Viene cargando dos bidones de su pipeño. Prefiere traerlos en plástico porque las botellas ya se le han quebrado en la camioneta. Llevar vino en bidones no es algo, digamos, muy chic. Pero en la lógica de esta nueva camada de productores chilenos, no tiene nada de malo, porque lo que contienen esos bidones es exquisito.
Estos productores muestran vinos distintos, pero en el sentido más puro del término. Vinos hechos en cantidades menores, con métodos artesanales, muchos de ellos con uvas ancestrales como el país o la moscatel, otros captando la pureza de cepas más conocidas en nuestros tiempos. Pocos, casi nadie, hablando de madera nueva ni de conquistar mercados.
Entre esas doscientas y tantas personas que repletan la fría terraza del Club Santiago, también se encuentra Sebastián Alvear. Un tipo alto, muy alto, de chaqueta negra y patillas a lo Bernardo O'Higgins. Va de allá para acá, trayendo cosas, conversando con la gente.
Los Chanchos Deslenguados fue una idea generada por el viñatero Louis Antoine Luyt, que tenía una meta: hay vinos que no son parte del establishment, pero que deben ser conocidos por la gente, sobre todo aquellos que tienen algo que decir en términos de valorar tradiciones, algo que el mismo Luyt hizo con la cepa país.
Así es que Luyt es como el autor intelectual, lo que nos deja a Alvear como el autor material. Él prefiere llamarse "productor" o quizás también "promotor" de los Chanchos Deslenguados.
El promotor de los chanchos partió como garzón, hasta que terminó como barman, especialista en cocteles. Luego de muchas barras, se fue a vivir a Europa donde, entre otras cosas, asegura que surgió en él la idea de que el vino no solo tenía que ser astringencia y madera. A la vuelta conoció a Luyt, y le propuso vender sus vinos en Santiago. Una de las forma de venderlos fue organizando miniferias, una suerte de embrión de los chanchos actuales. "Fue de a poco. La primera fue de solo cuatro productores. Se empezó a llamar Chanchos cuando juntamos a como 8. Luego fueron 19 y finalmente 20, la de hace unos días. Sin duda que el evento madura mucho más rápido que nosotros".
El nombre, Chanchos, viene de un descorchador con forma de chancho que Luyt se encontró por ahí. "Y deslenguados representa la manera de abordar este tema, sin tabú. Vinos vernaculares, a escala humana, artesanales. En un Chile que aún busca su identidad en el vino, yo pienso que lo que aquí se muestra es parte de nuestra historia que aún queda por escribir y que incluso en algunos casos hasta marca una pauta, como el rescate de la uva país o de los pipeños", agrega Alvear.
Es precisamente el pipeño el que tiene un lugar destacado en este último encuentro. Varios productores anónimos han enviado sus pipeños, los que han sido etiquetados en botellas de litro y medio para que la gente los pruebe. Es el primer intento serio por revalorizar un estilo de vinos que es, probablemente, el que más tiene que ver con nosotros los chilenos. "La gente que viene aquí es bien gourmet, son los que buscan nuevas sensaciones y otras también que han sido borradas por la industrialización. A la gente se le hizo creer que el vino que parecía mermelada o chocolate era lo bueno. Y la verdad es que ese es un camino, pero no el único", dice.
Alvear planea tener un lugar en internet en donde todos los productores puedan vender sus vinos a la mayor cantidad de gente posible. "La idea es tener un lugar en donde estos vinos se puedan comprar todo el tiempo, no solo cuando hay feria. El viaje de los chanchos recién comienza", advierte.
El trabajo de los Chanchos Deslenguados es algo completamente inédito en Chile, un país que ha basado su éxito enológico en la conquista de mercados, adaptando sus vinos a los gustos de sus compradores. Y eso está muy bien. Es un camino correcto. El problema es cuando solo hay un camino. Lo que hacen Alvear y sus chanchos es, precisamente, trazar uno nuevo.